La génesis de los mitos y de los rituales 113

que relacionarlo con el conjunto ritual del que forma parte, y en primer lugar con las restantes transgresiones de las que el rey debe hacerse cul­pable, en concreto con motivo de su entronización. Se le dan a comer al rey alimentos prohibidos; se le hacen cometer actos de violencia; puede ocurrir que se le bañe en sangre; y se le haga absorber unas drogas cuya composición —órganos sexuales molidos, restos sanguinolentos, desechos de todo tipo— revela su carácter maléfico. En determinadas sociedades, el conjunto de la entronización se desarrolla en una atmósfera de sangrienta locura. No es, pues, una prohibición concreta, ni siquiera la prohibición más imprescriptible de todas, la que el rey está obligado a transgredir; son todas las prohibiciones posibles e imaginables. El carácter casi enci­clopédico de las transgresiones, así como la naturaleza ecléctica de la trans­gresión incestuosa, revelan claramente qué tipo de personaje está llamado el rey a encarnar: el del transgresor por antonomasia, del ser que no res­peta nada, que hace suyas todas las formas, incluso las más atroces, de la hibris.

No nos enfrentamos en este caso a unas simples «infracciones» regias análogas a las amantes de Luis XIV, objeto tal vez de una tolerancia admi­rativa, pero desprovistas de cualquier carácter oficial. La nación africana no cierra los ojos; al contrario, los abre por entero, y el acto incestuoso constituye frecuentemente una condición sine qua non del acceso al trono. ¿Equivale esto a decir que las infracciones pierden su carácter condenable cuando las comete el rey? Exactamente lo contrario, porque son exigidas en la medida en que mantienen este carácter; comunican al rey una im­pureza especialmente intensa a la que no cesa de referirse el simbolismo de la entronización. «Entre los bushong, por ejemplo, en que las ratas son nyec (asquerosas) y constituyen un tabú nacional, el rey se ve ofrecer, con motivo de su coronación, una cesta llena de esos roedores.» » El tema de la lepra va asociado en ocasiones al antepasado mítico del que el rey es heredero así como al trono que este antepasado fue el primero en ocupar.’

Existe una ideología, sin duda tardía, del incesto regio; si el rey elige su esposa entre sus parientes próximos es para conservar la pureza de la sangre real. Hay que descartar este tipo de explicación. El incesto y las restantes transgresiones convierten de entrada al rey en una encarnación de la más extrema impureza. Y es a causa de esta impureza que, con motivo de la coronación y de las ceremonias de rejuvenecimiento, este mismo rey debe sufrir por parte del pueblo unos insultos y unos malos tratos, de carácter ritual por supuesto. Una multitud hostil estigmatiza el mal comportamiento de aquél que todavía no es más que un personaje infa­me, un auténtico criminal rechazado por todos los hombres. En determi­nados casos, las tropas del rey se entregan a unos ataques simulados con­tra su séquito e incluso contra su persona.

  1. Vansina, J., «Initiation Rite of the Bushong», Africa, XXV, 1955, pp. 149-150. Citado por Laura Makarius, «Du roi magique au roi divin», p. 677.
  2. L. Makarius, op. cit., p. 670.

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