ABANDONADO A LA DESMENTALIZACION

ABANDONADO A LA DESMENTALIZACION

Fue con este trasfondo de hechos que «perdí» a John nuevamente. Venía con una expresión ausente y los ojos muertos. Gateaba despacio escaleras arriba, golpeaba con su palo, vertía el vaso lleno de agua en el piso; luego se paraba en el alféizar de la ventana, escupía hacia abajo, corría al diván y pasaba el resto de la hora saltando y rebotando sobre éste de arriba abajo. Saltaba hacia arriba, rebotaba como un trampolín, levantando altas sus rodillas a la manera de un co­saco, rebotando sin parar como una pelota de goma en continuo movimiento, provocándose un estado de éxtasis. Parecía realmente asombroso ver a este niño carente en apariencia de vitalidad llenarse repentinamente de energía y ser capaz de saltar sin parar por períodos de diez minutos. Se caía, a veces, pero se ponía de pie nuevamente en un instante y continuaba saltando; algunas veces sobre su trasero en lugar de sus pies, a las carcajadas. Generalmente me miraba durante todo el tiempo. Protestaba cuando era el momento de volver a su casa y trataba de forzarme a regresar al cuarto, pero de pronto descendía saltando alegremente.

¿Cómo comprender esta conducta? Parecía fácil pensar en un juego mas­turbatorio con la intención de hacerme sentir como el niño excluido de la exci­tante relación sexual de los padres. Era tentador pensar que esta conducta era un golpe sádico en mi estómago para vaciar a puntapiés los bebés y los otros conte­nidos. ¿Tenía la intención de subyugarme para impedir que el chofer-papá estuviera dentro de mí? Estas interpretaciones no parecían captar la impresión de un pájaro puesto en libertad, en contacto con una fuente de vitalidad, con los resortes de la fuerza vital dentro de sí. Tampoco parecía como si la fuerza impulsora primaria fuera el sadismo, sino un abandono a la sensualidad. John parecía muy relaciona­do con mi cuerpo, pero quizá unido a él en un estado que traspasaba los límites del tiempo, desenganchado de las restricciones de las barreras divisorias. Esta sensualidad orgiástica, que continuaba sesión tras sesión, era imposible de pe­netrar con interpolaciones verbales. Más aún, yo sentía que mis sentidos eran dolorosamente bombardeados, los pensamientos extraídos de mi cabeza a golpes hasta que me veía tentada a seguirlo en un estado de olvido. Comprendía que debía alejarme mentalmente para poder pensar. Sentí que John me arrastraba a lin estado en el cual ya no tendría mi mente llena de sus terribles sentimientos de vacío y desesperación y que, incapaz de pensar, me uniría a él en una orgía sal­vaje de excitación, una danza de muerte presentada como una apertura a una vida interminable. La alternativa parecía ser la terrible desesperanza de tener que observar a este objeto-trapo de piso chorreante, sangrante tal vez, hasta disolver­me en lágrimas al mirarlo.

Parecía que para volver a ganar la atención diligente de John, yo tenía que librar una batalla igualmente contra la atracción de su sensualidad y contra la ame­naza de ahogarme en la desesperación. De la experiencia aprendí que debía im­poner una atención infatigable contra su desmentalización, tratando de conte­nerlo con mi voz, cantarle si fuera necesario, para atraerlo nuevamente a la mamá-esperanza. Parecía que yo debía representar un objeto que conociera el dolor abrumador del cual él se escapaba, un objeto que lo acompañara en su congoja y que no se disolviera con el poder corrosivo de su desesperación.

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