Introducción a los vínculos de identidad.

Hemos considerado el encuadre analítico y el papel del analista como un crisol «continente» que integra los «pedazos de identidad» del paciente, a través de un proceso que se desarrolla en el tiempo, permitiendo integrar imágenes del self de momentos distintos fun­cionando con vínculos objetales diferentes proyectados en la relación transferencial. Sobre la base de los conceptos expuestos, queremos plantear la idea de que la identidad es la resultante de un proceso de interrelación de tres vínculos de integración: espacial, temporal y social respectivamente.

El primero comprende la relación entre las distintas partes del self entre si, incluso el self corporal, manteniendo su cohesión y permitiendo la comparación y el contraste con los objetos; tiende a la diferenciación self-no self: individuación. Lo denominamos vínculo de integración espacial.

El segundo apunta a señalar un vínculo entre las distintas repre­sentaciones del self en el tiempo, estableciendo una continuidad entre ellas y otorgando la base al sentimiento de mismidad. Lo de­nominamos vinculo de integración temporal.

El tercer vínculo es el que se refiere a la connotación social de la identidad y está dado, a nuestro juicio, por la relación entre aspectos del self y aspectos de los objetos, mediante los mecanismos de identificación proyectiva e introyectiva. Sería el vínculo de inte­gración social.

¿Cómo se observan y evolucionan estos vínculos en el proceso analítico?

En lo que se refiere al vínculo de integración espacial, en las primeras etapas del proceso analítico, el paciente no se siente inte­grado ni es capaz de discriminarse del analista (discriminación sujeto-objeto); por el contrario, las características de este primer período son de extrema dependencia que se intenta neutralizar me­diante el aumento del acting out y la intensificación de defensas paranoide-esquizoides y maníacas.

Ya nos habíamos referido anteriormente a que la vinculación de las distintas partes del self entre sí puede establecerse y conso­lidarse gradualmente mediante la utilización del encuadre y del analista como continente.

En cuanto al segundo vínculo, el de integración temporal, mientras el paciente se encuentra en plena fase paranoide-esquizoide, la disociación esquizoide se produce también en el tiempo, con predominio del proceso primario, de modo que la noción de mis­midad en el tiempo es muy lábil. El paciente suele hablar de su pasado, pero manteniendo su yo anterior disociado de su yo actual, o sin capacidad para prever el futuro.

En este sentido, la continuidad y regularidad de las sesiones es un aspecto del encuadre que fortalece el sentimiento de continuidad de las distintas representaciones del self en el tiempo. Por la misma razón es útil poder hacer interpretaciones-síntesis que esclarezcan el sentido o el movimiento de todo un período de análisis.

El tercer vínculo, el de integración social, implica la noción de pertenencia a un grupo que, en la situación analítica, es el constituido por la pareja paciente-analista que reproduce el primer vínculo grupal madre-hijo.

La incorporación del padre que, en la situación analítica estaría dada por la doble connotación transferencia) materno-paterna del analista, amplía los límites grupales.

Si bien con un propósito didáctico y de mayor claridad hemos descripto separadamente cada uno de estos vínculos, debe enten­derse que funcionan simultáneamente e interactuando. Las distin­tas partes del self no podrían integrarse a lo largo del tiempo sin encontrarse integradas espacialmente; sobre la base de estas inte­graciones espaciales y grupales el sujeto podrá vincularse con los objetos del mundo externo (vínculo social) de una manera real y discriminada.

 

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