La familia del adolescente

Las familias

No es suficiente con que los padres comprendan a sus hijos. Ellos también deben conceder-les el privilegio de que sus lujos les comprendan.

MILTON SAPERSTEIN

Escritor americano, siglo XX

 

 

Los comentarios de estos adolescentes son unas breves pincela-das de la gran diversidad que caracterizan a las relaciones que mantienen los adolescentes con sus padres. Pero, aunque las re­laciones entre padres e hijos adolescentes varían considerable-mente, los investigadores han comprobado que estas relaciones son: (1) aspectos muy importantes del desarrollo y (2) más posi­tivas de lo que se creía en el pasado. Cuando concluya este ca­pítulo, debería poder alcanzar los siguientes objetivos de apren­dizaje:

Explicar la naturaleza de los procesos familiares.

Comentar las relaciones entre padres e hijos adolescentes.

Saber algo más sobre las relaciones entre hermanos.

Describir los efectos del divorcio, las familias reconstituidas y el trabajo de los padres sobre el desarrollo adoles­cente.

Entender las relaciones entre cultura, etnia, género y la educación de los hi­jos.

Evaluar las políticas sociales relacio­nadas con las familias.

 

VARIACIONES EN LAS PERCEPCIONES QUE TIENEN LOS ADOLESCENTES DE SUS PADRES

 

Mi madre y yo dependemos la una de la otra. De todos modos, si algo nos separara, creo que po­dría arreglármelas sola bastante bien. Sé que mi madre sigue ejerciendo una importante influencia sobre mí. A veces me pone de los nervios, pero, aún así, me gusta como es y la respeto mucho. Te­nemos nuestras discusiones, y no siempre consi­go salirme con la mía, pero ella siempre está dis­puesta a escucharme.

Susana, 16 años

Partes de un punto en el que tus padres son responsables de ti para llegar a otro en el que quieres ser mucho más independiente. Finalmen­te, consigues ser más independiente y sientes que tienes que ser más responsable de ti mismo; si no, no te va a ir demasiado bien en la vida. Es im­portante que los padres sigan estando ahí para apoyarte, pero llega un momento en el que tienes que mirarte al espejo y decirte: «Puedo hacerlo solo.»

Jorge, 18 años

No me llevo demasiado bien con mis padres. Intentan imponerme cómo tengo que vestir, con quién puedo salir, cuánto debo estudiar, qué debo hacer los fines de semana y cuánto tiempo puedo pasarme hablando por teléfono. Siempre se están metiendo en mi vida. ¿Por qué no me dejan tomar mis propias decisiones? Soy lo bastante maduro como para decidir sobre ese tipo de cosas. Cuan-do se salen de las casillas por cualquier nimiedad que hago, pierdo los estribos y les digo cosas que

probablemente no debería decir. Sencillamente, no me entienden.

Eduardo, 17 años

Mi padre nunca parece tener tiempo para mí. Tiene mucho trabajo y cuando llega a casa, o está demasiado cansado para hacer nada o se sienta de­lante del televisor y no quiere que nadie le moleste. Él cree que no me esfuerzo suficiente en los estu­dios y que no tengo unos valores tan sólidos como los de su generación. Nuestra relación es muy dis­tante. Paso mucho más tiempo hablando con mi madre que con él. Supongo que debería esforzar-me un poco más en los estudios, pero sigo creyen­do que él no tiene ningún derecho a decir cosas tan negativas sobre mí. Mi madre me gusta mucho más que él porque creo que es mejor persona.

Tom, 15 años

Tenemos nuestras discusiones y diferencias. Hay momentos en que me enfado mucho con mis padres, pero casi nunca llega la sangre al río. Ten­go que decir lo que pienso porque no creo que ellos siempre tengan razón. La mayoría de las ve-ces que discutimos, hablamos sobre el problema y acabamos llegando a una solución aceptable para todos. Pero eso no ocurre siempre, pues hay ocasiones en las que las cosas se quedan sin resol-ver. No obstante, incluso cuando no conseguimos resolver los conflictos, yo diría que me llevo bas­tante bien con mis padres.

Meli, 16 años

 

 

 

LA NATURALEZA DE LOS PROCESOS FAMILIARES

Iniciaremos nuestra exposición sobre los procesos fami­liares centrándonos en cómo los distintos miembros de la familia interactúan entre sí.

Las interacciones familiares

Durante muchos años, la socialización de los adolescen­tes se concibió como una cuestión de simple adoctrina‑

miento de carácter unidireccional. La filosofía imperante era que los niños y adolescentes tenían que ser educados, moldeando su comportamiento para que encajara en el mundo social de los adultos. Sin embargo, la socializa­ción es algo mucho más complejo que modificar los com­portamientos de un niño o un adolescente para convertir-lo en un adulto maduro. El niño y el adolescente no son bloques de arcilla inanimados que un escultor transforma en una estatua bien acabada. La socialización recíproca es el proceso por el cual los hijos socializan a los padres, del mismo modo que los padres los socializan a ellos. Para hacernos una idea de en qué consiste la socialización

 

recíproca, consideraremos dos situaciones distintas: en la primera analizaremos la importancia de crecer en un ho­gar monoparental (influencias de los padres). La segun-da tratará sobre una adolescente que tiene muchas aptitu­des para el patinaje sobre hielo (influencias del adolescente). En la primera situación el que tiene la pa-labra es Roberto, de 14 años:

«No he visto nunca a mi padre. No llegó a casarse con mi madre y ella tuvo que dejar los estudios para que pudiéramos salir adelante. Tal vez para mí y para mi ma­dre fue mejor que mis padres no se casarán porque apa­rentemente mi padre no quería a mi madre… Pero a ve-ces me deprimo mucho por no tener padre, sobre todo cuando veo a muchos de mis amigos con sus padres en los partidos escolares y otras cosas por el estilo. Mi pa­dre sigue viviendo cerca de casa y se ha casado; supongo que quiere olvidarse de mí y de mi madre… Muchas ve-ces me gustaría que mi madre se casara y así por lo me-nos tendría un padrastro con quien hablar y hacer cosas.»

En la segunda situación, la protagonista es Kathy, de 13 años:

«Mamá, mi entrenador de patinaje dice que tengo mucho talento, pero que tendré que entrenar y viajar mu­cho para desarrollarlo plenamente.» Su madre le contes­ta: «Kathy, no sé. Tendremos que hablarlo con tu padre esta noche cuando vuelva del trabajo.» Esa noche el pa­dre de Kathy le dice a su esposa: «Mira. Para poder ha­cer frente a los gastos de los entrenamientos de Kathy, tendré que buscarme un segundo trabajo, o tú tendrás que empezar a trabajar fuera de casa. No podemos afrontar todos esos gastos sólo con lo que yo gano.»

Conforme los expertos profundizan más en el estudio de la socialización recíproca, cada vez les impresiona más la importancia de la sincronía en las relaciones entre pa­dres e hijos.

La sincronía se refiere a la interacción cuidadosa-mente coordinada entre padres e lujos, en la que, a me-nudo v sin saberlo, sintonizan mutuamente sus compor­tamientos. La alternancia de turnos que tiene lugar en la negociación entre padres y adolescentes refleja la natura­leza recíproca y sincrónica de las relaciones. Dichas in­teracciones se pueden conceptualizar como una especie de baile en el que se van coordinando estrechamente las acciones sucesivas de los participantes. Este baile coor­dinado o diálogo puede adoptar la forma de la sincronía mutua (el comportamiento de cada participante depende del comportamiento previo del otro miembro), o puede ser recíproco: las acciones de los participantes se ajustan entre sí, como cuando un participante imita al otro, o am­bos sonríen mutuamente.

La socialización recíproca acontece dentro del siste­ma social de la familia, que está integrado por una cons­telación de subsistemas definidos por la generación, el género y el rol (Kreppner, 2001; Minuchin, 2002). Las di-visiones del trabajo entre los miembros de la familia de-finen subsistemas particulares, también el apego define otros subsistemas. Cada miembro de la familia participa en varios subsistemas —algunos son diádicos (compues­tos por dos personas) y otros poliádicos (compuestos por más de dos personas) (Kramer y Lin, 1997). El padre y el adolescente representan un subsistema diádico, la ma­dre y el padre otro. La madre, el padre y el adolescente forman un subsistema poliádico.

La Figura 5.1 muestra un esquema organizativo que subraya la importancia de las influencias recíprocas en­tre los miembros de una familia y los subsistemas fami­liares (Belsky, 1981). Como se puede ver siguiendo las flechas de la figura, las relaciones de pareja, la educación parental y el comportamiento del adolescente se pueden influir entre sí tanto directa como indirectamente. Un ejemplo de efecto directo es el influjo del comporta-miento de los padres sobre el adolescente. Un ejemplo de efecto indirecto es cómo la relación entre el padre y la

 

FIGURA 5.1

Interacción entre padres e hijos adolescentes: efectos directos e indirectos.

 

madre inedia la forma en que los padres actúan con res­pecto al adolescente (Emery y Tuer, 1993). Por ejemplo, los conflictos de pareja pueden reducir la eficacia de la educación parental, en cuyo caso dichos conflictos ten­drían un efecto indirecto sobre el comportamiento del adolescente (Wilson y Gottman, 1995).

La interacción entre los miembros de una familia pue­de cambiar, dependiendo de quién esté presente. En una investigación, se observó a 44 adolescentes bien a solas con su padre, o a solas con su madre (situación diádica), o en presencia de ambos padres (situación triádica) (Gjer­de, 1986). La presencia del padre mejoró las relaciones madre-hijo, pero la presencia de la madre empeoró la ca­lidad de las relaciones padre-hijo. Estos resultados pue­den obedecer a que el padre libera a la madre de parte de su esfuerzo controlando al adolescente, o a que la pre­sencia de la madre reduce las interacciones padre-hijo, que en muchos casos no son muy frecuentes. De hecho, en una reciente investigación, se comprobó que en situa­ciones diádicas los niños dirigían más comportamientos negativos hacia sus madres que hacia sus padres (Buhr­mester et al.), pero, en situaciones triádicas (madre-pa­dre-hijo), los padres protegían a las madres, intentando controlar el comportamiento negativo de los hijos.

En otro estudio recientemente realizado con adoles­centes pertenecientes a familias afroamericanas de clase media se comprobó que tanto la comunicación con la ma­dre como con el padre era más positiva en las interaccio­nes diádicas que en las triádicas (Smetana, Abernethy y Harris, 2000)

La construcción evolutiva de las relaciones

Los expertos en desarrollo cada vez muestran un mayor interés por entender cómo construimos las relaciones a medida que vamos creciendo (Collins y Madsen, 2002). Los teóricos piscoanalíticos siempre se han interesado por explicar el funcionamiento de este proceso en las fa­milias. De todos modos, las explicaciones actuales acerca de cómo se construyen las relaciones se han despojado, casi completamente, de la terminología freudiana sobre las fases psicosexuales, y no siempre se limitan a los primeros cinco años de vida, como ocurre en la teoría psicoanalítica clásica. Actualmente, los enfoques de la construcción evolutiva comparten la creencia de que, conforme van creciendo, los individuos adquieren formas de relacionarse con los demás. Hay dos formas diferentes de entender este enfoque. Una enfatiza en la continuidad y la estabilidad de las relaciones a lo largo del ciclo vi-tal; la otra en la discontinuidad y en los cambios que se producen en las relaciones a lo largo del ciclo vital.

El enfoque continuista

El enfoque continuista subraya la importancia del pa­pel que desempeñan las relacion es paterno-filiales tem‑

pranas en la construcción de las relaciones interperso­nales a lo largo de todo el ciclo vital. Estas relaciones tempranas entre padres e hijos se mantienen durante toda la vida, influyendo sobre las relaciones que se establecen posteriormente (por ejemplo con los iguales, los amigos, los profesores y las parejas) (Ainsworth, 1979; Bowlby, 1989; Sroufe, 1996). En su forma más extrema, este en-foque sostiene que la seguridad o inseguridad de las re­laciones de apego que se establecen durante el primer año, o los dos primeros años, de vida es lo que define y da forma a los componentes básicos de las relaciones ul­teriores. Más adelante en este mismo capítulo, concreta-mente en el apartado sobre autonomía y apego, hablare­mos sobre la importancia del apego en el desarrollo adolescente.

Las relaciones con los padres son importantes en el desarrollo adolescente porque actúan como modelos que permanecen a lo largo de la vida, influyendo sobre la construcción de nuevas relaciones. Pero es indudable que las interrelaciones sociales no se repiten sistemáticamen­te durante el desarrollo infantil o adolescente, ya que las características de cualquier relación dependen, en alguna medida, de la persona específica con quien se establezca la relación. No obstante, a menudo se puede detectar la naturaleza de relaciones previas mantenidas a lo largo de muchos años en relaciones posteriores, tanto con los mis­mos individuos, como en nuevas relaciones establecidas con otros individuos (Gjerde, Block y Block, 1991). De ahí que la naturaleza de las relaciones entre padres y ado­lescentes no dependa solamente de lo que ocurra en la re­lación durante la adolescencia. Las relaciones que se mantienen con los padres a lo largo de la infancia se man­tienen durante la adolescencia, influyendo, en mayor o menor medida, sobre las relaciones entre padres y ado­lescentes. Y es de esperar que la larga trayectoria de las relaciones entre padres e hijos influya, por lo menos en cierto grado, sobre las relaciones que los adolescentes es­tablecen con sus compañeros, amigos, y parejas.

Las investigaciones de Alan Sroufe y sus colaborado-res han aportado pruebas a favor de la continuidad (Srou­fe, 2001; Sroufe, Egelan y Carson, 1999). Este autor constató que la historia de apego y las atenciones recibi­das por los bebes estaban relacionadas con las habilida­des sociales que mostraban los adolescentes para con sus compañeros 15 años después de la evaluación. En las en­trevistas realizadas a los adolescentes se comprobó que aquellos que formaron relaciones de pareja durante una acampada habían establecido apegos seguros durante la infancia. Asimismo, la evaluación del comportamiento grabado en vídeo reveló que los adolescentes con una his­toria de apego seguro mostraban más habilidades socia-les con sus iguales: tenían más confianza en sí mismos en situaciones sociales y mostraban mayor capacidad de li­derazgo. En la mayoría de los niños se produjo un efec­to en cascada, en el cual las relaciones familiares tem­pranas actuaron a modo de trampolín para establecer relaciones con sus iguales, lo que a su vez fue el punto

 

de partida para el establecimiento de interacciones más variadas y complejas.

Determinar hasta qué punto influyen las experiencias paternofiliales que se han tenido en la infancia y cómo és­tas afectan sobre el desarrollo adolescente es importante, pero la naturaleza de las relaciones intergeneracionales también lo es.

Conforme el enfoque del ciclo vital ha ido ganando adeptos entre los psicólogos del desarrollo, los investiga-dores se han ido interesando cada vez más por la trans­misión de relaciones cercanas entre generaciones (Eider, 2000; Kandely Wu, 1995).

La generación intermedia de tres generaciones es es­pecialmente importante en el proceso de socialización. Por ejemplo, los padres de los adolescentes se pueden es­tudiar teniendo en cuenta sus relaciones con sus propios padres, cuando eran niños y en la actualidad, y las rela­ciones que mantienen con sus hijos adolescentes, tanto cuando estos últimos eran todavía niños como en la ac­tualidad. Los teóricos del ciclo vital señalan que los pa­dres de mediana edad cuyos hijos se encuentran en plena adolescencia muchas veces tienen que proporcionar más ayuda de la que reciben. Probablemente sus hijos adoles­centes están llegando a un momento evolutivo en el que necesitan un apoyo financiero considerable para conti­nuar su formación, y es posible que sus padres, cuya ge­neración está viviendo muchos más años que las anterio­res, también requieran más ayuda económica y más afecto y apoyo que el que requerían en etapas anteriores de su ciclo vital.

El enfoque no continuista

El enfoque no continuista subraya la importancia del cambio y del crecimiento en las relaciones a lo largo del tiempo. Conforme una persona se va haciendo mayor, es­tablece muchos tipos de relaciones distintos (por ejemplo, con los padres, con los iguales, con los amigos, con la pa-reja). Cada una de estas relaciones es estructuralmente di­ferente. En cada nuevo tipo de relación las personas en­cuentran nuevas formas de interacción (Buhrmester y Furman, 1987; Furman y Wehner, 1997; Piaget, 1932; Su­llivan, 1953; Youniss, 1980). Por ejemplo, Piaget (1932) afirmaba que las relaciones entre padres e hijos son radi­calmente distintas a las relaciones que se establecen en­tre iguales. Según Piaget, las relaciones entre padres e hi­jos son más unilaterales, ya que los padres imponen su autoridad a los hijos. Sin embargo, las relaciones entre iguales son mucho más simétricas. En las relaciones pa­ternofiliales, puesto que los padres poseen más conoci­mientos y más autoridad, generalmente los hijos deben adaptarse a las normas establecidas por los padres. Según este enfoque, utilizamos el modelo padres-hijos cuando nos relacionamos con figuras de autoridad (como los pro­fesores y los expertos) y cuando actuamos como figuras de autoridad (cuando nos convertimos en padres, profe­sores o expertos).

Sin embargo, las relaciones entre iguales tienen una estructura diferente y requieren una forma de relacionarse con los demás también diferente. Esta forma de relacio­narse más igualitaria se vuelve a utilizar más adelante en las relaciones de pareja, en las relaciones de amistad y las relaciones con los compañeros de trabajo. Puesto que dos compañeros poseen unos conocimientos y una autoridad semejantes (su relación es recíproca y simétrica), en este tipo de relaciones los niños aprenden un modo de relación democrático basado en la influencia mutua.

En el grupo de iguales, los niños aprenden a formu­lar y a defender sus opiniones, a tener en cuenta la pers­pectiva de los demás, a negociar cooperativamente solu­ciones a posibles desacuerdos y a desarrollar estándares de conducta que sean mutuamente aceptables. Puesto que las relaciones entre compañeros son voluntarias (en vez de obligatorias, como en la familia), los niños y ado­lescentes que no adquieren las habilidades sociales nece­sarias para relacionarse de una forma simétrica, mutua, igualitaria y recíproca son rechazados por sus iguales.

Aunque los partidarios del enfoque no continuista no niegan que las relaciones interpersonales más íntimas (como las que se mantienen con los padres) influyen so­bre las relaciones posteriores, enfatizan en el hecho de que cada nuevo tipo de relación que inicia un niño u ado­lescente (como las que mantienen con los iguales, los amigos o las parejas) requieren la construcción de modos de relacionarse con los demás diferentes e incluso más sofisticados. Además, estos autores sostienen que cada período del desarrollo contribuye de una forma diferente a la construcción de conocimientos sobre las relaciones sociales y que el desarrollo a lo largo del ciclo vital no está determinado exclusivamente por un período sensible o crítico ubicado en los primeros años de la vida.

Los resultados obtenidos en un estudio longitudinal llevado a cabo por Andrew Collins y sus colaboradores (Collins, Hennighausen y Sroufe, 1998) son congruentes con el enfoque no continuista. La calidad de las interac­ciones entre amigos (evaluada a partir de las observacio­nes de los comportamientos coordinados, como la alter­nancia de turnos, el compartir, el contacto ocular y táctil y su duración) en la infancia se relacionó con la segu­ridad a la hora de salir con chicos o chicas y con la apertura y la intimidad en este tipo de relaciones a los 16 años.

La maduración

Cuando tenía 14 años, Mark Twain comentó que su pa­dre era tan ignorante que casi no podía soportar tenerlo cerca. Pero, cuando Mark estaba apunto de cumplir 21 años, se sorprendió de lo mucho que su padre había aprendido en siete años. Los comentarios de Mark Twain sugieren que la maduración es un aspecto importante en las relaciones entre padres e hijos. Los adolescentes cam­bian cuando hacen la transición de la infancia a la etapa

 

adulta, pero sus padres también cambian a lo largo de la etapa adulta (Grotevant, 1998).

Los cambios en los adolescentes

Entre los cambios que se producen en los adolescentes que pueden influir sobre las relaciones que mantienen con sus padres se incluyen la pubertad, la expansión del ra­zonamiento lógico, el incremento del pensamiento idea-lista y egocéntrico, el incumplimiento de las expectativas, los cambios acontecidos en el mundo académico y en el de los compañeros y amistades, el hecho de empezar a sa­lir con chicos o chicas, y las ansias de independencia. Va­rias investigaciones han mostrado que el conflicto entre padres y adolescentes, especialmente entre madres e hi­jos, es el más estresante durante la culminación del desa­rrollo puberal (Hill etui., 1985; Steinberg, 1988).

En lo que se refiere a los cambios cognitivos, el ado­lescente es capaz de razonar de una forma más lógica con sus padres que cuando era un niño. Durante la infancia, los padres podían imponerse diciendo simplemente: «Bueno. Así son las cosas. O se hace como digo yo o no se hace.» Pero lo más probable es que un adolescente, con su mayor sofisticación cognitiva, no acepte este tipo de frases como razón para conformarse a los dictados pater­nos. Los adolescentes quieren saber, a menudo con todo luj o de detalles, por qué se les obliga a hacer determina-das cosas. Incluso cuando los padres dan lo que parecen ser razones lógicas para imponer una norma, la sofistica­ción cognitiva de los adolescentes puede detectar defi­ciencias en el razonamiento. Estas discusiones prolonga-das no suelen ser características de las relaciones entre padres e hijos durante la infancia, pero sí lo son durante la adolescencia.

Además, también entra en juego el pensamiento ide­alista propio de la adolescencia. Los padres son evalua­dos en contraposición al ideal de padre. Las interaccio­nes reales con los padres, que inevitablemente contienen algunos intercambios negativos, se comparan con el mo­delo adolescente de padre ideal. Y, como parte de su ego-centrismo, la preocupación de los adolescentes sobre cómo los ven los demás es probable que provoque reac­ciones desproporcionadas ante los comentarios paternos.

Una madre le puede comentar a su hija adolescente que necesita comprarse una blusa nueva. La hija le pue­de contestar: «¿Qué pasa? ¿Crees que no tengo buen gus­to? Te parece que visto mal, ¿verdad? Pues, ¡eres tú la que vistes fatal!». El mismo comentario hecho varios años an­tes, a finales de la infancia, probablemente habría provo­cado una respuesta mucho menos intensa.

Otro aspecto del mundo cognitivo adolescente que repercute sobre las relaciones entre padres y adolescen­tes son las expectativas que cada uno tiene sobre el otro (Collins y Luebker, 1994; Collins y Repinski, en prensa). Los niños preadolescente suelen ser obedientes y fáciles de manejar. Cuando entran en la pubertad, los hijos em­piezan a cuestionar o a buscar el por qué de las deman‑

das paternas (Maccoby, 1984). Los padres pueden perci­bir este comportamiento como resistente o rebelde porque tienen como punto de referencia la obediencia previa de sus hijos durante la etapa infantil. Los padres suelen re-accionar a la desobediencia «exigiendo más» a sus hijos. En esta situación, las expectativas que se establecieron durante un período de cambio evolutivo relativamente lento chocan con el comportamiento del adolescente du­rante el período de rápido cambio de la pubertad.

¿Qué aspectos del mundo social de los adolescentes contribuyen a las relaciones entre padres y adolescentes? La adolescencia lleva consigo nuevas definiciones del comportamiento socialmente apropiado. En nuestra so­ciedad estas definiciones están relacionadas con los cam­bios que se producen en el mundo académico —la tran­sición a la enseñanza secundaria obligatoria—. A los adolescentes se les pide que se muevan en entornos más anónimos y extensos, con muchos profesores distintos. Tienen que estudiar más y deben tener más iniciativa y responsabilidad para adaptarse de forma eficaz a las nue­vas demandas. El centro de enseñanza no es el único es­cenario social que repercute sobre las relaciones entre pa­dres y adolescentes. Los adolescentes pasan más tiempo con sus amigos que los niños y establecen relaciones de amistad más sofisticadas. Además, durante la adolescen­cia las ansias de independencia se exacerban cada vez más. Resumiendo, los padres deben adaptarse al mundo cambiante de los adolescentes en lo que se refiere al ám­bito académico y al de las amistades, así como al cre­ciente deseo de autonomía (Crotevant. 1998).

Los cambios en los padres

Los cambios que se producen en los padres que repercu­ten sobre las relaciones entre padres y adolescentes in­cluyen el grado de satisfacción de la pareja, las cargas económicas, la reevaluación de la carrera profesional, la perspectiva temporal y las preocupaciones sobre el cuerpo y la salud (MacDermind y Crouter, 1995; Silverberg y Steinberg, 1990). El grado de insatisfacción con la pareja es mayor cuando los hijos son adolescentes que cuando son niños o adultos. Este hecho se documentó re­cientemente en un estudio longitudinal sobre casi 7.000 personas casadas (Benin, 1997). Además, los padres de hijos adolescentes tienen que hacer frente a más gastos económicos. Asimismo, durante esta etapa los padres tienden a reevaluar sus carreras profesionales planteán­dose si han colmado sus aspiraciones de éxito juveniles. Tal vez miren hacia el futuro y se pregunten cuánto tiem­po les queda para conseguir lo que desean. Sin embargo, los adolescentes miran al futuro con un optimismo sin lí­mites, convencidos de que tienen mucho tiempo por de­lante para cumplir sus deseos. La preocupación por temas relacionados con la salud, la integridad corporal y el atractivo sexual se convierten en temas centrales en el universo de los padres de hijos adolescentes. Aunque su cuerpo y su atractivo sexual todavía no esté deteriorado,

 

muchos de ellos perciben que así es. Contrariamente, los adolescentes han alcanzado o están empezando a alcan­zar la plenitud en lo que se refiere a atractivo físico, for­taleza y salud. Aunque tanto los padres como los adoles­centes presentan una notable preocupación por su cuerpo, el balance de los adolescentes es probablemente más po­sitivo.

En un estudio sobre los padres de mediana edad y sus hijos adolescentes, las relaciones entre las preocupacio­nes sobre la mediana edad de los padres y el desarrollo puberal de los hijos no se pudieron caracterizar simple-mente como positivas, negativas o neutras (MacDermind y Crouter, 1995). Los padres informaron sobre una dis­minución de la intensidad en las preocupaciones propias de la mediana edad cuando sus hijos se encontraban al fi­nal de la pubertad. El apoyo recibido de la pareja en la mediana edad se reveló como un factor importante para ayudar a los padres a afrontar los desafíos de los cambios puberales de sus hijos adolescentes.

Los cambios que se producen en los padres de los adolescentes que acabamos de describir caracterizan al desarrollo en la mediana edad. La mayoría de los padres de hijos adolescentes son de mediana edad o se están aproximando a este período de la vida. De todos modos, en las últimas dos décadas, el calendario de la paternidad ha sufrido algunos cambios importantes (Parke, 2001, en prensa; Parke y Buriel, 1998).

La paternidad está ocurriendo más pronto en algunos casos y más tarde en otros que en décadas anteriores. En primer lugar, la cantidad de embarazos adolescentes creció substancialmente durante la década de 1980. En segundo lugar, la cantidad de mujeres que pospone la ma­ternidad hasta que tienen más de treinta o incluso cua­renta años creció simultáneamente. Trataremos el tema de los padres adolescentes en el Capítulo 11. Aquí nos cen­traremos en los cambios sociohistóricos relacionados con el retraso de la paternidad hasta después de los treinta o los cuarenta años.

Existen muchos contrastes entre ser un padre adoles­cente o convertirse en padre 15 o 30 años después. El re­traso de la paternidad permite que los padres progresen mucho más en el ámbito educativo y profesional. Tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres, el retraso de la paternidad o de la maternidad permite la­brarse una carrera y conseguir una mayor estabilidad en el terreno profesional.

Las relaciones de pareja también varían en función del momento en que se tengan hijos. En una investigación se compararon parejas que habían empezado a tener hi­jos a principios de la tercera década de la vida con los que habían retrasado la paternidad hasta principios de la cuar­ta década (Walter, 1986). Se constató que las parejas que habían retrasado la paternidad tenían relaciones más igua­litarias y que los hombres participaban mucho más en el cuidado de los hijos y las tareas domésticas.

¿Son diferentes las relaciones entre padres e hijos en aquellas familias en que los padres retrasan la paternidad

hasta que tienen más de treinta o incluso de cuarenta años? Los investigadores han descubierto que los padres de más edad son más cálidos y afectivos con sus hijos, se comunican mejor con ellos, potencian más la motivación de logro y rechazan menos a sus hijos que los padres más jóvenes. Por el contrario, los padres de más edad plante­an menos demandas a sus hijos, tienden a imponer me-nos normas y a participar en menor proporción en juegos físicos o en actividades deportivas con sus hijos (Mac-Donald, 1987). Estos hallazgos sugieren que los cambios sociohistóricos están propiciando trayectorias evoluti­vas diferentes en muchas familias. Trayectorias que im­plican cambios en la forma en que interactúan entre sí los miembros de la pareja y los padres con sus hijos adoles­centes.

Los cambios históricos y socioculturales

El desarrollo familiar no ocurre en el vacío. Los procesos familiares están influidos por los factores históricos y so­cioculturales (Day, 2002; Goldscheider, 1997: McHale y Grolnick, 2001). Los cambios familiares pueden obede­cer a grandes convulsiones nacionales, como una guerra, la hambruna o una inmigración en masa. O pueden obe­decer a transiciones más sutiles en la forma de vida. La depresión del 29 tuvo algunas repercusiones negativas so­bre las familias. Durante los peores años, la depresión provocó privaciones económicas, descontento entre los adultos, empeoramiento de las condiciones de vida, con­flictos de pareja, inconsistencia en la educación de los hi­jos y estilos de vida poco saludables —abuso del alcohol, ausencia de valores morales y problemas de salud— es­pecialmente entre los progenitores de sexo masculino (Ei­der, 1988). La famosa antropóloga Margaret Mead (1978) describió una serie de cambios sutiles en la cultura que influyen significativamente sobre la familia. Estos cam­bios incluyen la mayor longevidad de las personas ma­yores y el papel que desempeñan en la familia, la orien­tación urbana o suburbana de las familias y su movilidad, así como la televisión y la insatisfacción e inquietud ge­neralizadas.

Hace cincuenta años, la gente que llegaba a mayor so-lía estar sana, conservaba gran parte de su energía y se-guía vinculada a su familia, ayudando con frecuencia a mantener su integridad. Hoy en día, las personas mayo-res viven más años, lo que significa que sus hijos de me-diana edad se ven obligados a cuidar de ellos o bien a in­gresarlos en residencias para la tercera edad. Durante el siglo xx, a partir de cierta edad, los padres han perdido parte de su papel socializador en la familia debido a que muchos de sus hijos viven muy lejos de ellos.

Muchos de los cambios de residencia implican aban­donar el campo o pueblos pequeños para emigrar a áreas urbanas o suburbanas. En las granjas y los pueblos pe­queños las familias estaban rodeadas de los vecinos de toda la vida, parientes y amigos. Actualmente, las redes

 

¿Por qué no me entendéis?
¿Por qué me echáis la culpa de todo?

Andrea tiene 12 años. Ayer escribió una nota a sus pa­dres. Empezó la nota agradeciéndoles todas las cosas ma­ravillosas que habían hecho por ella. Después, muy de-prisa, les apuntó directamente al corazón con una retahíla de críticas. Quería saber por qué nunca la escuchaban. Por qué no la entendían. Por que le echaban las culpa de todo. Por qué le gritaban tanto. Andrea continúo la nota afirmando que se sentía excluida de la familia y que no estaba segura de que ellos (sus padres) la quisieran real-mente. El pensamiento idealista en proceso de expansión llevó a Andrea a comparar a sus padres reales con su ideal de padres. Como cualquier padre real, los padres de Andrea no alcanzaron el modelo ideal.

de apoyo integradas por los vecinos y la familia extensa son muy escasas. Muchas familias se ven obligadas a cambiar de residencia por motivos laborales, separando a los adolescentes de los centros de enseñanza y los com­pañeros que conocen desde hace mucho tiempo. Y en mu­chas familias estos cambios de residencia, motivados por el trabajo de uno o ambos progenitores, tienen lugar cada año o cada dos años.

La televisión también desempeña un papel importan-te en los cambios que se están produciendo en las fami­lias. Muchos niños que ven la televisión se encuentran con que sus padres tienen demasiado trabajo para com­partir experiencias con ellos. Los niños experimentan un mundo del que sus padres no forman parte. En vez de par­ticipar en actividades grupales con vecinos o iguales, los niños llegan del colegio y se sientan delante del televisor. La televisión permite que los niños y las familias vean otras formas de vida. Así las familias de escasos recursos económicos pueden observar la vida de las familias de clases más acomodadas simplemente pulsando un botón.

Otro cambio radical que se ha producido en las fa­milias es la cantidad de adolescentes que crecen en un mundo en el que conviven estructuras familiares diferen­tes, con un número cada vez mayor de familias monopa­rentales y familias reconstituidas que en ningún otro mo­mento de la Historia (Hetherington y Kelly, 2002). Más adelante, en este mismo capítulo, comentaremos detalla­damente todos estos aspectos del mundo social cam­biante al que se enfrentan los adolescentes y sus familias.

La cognición y la emoción

Los procesos cognitivos se consideran fundamentales para entender la socialización en el seno de la familia

(Bugental y Goodnow, 1998; Parke, 2001; Parke, 2001; Parke y Buriel, 1998). La cognición participa en muchos aspectos de la socialización en el seno de una familia, in­cluyendo los conocimientos, creencias y valores de los padres sobre su papel como padres; y cómo perciben, or­ganizan y entienden los comportamientos y creencias de sus hijos adolescentes.

En un estudio se detectó una asociación entre las cre­encias maternas y las habilidades de resolución de pro­blemas de los hijos (Rubin, Mills y Rose-Krasnor, 1989). Las madres que valoraban mucho habilidades como ha­cer amistades, compartir cosas con los demás y liderar o influir sobre otros niños tenían hijos más asertivos, con más habilidades prosociales y más competentes en la re-solución de problemas.

Cada vez se considera más importante el papel de las emociones en la comprensión de los procesos familiares (Rubin y Buriel, 1998). Algunas de las áreas en que se han centrado los estudios sobre la emoción en los proce­sos familiares incluyen el desarrollo de la regulación emocional, el desarrollo de la producción y de la com­prensión emocionales y el papel que desempeña la emo­ción en el ejercicio de los roles parentales.

Un aspecto especialmente importante en la educación de los hijos es ayudar a los niños y adolescentes a afrontar adecuadamente sus emociones. Las habilidades sociales de los hijos suelen estar relacionadas con las expresiones emocionales de sus padres. Por ejemplo, en un estudio se comprobó que los padres que manifestaban una expresi­vidad emocional positiva tenían hijos con muchas habili­dades sociales (Boyum y Parke, 1995). A través de la in­teracción con sus padres, los niños aprenden a expresar sus emociones de forma socialmente apropiada.

Los investigadores también han descubierto que el apoyo y la aceptación de las emociones de los hijos por parte de los padres están relacionados con la capacidad de los hijos para afrontar sus emociones de forma positiva (Parke y Buriel, 1998). El hecho de que los padres sepan consolar a sus hijos cuando experimentan emociones nega­tivas se asocia a la capacidad de los hijos para afrontar el enfado de forma constructiva (Eisenberg y Fabes, 1994). Asimismo, la motivación de los padres para hablar sobre las emociones con sus hijos se relaciona con la conciencia y la comprensión de las emociones ajenas por parte de los ni­ños (Denham, Cook y Zoller, 1992; Dunn y Brown, 1994).

A muchas de las investigaciones actuales sobre el pro-ceso de socialización en el seno de la familia subyace la creencia de que la cognición y la emoción suelen partici­par conjuntamente en la determinación de las prácticas educativas de los padres (Dix, 1991).

Hasta aquí, hemos analizado diversas ideas sobre la naturaleza de los procesos familiares. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje rela­cionados con este tema.

Después de examinar algunos aspectos básicos de los procesos familiares, profundizaremos más en las relacio­nes entre padres e hijos adolescentes.

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 1 Explicar la naturaleza de los procesos familiares.

  • Los adolescentes socializan a los padres del mismo modo que los padres los socia­lizan a ellos. La sincronía implica la interacción cuidadosamente coordinada entre padres e hijos, en la que, a menudo y sin saberlo, sintonizan mutuamente sus com­portamientos. La familia es un sistema donde los individuos interactúan en el seno de distintos subsistemas —algunos diádicos y otros poliádicos—.
  • Los enfoques de la construcción evolutiva comparten la creencia de que, conforme las personas se van desarrollando, adquieren formas de relacionarse con los demás. Hay dos variantes dentro de este enfoque, una enfatiza la continuidad y la otra la discontinuidad y el cambio en las relaciones.
  • Las relaciones entre padres e hijos adolescentes están influidas tanto por la madura­ción de los adolescentes como por la maduración de los padres. Los cambios que afectan a los adolescentes incluyen la pubertad, la expansión del razonamiento ló­gico, el incremento del pensamiento idealista y egocéntrico, el incumplimiento de las expectativas, los cambios acontecidos en el mundo académico y en el de los igua­les y amistades, el hecho de empezar a salir con chicos o chicas y las ansias de in-dependencia. Los cambios que afectan a los padres pueden incluir la insatisfacción marital, las cargas económicas, la reevaluación de la carrera profesional, la pers­pectiva temporal y las preocupaciones por la salud y el cuerpo.
  • Los cambios históricos y socioculturales pueden ser provocados por grandes con­vulsiones, como una guerra, o por cambios mucho más sutiles, como los efectos de la televisión y una mayor movilidad geográfica de las familias.
  • Entre los aspectos cognitivos que más influyen sobre las relaciones entre padres e hi jos adolescentes se incluyen las creencias sobre el rol parental y la comprensión del comportamiento adolescente. Entre los aspectos emocionales se incluyen la regula ción de las emociones en los adolescentes y los aspectos emocionales del rol pa rental.

 

 

RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS ADOLESCENTES

Hemos visto que, cuando los hijos llegan a la adolescen­cia, con frecuencia se incumplen las expectativas tanto de los adolescentes como de sus padres. Muchos padres son testigos de cómo sus hijos buenos y obedientes se trans­forman en personas desobedientes, rebeldes y reticentes a aceptar las normas paternas. Los padres reaccionan im­poniendo más restricciones a los hijos para que se acli­maten a sus exigencias. Muchos padres tratan a sus hijos adolescentes como si esperaran que se convirtieran en personas maduras en los próximos 10 o 15 minutos. Pero la transición de la infancia a la etapa adulta es un largo viaje, plagado de montañas y valles. Los adolescentes no van a aceptar las exigencias paternas inmediatamente. Los padres que reconocen que a los adolescentes les cuesta mucho tiempo «aprender la lección» suelen afron­tar las transgresiones de sus hijos de una forma más efi­caz y calmada que los padres que exigen una conformi­dad inmediata con sus normas. Pero también hay padres que, en vez de exigir mucho a sus hijos adolescentes e in-tentar que les obedezcan, hacen todo lo contrario, dejar‑

les que hagan cuanto les plazca de una forma muy per-misiva.

Conforme vayamos estudiando las relaciones entre padres y adolescentes, iremos viendo que ni exigir mucho a los hijos para lograr la obediencia, ni tampoco desen­tenderse completamente de ellos, son estrategias educati­vas recomendables. Asimismo, analizaremos una creencia errónea que comparten algunos padres, que creen que to­dos los conflictos que tienen con sus hijos adolescentes son negativos. Sin embargo, descubriremos que durante la adolescencia un grado moderado de conflicto con los padres no sólo resulta inevitable sino que además puede desempeñar una función evolutiva positiva.

Los padres como organizadores de la vida de sus hijos

En nuestra exposición sobre los estudios acerca del papel que desempeña la cognición y la emoción en los proce­sos familiares, señalamos que un aspecto muy importan-te del rol paterno consiste en ayudar a los hijos a afron­tar sus emociones.

 

Del mismo modo, en la investigación sobre las rela­ciones entre padres y sus hijos adolescentes cada vez se tiende más a pensar en los padres como en los organiza-dores de la vida de sus hijos.

Los padres pueden desempeñar un papel importante como administradores de las oportunidades de sus hi­jos, como supervisores de sus relaciones sociales y como incitadores y organizadores sociales (Parke y Buriel, 1998). Además, pueden actuar regulando las oportunida­des de contacto social de sus hijos con sus iguales, ami­gos y otros adultos. Desde la primera infancia hasta el fi­nal de la adolescencia, las madres tienden a desempeñar un papel más activo en la educación de los hijos, que los padres. En los primeros meses esto se puede traducir en llevar al bebé al médico o a matricularlo en una escuela infantil; durante la primera infancia y la etapa preescolar puede implicar decidir a qué centro educativo irá el niño; en la infancia media y tardía puede incluir decirle al niño que se bañe, que se cambie de ropa cuando esté sucia o que recoja sus juguetes; en la adolescencia, puede impli­car asistir a las reuniones de padres y profesores y con­trolar que haga los deberes.

Un aspecto importante de la función organizativa que ejercen los padres es el control y seguimiento eficaz de los adolescentes. Esto es especialmente importante du­rante la transición de la infancia a la adolescencia. Ello significa supervisar la elección de contextos sociales, ac­tividades y amigos. Como veremos en el Capítulo 14: «Problemas adolescentes», la falta de control paterno ade­cuado es un factor que está relacionado con la delin­cuencia juvenil (Patterson y Stouthamer, 1984).

Las técnicas educativas

Los padres desean que sus hijos adolescentes se convier­tan en individuos socialmente maduros y con frecuencia se sienten frustrados en su rol de padres. Los psicólogos llevan mucho tiempo intentando identificar cuáles son los ingredientes del estilo educativo que promueve el desa­rrollo social competente en los adolescentes. Por ejemplo, en la década de 1930 el conductista John Watson afirmó que los padres eran demasiado afectuosos con sus hijos. Las primeras investigaciones se centraron en la distinción entre la disciplina física y la psicológica, o entre los pa­dres autoritarios y permisivos. Recientemente, hemos avanzado más en la identificación de las dimensiones que definen la educación paterna competente.

La propuesta de Diana Baumrind (1971, 1991) está ampliamente extendida. Esta autora considera que los pa­dres no deberían ser punitivos ni tampoco desentenderse de sus hijos adolescentes, sino que deberían establecer normas y ser afectuosos con ellos. Baumrind identificó cuatro estilos educativos que se asocian a-distintos as­pectos del comportamiento social de los adolescentes: au­toritario, democrático, negligente e indulgente.

El estilo autoritario es un estilo restrictivo y puniti­vo en el que los padres obligan al adolescente a seguir

las normas que le imponen y le inculcan el valor del tra­bajo y el esfuerzo. Los padres autoritarios establecen controles y fijan límites claramente definidos, admitien­do muy poco diálogo. Este estilo se asocia a la falta de habilidades sociales en los adolescentes.

Por ejemplo, un padre autoritario puede decir: «¡O lo haces a mi modo o no lo haces! ¡No hay más que hablar!» Los adolescentes hijos de padres autoritarios suelen temer las comparaciones sociales, tienen poca iniciativa y po­seen escasas habilidades comunicativas.

El estilo democrático anima al adolescente a ser in-dependiente pero sigue estableciendo controles v fijando límites a su comportamiento. Se acepta e incentiva el diá­logo, y los padres son cálidos y afectuosos con el ado­lescente. Este estilo se asocia al desarrollo de habilida­des sociales en los adolescentes. Por ejemplo, un padre democrático puede coger cariñosamente al adolescente y decirle: «Sabes que no deberías haberlo hecho. Hablemos sobre cómo puedes afrontar una situación como ésta la próxima vez.» Los adolescentes hijos de padres demo­cráticos tienen confianza en sí mismos y son socialmen­te responsables.

Los padres democráticos también controlan la vida de sus hijos. En un estudio reciente, se comprobó que el au­mento del control paterno es eficaz para reducir las con­ductas problemáticas de los adolescentes y para mejorar su rendimiento académico.

El estilo permisivo tiene dos variantes posibles: ne­gligente e indulgente. El estilo negligente es un estilo en el que los padres se implican muy poco en la vida del adolescente. Se asocia a la falta de habilidades sociales en los adolescentes, sobre todo a la falta de autocontrol. El padre negligente no puede responder a la pregunta: «Son las 22.00. ¿Sabe dónde está su hijo?». Los adoles­centes necesitan que sus padres cuiden de ellos; los hijos de padres negligentes tienen la sensación de que otros as­pectos de la vida de sus padres son más importantes que ellos. Desarrollan escasas habilidades sociales: tienen muy poco autocontrol y no alcanzan una total indepen­dencia.

El estilo negligente está íntimamente relacionado con la falta de control paterno. En un estudio reciente se com­probó que el control paterno de los adolescentes se aso-ciaba a la obtención de mejores notas, menor actividad sexual y menor incidencia de la depresión (Jacobson y Crockett, 2000). En el capítulo 14: «Problemas adoles­centes» profundizaremos más en cómo la falta de control paterno se relaciona con la delincuencia juvenil.

El estilo indulgente es un estilo en el cual los padres se implican mucho en la vida del adolescente, pero esta­blecen pocos controles y le exigen muy poco. Se asocia a la falta de habilidades sociales en los adolescentes, so­bre todo a la falta de autocontrol. Los padres indulgen­tes dejan que sus hijos hagan lo que les plazca y el re­sultado es que los adolescentes nunca aprenden a controlar su comportamiento y siempre quieren salirse con la suya. Algunos padres educan deliberadamente a

 

sus hijos de este modo porque creen que la implicación afectuosa en la vida de los hijos combinada con la impo­sición de muy pocas restricciones producirá adolescentes creativos y seguros de sí mismos. En una familia en la que los padres utilizaban este estilo educativo, el hijo de 14 años echó a los padres de la habitación de matrimonio —equipada con un caro sistema estéreo y televisión en color—. El chico es un excelente jugador de tenis, pero se comporta como John McEnroe, despotricando y voci­ferando en la pista. Tiene pocos amigos, es indulgente consigo mismo y nuca se somete a normas ni reglas.¿Por qué iba a hacerlo? Sus padres nunca le impusieron nin­guna.

En nuestra exposición sobre los estilos educativos, hemos hablado sobre padres que se encuentran en distin­tos puntos en las dimensiones de aceptación, sensibilidad, exigencia y control. Como se muestra en la Figura 5.2, los cuatro estilos educativos —autoritario, democrático, ne­gligente e indulgente— se pueden describir en función de estas dimensiones.

En una investigación, Diana Baumrind (1991) analizó la relación existente entre el estilo educativo de los padres y las habilidades sociales de los adolescentes. Hizo una evaluación exhaustiva a partir de observaciones y entre-vistas realizadas con 139 adolescentes de 14 años de am­bos sexos y sus padres. El factor parental que más corre­lacionó con la competencia social de los adolescentes fue la sensibilidad (consideración y apoyo, por ejemplo). Y, cuando los padres presentaban comportamientos proble­máticos (por ejemplo alcoholismo o conflictos familiares), los adolescentes tenían más probabilidades de presentar problemas y tenían menos habilidades sociales. Otras in­vestigaciones han validado la creencia de que los estilos permisivos y autoritarios son estrategias menos eficaces que el estilo democrático (Durbin et al., 1993).

No obstante, se deben hacer algunas advertencias so­bre los estilos educativos. En primer lugar, estos estilos no permiten aprehender los temas importantes de la so­cialización recíproca y la sincronía.

No hemos de olvidar que los adolescentes socializan a los padres del mismo modo que los padres los sociali­zan a ellos. En segundo lugar, muchos padres utilizan una combinación de técnicas en vez de una sola, aunque puede dominar alguna de ellas. Aunque generalmente se recomienda ser consistente con el estilo educativo, un padre sensato puede creer conveniente ser más permisivo en ciertas situaciones, más au­toritario en otras y más democrático en otras.

El conflicto entre padres e hijos adolescentes

Una creencia bastante extendida es que hay una gran distancia que separa a los padres de sus hijos adolescentes llamada barrera generacional —es decir, que durante la adolescencia los valores y actitudes de los adolescentes se alejan cada vez más de los de sus padres—. En gran parte, la barrera generacional es un estereotipo. Por ejemplo, la mayoría de los adolescentes tienen creencias similares a las de sus padres sobre el valor del trabajo, la motivación de logro y las aspiraciones profesionales (Ge-cas y Seff, 1990). Asimismo, suelen tener religiones e ideas políticas similares. Como veremos enseguida, las investigaciones sobre el conflicto entre padres y adolescentes indican que una minoría de adolescentes (tal vez entre el 20 y el 25 por 100) tienen un nivel elevado de conflictos con sus padres, pero la mayoría considera estos conflictos moderados o leves.

La adolescencia temparana es un período en el que el conflicto entre padres e hijos adolescentes aumenta, superando el nivel de conflicto entre padres e hijos propio de la infancia (Montemayor, 1982; Weng y Montemayor, 1997). Este aumento de los conflictos puede obedecer a una serie de factores

 

FIGURA 5.2

Un esquema de cuatro dimensiones sobre los estilos educativos.

 

En un estudio sobre el conflicto en distintos tipos de relaciones so­ciales, los adolescentes informaron de que tenían más conflictos con su madre que con ninguna otra persona —seguidos en orden decreciente por los amigos, la pareja, los hermanos, los padres, otros adultos y los iguales (Laursen, 1995). En otro estudio en el que participaron 64 es­tudiantes de segundo de bachillerato, se realizaron entrevistas en sus casas en tres tardes seleccionadas al azar durante un período de tres semanas (Montemayor, 1982). Se pidió a los adolescentes que informaran sobre lo que les había ocurrido durante el día anterior, incluyendo cualquier conflicto que hubieran tenido con sus padres. El conflicto se definió

El conflicto con los padres aumenta al principio de la adolescencia. ¿Qué tipo de conflictos pre- como «o tú te metiste con alguno de dominan en In mayoría de las familia/ del inundo occidental?                                                                                                 tus padres o él se metió contigo;

tuviste una diferencia de opinión con alguno de tus padres; uno se enfadó mucho con el otro; te peleaste o discutiste con alguno de tus padres; uno de los dos pegó al otro.» Durante un seguimiento de 192 días, los adolescentes informaron de que habían tenido un promedio de 68 discusiones con sus padres. Esto representa 0,35 discusiones por día o una discusión cada tres días. La duración media de las discusiones fue de 11 minutos. La mayoría de los conflictos se tuvieron con las madres, predominando los que implicaban a madres e hijas.

Algunas relaciones entre padres e hijos adolescentes se caracterizan por su elevada conflictividad. Se ha es-timado que aproximadamente en el 20 por 100 de las familias los padres y los adolescentes se implican en con­flictos prolongados, intensos, repetidos y graves (Mon­temayor, 1982). Aunque este porcentaje no sea muy elevado, supone que entre 4 y 5 millones de familias nor­teamericanas presentan conflictos entre padres e hijos adolescentes intensos y estresantes. Y estos conflictos in-tensos y prolongados se asocian a diversos problemas adolescentes —irse de casa, delincuencia juvenil, dejar los estudios, embarazo y matrimonio precoces, pertenen­cia a sectas religiosas y abuso de las drogas (Brook et al., 1990)—.

Aunque en algunos casos estos problemas pueden es­tar provocados por los conflictos intensos y prolongados entre padres y adolescentes, en otros casos los problemas estaban presentes antes del inicio de la adolescencia. Por el simple hecho de que los niños son físicamente más pe­queños que los padres, estos últimos pueden suprimir fá­cilmente las conductas de oposición de los primeros. Pero en la adolescencia, el mayor tamaño y fortaleza de los hijos puede suponer la indiferencia o bien la con­frontación con los dictados paternos.

 

Judith Smetana (1988, 1993, 1997) considera que el conflicto entre padres e hijos adolescentes se puede en-tender mejor teniendo en cuenta los cambios que se pro­ducen en las capacidades cognitivas de estos últimos. En sus investigaciones, ha constatado que el conflicto entre padres y adolescentes está relacionado con los distintos enfoques que adoptan ambos al tratar diferentes temas. Por ejemplo, consideremos un adolescente cuyos padres desaprueban la manera en que viste. Los adolescentes suelen definir este tipo de cuestiones como algo personal («Es mi cuerpo y puedo hacer con él lo que quiera»), mientras que los padres consideran el tema del vestir en términos más amplios («Mira, somos una familia y tú for­mas parte de ella. Tienes la responsabilidad de vestirte co­rrectamente»). Muchas cuestiones similares llenan las vi-das de los padres y los adolescentes (tener la habitación ordenada, la hora de llegada, la elección de las amistades y otras cuestiones similares). A medida que van crecien­do, los adolescentes tienen más probabilidades de enten­der el punto de vista de sus padres y considerar las cosas en términos más amplios.

Se debe señalar que en algunas culturas hay menos conflicto que en otras. Recientemente el psicólogo norte-americano Reed Larson (1999) pasó seis meses en la In­dia estudiando adolescentes de clase media y sus familias. Observó que en la India parece haber pocos conflictos en­tre padres e hijos adolescentes y que muy pocas familias podrían etiquetarse como «autoritarias» según la catego­rización de Baumrind. Larson también comprobó que en la India los adolescentes no experimentan un proceso de ruptura con sus padres y que son los padres quienes eli­gen las futuras parejas de sus hijos. En Japón el conflic­to entre padres e hijos adolescentes también parece ser mucho menor que en Estados Unidos (Rothbaum et al., 2000; White, 1993).

A continuación analizaremos los efectos de la auto­nomía y el apego. Como en la mayoría de los temas tra­tados en este capítulo, nuestra exposición se centrará en las familias norteamericanas medias, pero debemos tener en cuenta que existen variaciones culturales en la auto­nomía y el apego de los adolescentes, como ocurre con los conflictos entre padres y adolescentes.

Autonomía y apego

Se ha dicho que solamente hay dos legados duraderos que podemos dejar a nuestros hijos —las raíces y las alas—. Estas palabras reflejan la importancia del apego y la au­tonomía en la adaptación eficaz de los adolescentes al mundo. Históricamente, los investigadores han mostrado mayor interés por la autonomía que por el apego. Sin em­bargo, recientemente se ha acrecentado el interés por el papel que desempeña el apego en el desarrollo de los ado­lescentes. Los adolescentes y sus padres viven en un mundo social coordinado que implica tanto autonomía como apego. Siendo fíeles al interés histórico por estos

procesos, comentaremos primero el papel de la auto­nomía.

La autonomía

La mayor independencia característica de la adolescencia es considerada por algunos padres como rebeldía, pero en muchos casos la afirmación de la autonomía de los ado­lescentes tiene poco que ver con los sentimientos que tie­nen hacia sus padres. Las familias psicológicamente sa­nas se adaptan a las mayores ansias de independencia de los adolescentes tratándolos de una forma más adulta y haciendo que participen en las decisiones que se toman en la familia. Las familias psicológicamente enfermas suelen quedarse estancadas en el control paterno basado en las relaciones de poder, y los padres se vuelven incluso más autoritarios en las relaciones que se establecen con sus hijos.

De todos modos, es importante reconocer que el con­trol parental puede adoptar distintas formas. En un estu­dio se comprobó que el grado de adaptación de los ado‑

Reducir los conflictos
entre padres e hijos adolescentes

¿Pueden los padres reducir los conflictos que tienen con sus hijos adolescentes? Uno de los mejores mé­todos para reducir este tipo de conflictos es la reso­lución cooperativa de problemas, cuya meta consiste en descubrir una solución que satisfaga tanto al adolescente como a sus padres. El proceso suele funcionar mejor cuando la discusión se limita a una sola cuestión y se asegura con antelación la confor­midad del adolescente en intentar encontrar una so­lución común. ¿Se le ocurren otras estrategias para reducir el conflicto entre padres e hijos adolescen­tes? Por ejemplo, piense en temas como la hora de volver a casa, la elección de los amigos, tener orde­nada la habitación, respetar a los adultos y las nor­mas para salir con chicos o chicas, y desarrolle al­gunas ideas para reducir los conflictos entre padres y adolescentes motivados por estos temas. En algu­nos casos, será imposible que padres y adolescentes lleguen a ningún acuerdo, como cuando está en jue­go la salud o la seguridad de los adolescentes. No obstante, por norma general, es mucho más factible que se reduzca el conflicto entre padres y adoles­centes cuando se permite que estos últimos partici­pen en el proceso de toma de decisiones y com­prueben que sus padres se están tomando en serio sus necesidades y deseos.

 

lescentes dependía del tipo de control ejercido por los pa­dres (Keener y Boykin, 1996). El control caracterizado por la manipulación psicológica y la imposición de la cul­pa se asoció a niveles de adaptación más bajos; el control caracterizado por el conocimiento paterno de las activi­dades del adolescente, el esfuerzo por controlar las des­viaciones del adolescente y una escasa severidad se aso-ció a una mayor adaptación.

La afirmación de la autonomía y el sentido de la res­ponsabilidad del adolescente crea confusión y conflicto en muchos padres. Los padres empiezan a temer que sus hijos se les escapen de las manos. A menudo, reaccionan incrementando el control sobre sus hijos. A veces se pro­ducen intercambios acalorados, con insultos y amenazas por una o ambas partes, y los padres hacen todo lo que sea necesario para recuperar el control. Los padres se pueden sentir frustrados porque esperaban que sus hijos siguieran sus consejos y porque les gustaría que pasaran más tiempo en familia y que crecieran para hacer las co­sas como es debido.

Para estar seguros, anticipan que sus hijos tendrán al­gunas dificultades a la hora de adaptarse a los cambios que conlleva la adolescencia, pero pocos padres son ca-paces de imaginarse ni de predecir la intensidad de los de­seos de los adolescentes de estar con otros chicos de su edad y cómo ansían demostrar que son ellos, y no sus pa­dres, los responsables de sus éxitos y fracasos.

La complejidad de la autonomía adolescente. Definir la autonomía adolescente es una empresa más compleja de lo que puede parecer en un principio (Collins, Glea­son y Sesma, 1997; Collins, Hyson y Meyer, 2000). Para la mayoría de las personas, la palabra autonomía denota autocontrol e independencia. Pero, ¿qué significa real-mente? ¿Se trata de un rasgo de personalidad interno que caracteriza consistentemente la inmunidad del adoles­cente a las influencias paternas? ¿Es la capacidad de to­mar decisiones responsables por uno mismo? ¿Implica la autonomía un comportamiento consistente en todas las áreas de la vida de un adolescente, incluyendo, el ámbito académico, las finanzas, salir con chicos o chicas y las relaciones entre iguales? ¿Cómo contribuyen los compa­ñeros y otros adultos al desarrollo de la autonomía ado­lescente?

La autonomía adolescente no es una dimensión de la personalidad de carácter unitario que se manifiesta cons­tantemente en todos los comportamientos (Hill y Holm­beck, 1986). Por ejemplo, en una investigación sobre alumnos de bachillerato, se les formularon 25 preguntas sobre su independencia con respecto a sus familias (Psat­has, 1957). El análisis de las respuestas permitió identi­ficar 4 patrones distintos de autonomía adolescente. La dimensión denominada «permisividad en las actividades externas» se reflejaba en preguntas como: «¿Tienes que explicarles a tus padres en qué te gastas el dinero?». La dimensión denominada «permisividad en las actividades relacionada con la edad» se reflejaba en preguntas como:

«¿Tus padres te acompañan a comprarte ropa?». La ter-cera dimensión relacionada con la autonomía, denomina-da «consideración parental del juicio» se reflejaba en pre­guntas como: «En las discusiones familiares, ¿tus padres te animan a que des tu opinión?». Y la última dimensión: «actividades con implicaciones de estatus» se refería a la influencia paterna en la elección del futuro profesional del hijo.

Un aspecto de la autonomía que es especialmente im­portante es la autonomía emocional, la capacidad de re­nunciar a las dependencias con respecto a los padres propias de la etapa infantil. Al desarrollar la autonomía emocional, los adolescentes dejan de idealizar progresi­vamente a sus padres, percibiéndolos como personas, en vez de como figuras paternas, y se vuelven menos de-pendientes de su apoyo emocional.

Género. La concesión paterna de autonomía durante la adolescencia se caracteriza por la existencia de diferen­cias de género, otorgando los padres generalmente mayor independencia a los chicos que a las chicas. En un estu­dio reciente se comprobó que estas diferencias de géne­ro estaban más presentes en las familias que tenían una concepción tradicional de los roles de género (Bumpus, Coutery McHale, 2001).

Actitudes de los padres. Distintos investigadores han estudiado la relación existente entre las actitudes de los padres y la autonomía de los adolescentes. En general, el estilo autoritario se asocia a una escasa autonomía ado­lescente (Hill y Steinberg, 1976). El estilo democrático se asocia a mayores niveles de autonomía adolescente (Kan-del y Lesser, 1969), aunque los hallazgos a este respecto son menos consistentes.

Cultura, factores demográficos y autonomía adoles­cente. Las expectativas sobre la cronología aproximada de la autonomía adolescente suelen variar entre culturas, padres y adolescentes. Por ejemplo, en las familias nor­teamericanas de raza blanca, las madres solteras y los adolescentes, predominan las expectativas de autonomía precoz más que en las familias latinas o asiáticas que vi-ven en Estados Unidos (Feldman y Rosenthal, 1990).

En un estudio transcultural reciente se concluyó que los adolescentes norteamericanos afirman su autonomía con respecto a sus padres antes que sus homólogos japo­neses (Rothbaum et al., 2000). Incluso los adolescentes asiáticos criados en Estados Unidos no suelen afirmar su autonomía tan pronto como los angloamericanos (Green­berger y Chu, 1996). En la transición a la etapa adulta, a muchos japoneses les sorprendía la costumbre norteame­ricana de pedir préstamos para costearse los estudios, una práctica que, según ellos, implica una distancia incómo­da entre los miembros de la familia (Lebra, 1994). Asi­mismo, en la transición a la edad adulta, los japoneses tienden menos que los norteamericanos a vivir fuera del hogar paterno (Hendry, 1999).

 

Autonomía e ingreso en la universidad. Muchos jóve­nes experimentan una transición en el desarrollo de la au­tonomía cuando dejan el hogar paterno y cambian de re­sidencia para cursar estudios universitarios (Bleeker et al., 2002: Silver. Levitt y Santos. 2002). La transición del instituto a la universidad implica un incremento de la au­tonomía para la mayoría de las personas. En algunos ado­lescentes se instaura la añoranza del hogar paterno; a otros les parece maravilloso poder disfrutar de los privi­legios de la vida sin tener a los padres controlando sus vi-das. Pero, para la mayoría de los adolescentes cuyas fa­milias han sido escindidas por la separación o el divorcio, abandonar el hogar paterno puede ser un acontecimiento muy duro. En estas familias, muchas veces los adoles­centes desempeñan el papel de confidentes, consoladores e incluso cuidadores de sus padres y hermanos. En pala­bras de un estudiante de primero de carrera: «Me siento responsable de mis padres. Imagino que no debería sen­tirme así, pero no lo puedo evitar. Esto dificulta mi sepa-ración con respecto a ellos e interfiere con mi deseo de liberarme de los problemas de los demás y de desarrollar una identidad propia.» Pero para otros estudiantes la in-dependencia asociada al hecho de ingresar en la univer­sidad no es tan estresante. Según Brian, de 18 años: «Ha­cerse adulto no es tan duro. Estoy aprendiendo a llevar mi propio talonario de cheques, reservar mis vuelos, lavar-me la ropa y, lo más duro de todo, levantarme por las ma­ñanas. Mi madre ya no está ahí para aporrear la puerta.» En una investigación, se estudió la separación psicológica y el nivel de adaptación de 130 estudiantes de primero de carrera y de 123 veteranos (Lapsley, Rice y Sha-did, 1989). Como era de esperar, los novatos mostraron una mayor dependencia psicológica con respecto a sus padres y un peor ajuste social y personal que los veteranos. Las adolescentes también mostraron una mayor dependencia psicológica con respecto a sus padres que los jóvenes. En otro estudio realizado recientemente, se puso de manifiesto que las relaciones entre padres e hijos eran menos satisfactorias antes de la transición del instituto a la universidad (Silver. 1995). Y en otro estudio, los alumnos que tuvieron que abandonar el hogar paterno para ir a la universidad informaron de que se sentían más cerca de sus madres, tenían menos conflictos con sus progenitores y mayor autonomía y control del proceso de la toma de decisiones que los estudiantes universitarios que seguían viviendo con sus padres (Holmbeck, Durbin y Kung. 1995).

Escaparse de casa. ¿Por qué se escapan de casa los adolescentes? Generalmente, los adolescentes que se es-capan de casa se sentían muy infelices en el hogar pater­no. Los motivos que llevan a muchos de ellos a escaparse de casa pueden parecer legítimos desde cualquier escala de valores. Cuando se escapan, no suelen dejar pis­tas sobre adonde han ido —simplemente desaparecen—. Muchos de ellos huyen de familias en las que un padre o un adulto les pega o abusa sexualmente de ellos. Sus

vidas pueden estar en peligro diariamente. Sus padres pueden ser drogadictos o alcohólicos. En algunos casos proceden de familias tan pobres que no pueden vestirse ni alimentarse adecuadamente. Sus padres pueden estar tan estresados por sus problemas de pareja que son inca-paces de proporcionar a sus hijos las atenciones y la com­prensión que necesitan. Por lo tanto, los adolescentes bus-can en la calle las recompensas emocionales y materiales que no encuentran en sus casas.

Pero no todos los adolescentes que se escapan de casa pertenecen a las clases más desfavorecidas. Las parejas adolescentes, cuando sus padres no aceptan su relación, pueden decidir fugarse juntos. Un adolescente de clase media puede pensar que ya no soporta más la hipocresía de sus padres —que intentan que él viva respetando de-terminados valores morales, mientras que ellos siguen un conjunto de ideales falsos y disolutos—. Otro adolescente puede vivir con unos padres que se están peleando constantemente.

Cualquiera de estos adolescentes podría creer que se-ría más feliz fuera de su casa. En un estudio reciente se concluyó que los adolescentes sin hogar habían recibido malos tratos de sus padres, habían recibido más castigos y afirmaban que sus padres les quería menos que los ado­lescentes que vivían en el hogar paterno (Wolfe, Toro y Caskill, 1999).

Necesitar a los padres
como guías

Stacey Christensen, de 16 años: «Tengo la suerte de po­der comunicarme abiertamente con mis padres. Siempre que necesito ayuda o simplemente cuando necesito ha­blar, mis padres están ahí para escucharme. Mi consejo para los padres es que dejen que sus hijos adolescentes crezcan a su propio ritmo, que sean receptivos y abiertos con ellos y que les transmitan el mensaje de que pueden contar con ellos cuando sea preciso. Necesitamos una guía: los padres deben ayudarnos, pero no agobiarnos.»

 

Escaparse de casa suele ser un proceso gradual: el adolescente empieza a pasar menos tiempo en casa y más tiempo en la calle o con sus iguales. Es posible que los padres le digan que quieren verlo y que tratan de enten­derle, pero los chicos que se escapan de casa suelen sen­tirse incomprendidos y creen que sus padres se preocu­pan más de sí mismos que de ellos.

Los adolescentes que se escapan de casa son espe­cialmente proclives a abusar de las drogas (McLean y Pa­radise, 1997). En una investigación que formaba parte del National Longitudinal Study of Youth Survey, el hecho de escaparse de casa a los 14 o 15 años se asoció al abuso de las drogas y a los problemas con el alcohol al cabo de cuatro años, cuando los adolescentes tenían 18 o 19 años (Windle, 1989). Los chicos que se habían escapado de casa repetidamente tenían más probabilidades de abusar de las drogas que los que sólo se habían escapado una vez. Tanto los que se habían escapado de casa una vez como los que lo habían hecho varias veces tenían más probabilidades de haber dejado los estudios cuando fue-ron evaluados después de cuatro años.

Se deben tomar medidas para garantizar el bienestar físico y psicológico de los adolescentes que se escapan de casa. Durante los últimos años, se han establecido telé­fonos de atención de cobertura nacional y carácter gra­tuito, así como centros de acogida temporales. De todos modos, estos centros todavía son demasiado escasos y suelen ofrecer una ayuda psicológica profesional insufi­ciente.

Una excepción en Estados Unidos la encontramos en el centro de acogida temporal de Dallas (Texas) llamado Casa de los Amigos. En este centro, hay plazas para 20 adolescentes, quienes, aparte de poder satisfacer sus ne­cesidades vitales, reciben asistencia médica y legal. Ade­más del personal fijo, integrado por 13 profesionales (que incluyen psicólogos y abogados), en el centro también trabajan voluntarios e internos con estudios preuniversi­tarios y universitarios. A cada joven que ingresa en el cen­tro de acogida se le asigna un tutor, y participa en sesio­nes grupales diarias en las que comparte sus sentimientos y experiencias con sus compañeros y viceversa. Cuando es posible, los tutores exploran la posibilidad de trabajar con las familias de los chicos para ver si todos los miem­bros de la familia pueden aprender a ayudarse los unos a los otros de forma más competente que en el pasado. Se-ría deseable que se creasen más centros como la Casa de los Amigos tanto en Estados Unidos como en otros paí­ses.

Conclusiones. Resumiendo, la capacidad de obtener autonomía y ganar control sobre el propio comportamiento durante la adolescencia se puede adquirir cuando los adul­tos reaccionan de forma apropiada ante las ansias de auto­nomía y control de los adolescentes. Al inicio de la adoles­cencia, el individuo promedio carece de los conocimientos necesarios para tomar decisiones adecuadas y maduras en todas las áreas de la vida. Conforme el adolescente va re‑

clamando una mayor autonomía, el adulto sensato sabe re­nunciar al control en aquellas áreas en que el adolescente es capaz de tomar decisiones razonables y seguirle guian­do en aquéllas donde sus conocimientos y experiencia sean más limitados. Gradualmente, los adolescentes van adqui­riendo la capacidad de tomar decisiones maduras por sí mismos. En el próximo apartado profundizaremos en lo erróneo que es considerar el desarrollo de la autonomía al margen de la vinculación con los padres.

Apego y vinculación

Los adolescentes no se limitan a irse alejando de las in-fluencias paternas para poder tomar decisiones por sí mis­mos. A medida que se van volviendo más autónomos, es psicológicamente saludable para ellos que se sientan vin­culados afectivamente a sus padres.

Apego seguro e inseguro. Los teóricos del apego, como el psiquiatra británico John Bowlby (1989) y la psicólo­ga del desarrollo norteamericana Mary Ainsworth (1979) sostienen que el apego seguro durante la primera infan­cia es muy importante en el desarrollo de las habilidades sociales.

En el apego seguro, los bebés utilizan al cuidador, ge­neralmente la madre, como una base segura desde donde explorar el entorno. Se ha hipotetizado que el apego se-guro es uno de los puntales del desarrollo psicológico posterior durante la infancia, la adolescencia y la etapa adulta. En el apego inseguro, los bebés o bien evitan al cuidador o muestran una ambivalencia o resistencia con­siderable hacia él. Se ha hipotetizado que el apego inse­guro está relacionado con dificultades en las relaciones V problemas en el desarrollo posterior.

En la última década, los especialistas en desarrollo han empezado a explorar el papel que desempeñan el ape­go seguro y otros conceptos relacionados, como la vin­culación a los padres, en la adolescencia (Alien, Hauser y Borman-Spurrell, 1996; Becker etai, 2000; Eastbrooks y Biesecker, 2002; Kobak, 1999). Estos autores conside­ran que el apego seguro a los padres durante la adoles­cencia puede facilitar el bienestar y el ajuste social del adolescente, tal como se refleja en características como la autoestima, el ajuste emocional y la salud física (Cooper, Shaver y Collins, 1998; Juang y Nyugen, 1997). Joseph Allen y sus colaboradores (Alien et al., 1994, 1996; Alien y Kuperminc, 1995) constataron que los adolescentes con apego seguro tienen unas probabilidades algo inferiores de presentar comportamientos problemáticos. En un es­tudio reciente, el apego seguro, tanto a la madre como al padre, correlacionó positivamente con las relaciones de los adolescentes con sus iguales y amigos (Lieberman, Doyle y Markiewick, 1999).

Muchos estudios que evalúan el apego seguro e in-seguro durante la adolescencia utilizan la Entrevista de Apego para Adultos (AAI) (George, Main y Kaplan, 1984). Esta entrevista examina los recuerdos individuales

 

de las relaciones de apego significativas. A partir de las respuestas a las preguntas de la AAI, los individuos se pueden clasificar como seguros-autónomos (que se co­rresponde con el apego seguro durante la primera infan­cia) o en alguna de las siguientes categorías de apego in-seguro:

El apego evitativo es una categoría de apego insegu­ro en la que la persona resta importancia al apego. Esta categoría se asocia a experiencias consistentes de recha­zo de las necesidades de apego por parte de los cuida-dores. Una de las posibles repercusiones de este tipo de apego es que los padres y el adolescente se van distan-ciando mutuamente, lo que reduce la influencia de los padres. En un estudio se detectó una relación entre este tipo de apego y el comportamiento agresivo de los ado­lescentes.

El apego ansioso/ambivalente es una categoría de apego inseguro en la que el adolescente está excesiva-mente sintonizado con las experiencias de apego. Esto ocurre cuando los padres no están disponibles para el adolescente deforma consistente. Lo que puede provocar una exacerbación de los comportamientos de búsqueda de apego, mezclados con sentimientos de enfado. El con­flicto existente entre padres y adolescentes en este tipo de apego puede ser excesivo para que se pueda producir un desarrollo saludable.

El apego desorganizado/no resuelto es una catego­ría de apego inseguro en la que el adolescente tiene un nivel inusualmente elevado de miedo y puede sentirse de­sorientado. Puede ser la consecuencia de experiencias tan traumáticas como la muerte de un padre o los malos tratos patern os.

Transiciones evolutivas. La autonomía y la vincula­ción a la familia sufren grandes transformaciones duran-te la adolescencia. En un estudio llevado a cabo en Es­tados Unidos, por Reed Larson y sus colaboradores (1996), en el que participaron 220 adolescentes de raza blanca y clase media de entre 10 y 18 años se les pidió que, cuando sonara un avisador, que se les había pro­porcionado previamente, en momentos seleccionados aleatoriamente, indicaran con quién estaban, qué estaban haciendo y cómo se sentían. La cantidad de tiempo que pasaban los adolescentes con sus familias se redujo del 35 por 100, a los 10 años de edad, al 14 por 100, a los 18 años, lo que sugiere que la autonomía aumenta con la edad. De todos modos, también se detectó un incremen­tó de la vinculación a la familia con el paso del tiempo, aumentando la cantidad de conversaciones familiares so­bre cuestiones interpersonales, especialmente en las chi­cas. Conforme se iban haciendo mayores, los adolescen­tes tenían más probabilidades de verse a sí mismos dirigiendo las interacciones familiares. Asimismo, des­pués de una reducción a principios de la adolescencia, los adolescentes de más edad informaron de que sus afectos hacia los demás miembros de la familia eran más favorables.

Conclusiones. Resumiendo, el modelo antiguo de rela­ciones entre padres e hijos adolescentes sugería que, con-forme los adolescentes van madurando, se van desape­gando de sus padres y adentrándose en un mundo de autonomía aparte del de sus padres. El modelo antiguo también sugería que el conflicto entre padres e hijos ado­lescentes era intenso y estresante a lo largo de toda la adolescencia.

El nuevo modelo enfatiza que los padres actúan como importantes figuras de apego y como recursos y sistemas de apoyo, mientras los adolescentes van explorando un mundo social cada vez más amplio y complejo. Este mo­delo también enfatiza que en la mayoría de las familias el conflicto entre padres y adolescentes es moderado en vez de intenso y que las negociaciones y disputas meno­res son algo normal, desempeñando la función evolutiva positiva de promover el desarrollo de la independencia y la identidad (véase la Figura 5.3 en la página siguiente).

Hasta aquí, en este capítulo, hemos analizado la na­turaleza de los procesos familiares y las relaciones entre padres e hijos adolescentes. Además de las relaciones en­tre padres e hijos, en el mundo familiar de la mayoría de adolescentes existe otro aspecto —las relaciones entre hermanos—, que estudiaremos a continuación.

RELACIONES ENTRE HERMANOS

Sandra explica a su madre lo que ha ocurrido en un con­flicto que ha tenido con su hermana:

Acabábamos de llegar a casa después de jugar a la pelota. Me senté en el sofá cerca de la lámpara para po­der leer. Sally (su hermana) me dijo: «Ya te estás levan­tando. Yo estaba sentada ahí antes que tú. Sólo me había levantado para beber algo». Yo le contesté que no me daba la gana y que no veía su nombre escrito en el sofá. Me enfadé mucho y la empujé —se le cayó la bebida en-cima—. Entonces ella se enfureció conmigo; me aplastó contra la pared, golpeándome y arañándome. Yo conse­guí arrancarle un mechón de pelos.

En este punto, Sally entra en la habitación y empieza a explicarle a su madre su versión de la historia. Sandra la interrumpe: «Mamá, siempre te pones de su parte». ¿Le recuerda a algo esta escena? ¿Qué nivel de conflicto ca­racteriza las relaciones entre hermanos?

Al examinar los roles que desempeñan los hermanos en el desarrollo social, comprobaremos que el conflicto es una dimensión común de las relaciones entre herma­nos, pero éstos también pueden desempeñar muchos ro-les distintos en el desarrollo social.

El rol de los hermanos

En los países occidentales, más del 80 por 100 de los ado­lescentes tienen uno o más hermanos. Como saben todas

 

FIGURA 5.3

El modelo antiguo y el nuevo modelo basado en las relaciones entre padres e hijos adolescentes.

 

las personas que tienen hermanos, el conflicto entre Sally y Sandra que acabamos de describir es un estilo de inte­racción bastante habitual entre hermanos. Las relaciones entre hermanos durante la adolescencia abarcan ayudar, compartir, enseñar, pelear y jugar, y los hermanos pueden actuar como apoyos emocionales, rivales y confidentes (Zukow-Goldring. 2002). En un estudio reciente, se com­probó que las relaciones positivas entre hermanos duran-te la adolescencia contribuyen a generar una sensación de apoyo en el ámbito emocional y académico (Seginer, 1998).

En algunos casos, los hermanos ejercen un influjo so­cializador mayor que el de los padres (Teti, 2002). Una persona cuya edad se aproxima más a la del adolescente —como un hermano— puede entender mejor los proble­mas del adolescente y comunicarse de forma más eficaz con él que los padres. En el enfoque de muchas cuestio­nes, como las relaciones con los compañeros o con pro­fesores muy duros y los temas tabú (como el sexo), los hermanos pueden tener una mayor influencia sobre la socialización de los adolescentes que los padres. En otro estudio, los hermanos menores indicaron que veían a sus hermanos mayores como fuentes de apoyo en activida‑

des tanto sociales como académicas (Tucker, McHale y Crouter, 2001). Asimismo, se ha comprobado que los adolescentes presentan un comportamiento más consis­tente cuando interactuan con sus hermanos y más variado cuando lo hacen con sus padres (Baskett y Jonson, 1982). En este estudio, se comprobó que los adolescentes inte­ractuaban de manera mucho más agresiva con sus her­manos que con sus padres. Asimismo, los adolescentes informaron de que con sus hermanos tenían un nivel de conflicto más alto que con ninguna otra persona (Buhr­mester y Furman, 1990).

Los cambios evolutivos

Aunque las relaciones entre hermanos adolescentes reve­lan un nivel elevado de conflicto en comparación con las relaciones de los adolescentes con otros agentes sociales (por ejemplo, los padres, los iguales, los profesores y las parejas), existen pruebas de que el conflicto entre her­manos es menos intenso en la adolescencia que en la in­fancia. En un estudio reciente, se concluyó que la dismi­nución de los conflictos entre hermanos durante la

 

Mi relación con mi hermana

«Como muchos hermanos y hermanas, mi hermana y yo tenemos nuestras peleas. A veces, cuando hablo con ella, ¡es como si le estuviera hablando a un ladrillo! Cuando se enfurece conmigo, su reacción favorita es explotar y dar un portazo. Al cabo de un rato, yo me tranquilizo. Cuando me calmo, me doy cuenta de lo absurdo que es pelearme con mi hermana. La busco y le pido perdón. Es mucho mejor tranquilizarse y disculparse que seguir pe­leando y empeorar las cosas.»

Cynthia, 11 años.

adolescencia se debe, en parte, a la menor cantidad de tiempo que los hermanos pasan juntos (Buhrmester y Furman, 1990). Esta disminución también refleja una transformación básica en la estructura de poder de las re­laciones entre hermanos que parece tener lugar en la ado­lescencia. Durante la infancia hay una evidente asimetría de poder, con el hermano mayor despeñando frecuente-mente el papel de «jefe», director o cuidador. A menudo esta asimetría de poder genera conflictos cuando el her­mano mayor intenta forzar al menor para que obedezca sus deseos. Cuando el hermano menor crece y adquiere un nivel similar al del hermano mayor, la asimetría de po­der disminuye. Conforme va progresando la adolescen­cia, la mayoría de los hermanos aprenden a relacionarse entre sí de una forma más igualitaria y, al hacerlo, consi­guen resolver sus diferencias en mayor medida que du­rante la infancia. De todos modos, como hemos visto an­tes, el conflicto entre hermanos durante la adolescencia sigue siendo razonablemente intenso.

El orden de nacimiento

El orden de nacimiento ha sido un tema que ha interesa-do especialmente a los investigadores, quienes han inten­tado identificar las características asociadas al hecho de ocupar uno u otro lugar en la secuencia de nacimientos de una familia. Los primogénitos se han descrito como más orientados hacia los adultos, más atentos, más con­formistas, más ansiosos y autocontrolados y menos agre­sivos que sus hermanos menores. Las demandas paternas y los altos estándares establecidos para los primogénitos pueden determinar que tengan un rendimiento académi­co y profesional superior al de sus hermanos (Furman y Lanthier, 2002). De todos modos, algunas de las presio­nes que tienen que soportar los primogénitos para ajus‑

tarse a las elevadas expectativas que los padres generan sobre ellos pueden ser la razón de que también presenten más sentimientos de culpa y ansiedad, una mayor difi­cultad para afrontar situaciones estresantes, y que tiendan a solicitar más ayuda psicológica.

El orden de nacimiento también influye sobre las re­laciones que mantienen los hermanos entre sí (Vandell, Minnet y Santrock, 1987). Los hermanos mayores adop­tan invariablemente el rol dominante en las interacciones y afirman sentirse resentidos por el hecho de que los pa­dres hayan dado un trato preferente a sus hermanos me­nores.

¿Cómo son los hermanos que ocupan posiciones in­termedias en la secuencia de nacimientos? Caracterizar a los hermanos que ocupan posiciones intermedias en la se­cuencia de nacimientos es difícil porque pueden ocupar puestos diferentes (en función del número total de her­manos que haya en la familia). Por ejemplo, se puede tra­tar del segundo varón nacido en una familia de dos her­manos o de la tercera hermana en una familia de cuatro hijos. En las familias de dos hermanos, el perfil del más pequeño depende del sexo del primogénito. Por ejemplo, un niño que tenga una hermana mayor tiene más proba­bilidades de desarrollar intereses «femeninos» que un niño que tenga un hermano mayor. Generalmente, los hermanos pequeños de una familia de dos hijos suelen te­ner mejores relaciones con sus iguales que los primogé­nitos. Los hermanos nacidos en último lugar, a quienes los demás miembros de la familia se suelen referir como el «bebé» incluso después de que hayan superado la pri­mera infancia, corren el riesgo de ser muy dependientes. Los hermanos que ocupan una posición intermedia en el orden de nacimientos suelen ser más diplomáticos y a menudo adoptan el papel de negociadores cuando surgen disputas (Sutton-Smith, 1982),

Existe una creencia muy extendida de que los hijos únicos son «mimados» y presentan características tan indeseables como la dependencia, la falta de autocontrol y el egocentrismo. Pero las investigaciones ofrecen una imagen mucho más positiva del hijo único, que suele tener una clara orientación hacia la motivación de logro y una personalidad tan sana, como los hermanos que ocupan posiciones posteriores en la secuencia de nacimientos y con los hijos de familias numerosas (Thomas, Coffman y Kipp, 1993).

Hasta aquí, nuestras consideraciones sobre los efectos del orden de nacimiento sugieren que este factor puede ser un buen predictor del comportamiento de un adolescente. No obstante, una cantidad cada vez mayor de investiga-dores consideran que el efecto del orden de nacimiento se ha exagerado y sobrevalorado. Los críticos sostienen que, cuando se tienen en cuenta todos los factores que influyen sobre el comportamiento adolescente, el orden de naci­miento pierde gran parte de su valor predictivo. Conside­remos exclusivamente las relaciones entre hermanos. No sólo varían en función del orden de nacimiento, sino tam­bién en función de la cantidad de hermanos, sus edades,

 

el espaciamiento entre sus nacimientos y su sexo. Por ejemplo, en un estudio se comprobó que las parejas for­madas por dos hermanos varones tenían relaciones menos positivas (menos afectuosas, menos íntimas) y una menor resolución de conflictos que los pares hemano / hermana y los integrados por dos hermanas (Cole y Kerns, 2001).

Consideremos también el temperamento de los her­manos. Los investigadores han constatado que tanto los rasgos de temperamento de los hermanos, como ser «fá­ciles» o «difíciles», como el tratamiento diferencial que les hayan dado sus padres influyen sobre las relaciones entre hermanos (Brody, Stoneman y Burke, 1978). Los hermanos con un temperamento «fácil» que tienden a re­cibir un tratamiento similar son los que se llevan mejor, mientras que los hermanos de temperamento «difícil» o aquellos cuyos padres tratan a alguno de ellos de manera preferente son los que se llevan peor.

Aparte del temperamento y del tratamiento paterno diferencial, existen otros factores importantes en la vida de los adolescentes que influyen sobre su comportamien­to, además del orden de nacimiento. Entre ellos se inclu‑

yen la herencia, los modelos de competencia o incompe­tencia que los padres presentan a los adolescentes, las in-fluencias de los iguales, las influencias de los centros de enseñanza, los factores socioeconómicos, los factores sociohistóricos, las variaciones culturales y un largo etcétera. Cuando alguien le diga que los primogénitos son siempre de tal modo, mientras que los hijos nacidos en úl­timo lugar son siempre de otro modo, ahora usted sabrá que está haciendo afirmaciones simplistas sin tener en cuenta la complejidad de todos los factores que influyen sobre el comportamiento adolescente.

De todos modos, conviene tener en cuenta que, aun-que el orden de nacimiento no sea un buen predictor del comportamiento adolescente, las relaciones e interaccio­nes entre hermanos son dimensiones importantes de los procesos familiares durante la adolescencia.

Desde el último repaso, hemos estudiado muchos as­pectos de las relaciones entre padres e hijos adolescentes y de las relaciones entre hermanos. El siguiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacio­nados con estos temas.

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 2

Comentar las relaciones entre padres e hijos adolescentes.

  • § Existe una creciente tendencia a conceptualizar a los padres como elemen­tos organizadores de las vidas de los adolescentes.
  • § Los principales estilos educativos que utilizan los padres son el autoritario, el democrático, el negligente y el indulgente. El estilo democrático se asocia al desarrollo de habilidades sociales en los adolescentes más que los otros es tilos.
  • § El conflicto entre padres e hijos adolescentes aumenta al inicio de la adoles­cencia, pero suele ser moderado y puede tener una función evolutiva positi­va de exploración de la independencia y la identidad. El concepto de barre­ra generacional es una exageración, aunque hasta en el 20 por 100 de las familias el conflicto entre padres e hijos adolescentes es excesivo y se asocia a problemas adolescentes.
  • § A muchos padres les cuesta afrontar las ansias de autonomía de los adoles­centes. La autonomía es un concepto complejo que tiene muchos referentes. Las transiciones evolutivas en autonomía incluyen la llegada de la pubertad y el momento en que los adolescentes abandonan el hogar paterno para es­tudiar en la universidad. Una preocupación especial relacionada con la auto­nomía son las escapadas de casa. Los padres sensatos renuncian al control en aquellas áreas donde el adolescente es capaz de tomar decisiones maduras y retienen un mayor control en aquéllas donde el adolescente toma decisiones inmaduras. La conquista de la autonomía no implica que los adolescentes se limiten a alejarse de los padres, entrando en un mundo completamente ais­lado del de aquéllos. El apego a los padres durante la adolescencia incre­menta las probabilidades de que un adolescente sea socialmente competen-te y explore un mundo social cada vez más amplio de una forma saludable. Los investigadores cada vez clasifican más el apego durante la adolescencia en una categoría segura (apego seguro-autónomo) y tres categorías inseguras (apego evitativo, apego ansioso/ambivalente y apego desorganizado/no re-suelto).

 

PARA TU REVISIÓN (continuación)

Objetivo de aprendizaje 3

Saber algo más sobre las relaciones entre hermanos.

  • § Las relaciones entre hermanos suelen ser más conflictivas que las relaciones con otros individuos. De todos modos, los adolescentes también comparten muchos momentos positivos con sus hermanos a través del apoyo emocional y la comunicación social.
    • A pesar de que el conflicto entre hermanos durante la adolescencia es razo­nablemente alto, suele ser menor que durante la infancia.
    • § El orden de nacimiento ha acaparado el interés de los investigadores y se han identificado diferencias entre los primogénitos y los hijos que ocupan posi­ciones posteriores en la secuencia de nacimientos. Los hijos únicos suelen te ner más habilidades sociales de lo que sugiere el estereotipo del «niño mi­mado». Una cantidad creciente de investigadores consideran que los efectos del orden de nacimiento se han exagerado y que hay otros factores que son más importantes para predecir el comportamiento adolescente.

 

 

Hasta aquí, en este capítulo, hemos revisado la natu­raleza de los procesos familiares, las relaciones entre pa­dres e hijos adolescentes y las relaciones entre hermanos. A continuación analizaremos los cambios que ha experi­mentado la familia en el seno de una sociedad dinámica.

LOS CAMBIOS QUE HA EXPERIMENTADO LA FAMILIA EN EL SENO

DE UNA SOCIEDAD DINÁMICA

Actualmente hay más adolescentes creciendo en una gran variedad de estructuras familiares que en ningún otro mo­mento de la historia (Hernández, 1997). Muchas madres pasan la mayor parte del día separadas de sus hijos. Más de una de cada dos madres con hijos menores de 5 años, y más de dos de cada tres madres con hijos entre 6 y 17 años tienen un trabajo asalariado. La cantidad de adoles‑

centes que están creciendo en hogares monoparentales es asombrosa. En comparación con otros países, Estados Unidos es el país que tiene un mayor porcentaje de fa­milias monoparentales (véase la Figura 5.4). Asimismo, a los 18 años, aproximadamente la cuarta parte de los adolescentes norteamericanos han vivido en algún mo­mento de su vida en el seno de una familia reconstituida.

Los efectos del divorcio

En lo que respecta a los efectos del divorcio, trataremos las siguientes cuestiones: ¿Los adolescentes pertenecien­tes a familias intactas están más adaptados que sus ho­mólogos cuyos padres se han divorciado? ¿Deberían los padres permanecer juntos por el bien de los niños o ado­lescentes? ¿Cuánto importan las habilidades parentales en las familias divorciadas? ¿Qué factores influyen sobre el

 

FIGURA 5.4

Familias monoparentales en distintos países.

Este gráfico muestra el porcentaje de familias monoparentales con hijos menores de 18 años.

 

riesgo y la vulnerabilidad individual de los adolescentes cuyos padres se han divorciado? ¿Qué papel desempeña el nivel socioeconómico en la vida de los adolescentes pertenecientes a familias divorciadas? (Hetherington, 1999, 2000; Hetherington y Kelly, 2002; Hetherington y Stanley-Hagan, 2002).

El nivel de adaptación de los adolescentes en las familias divorciadas

La mayoría de los investigadores coinciden en señalar que los niños y adolescentes cuyos padres se han divor­ciado tienen más problemas de adaptación que sus ho­mólogos pertenecientes a familias en las que no ha teni­do lugar un divorcio (Amato y Keith, 1991). Los que han vivido múltiples divorcios tienen más riesgos. Los ado­lescentes pertenecientes a familias divorciadas, compara-dos con los que viven en familias intactas, tienen más probabilidades de presentar problemas académicos, pro­blemas de conducta (como el comportamiento impulsivo y la delincuencia) y problemas psicológicos (como la an­siedad y la depresión), así como una menor responsabili­dad social y menos relaciones íntimas satisfactorias.

También tienen más probabilidades de dejar antes los estudios, mantener relaciones sexuales a temprana edad, consumir drogas, relacionarse con iguales que presenten una conducta antisocial y tener una baja autoestima (Con­ger y Chao, 1996).

Aunque hay bastante consenso sobre el hecho de que los adolescentes pertenecientes a familias donde ha teni­do lugar un divorcio presentan más problemas de adapta­ción que aquellos cuyos padres no se han divorciado, no hay tanto consenso en lo referente a la intensidad de es-tos efectos (Buchman, en prensa; Hetherington, Bridges e Insabella, 1998). Algunos investigadores afirman que los efectos del divorcio son escasos y que se han ido re­duciendo conforme el divorcio se ha ido extendiendo en la sociedad (Amato y Keith, 1991). Sin embargo, otros sostienen que una cantidad significativamente superior de adolescentes procedentes de familias divorciadas (entre el 20 y el 25 por 100) presentan problemas de adaptación, en comparación con los adolescentes cuyos padres no se han divorciado (sólo un 10 por 100) (Hetherington y Jodl, 1994; Hetherington y Stanley-Hagan, 2000). De todos modos, la mayoría de los adolescentes cuyos padres se han divorciado no presentan este tipo de problemas (Emery, 1999). El grueso de las investigaciones indica que la mayoría de los adolescentes superen el divorcio de sus padres sin problemas.

¿Deberían los padres seguir juntos por el bien de los hijos?

Si los padres deberían o no mantener una relación insa­tisfactoria y conflictiva por el bien de los hijos es una de las preguntas que se formulan con más frecuencia (Het­herington, 1999, 2000; Hetherington y Kelly, 2002). Las

tensiones y el deterioro de las relaciones familiares aso­ciadas a un matrimonio insatisfactorio y conflictivo pue­den ir en detrimento del bienestar de los hijos; si estos efectos negativos se reducen con la separación de los pa­dres, el divorcio puede ser una buena solución.

Pero, si la reducción del poder adquisitivo y los ries­gos asociados al divorcio van acompañados de la incapa­cidad de los padres para educar a sus hijos y de un au­mento de los conflictos, no sólo entre los miembros de la pareja divorciada sino también entre padres e hijos y en­tre hermanos, la mejor elección para los hijos podría ser mantener un matrimonio infeliz. Hay tantos condicio­nantes, que es muy difícil determinar qué es mejor en un matrimonio que no funciona: que los padres sigan juntos o que se divorcien.

¿Cómo influyen los procesos familiares en las familias divorciadas?

En las familias donde ha tenido lugar un divorcio, los pro­cesos familiares tienen una importante influencia. Cuan-do los padres divorciados tienen una relación armónica y utilizan un estilo educativo democrático, la adaptación de los adolescentes mejora considerablemente (Hethe­rington, 2000; Hetherington, Bridges e Insabella, 1998; Hetherington y Stanley-Hagan, 2002). Diversas investi­gaciones han mostrado que durante el año que sigue in­mediatamente al divorcio se produce un desequilibrio, que incluye una reducción de las habilidades parentales, pero generalmente dos años después del divorcio se ha restablecido el equilibrio y han mejorado las habilidades parentales (Hetherington, 1989). Aproximadamente entre un cuarto y un tercio de los adolescentes cuyos padres se han divorciado, en comparación con el 10 por 100 de aquellos en cuya familia no se ha producido ningún di­vorcio, se desvinculan de sus familias y pasan la menor cantidad posible de tiempo en casa interactuando con los demás miembros de la familia (Hetherington y Jodl, 1994). Esta falta de vinculación es mayor en los chicos que en las chicas. De todos modos, si existe un adulto fuera del hogar familiar, como por ejemplo un tutor, la desvinculación puede ser una solución positiva cuando la situación que está atravesando la familia está muy dete­riorada y/o es muy conflictiva.

¿Qué roles desempeñan los padres divorciados que no tienen la custodia de sus hijos en la vida de estos últimos? La mayoría de los padres que no viven con sus hijos es­tablecen una relación amistosa o de compañerismo con sus hijos más que una relación paternofilial tradicional (Munsch, Woodward y Darling, 1995). Quieren que las visitas sean agradables y entretenidas, por lo que son re­ticentes a imponer disciplina. Tienden menos que los pa­dres no divorciados a criticar, controlar y evaluar el com­portamiento de sus hijos o a ayudarles en tareas como los deberes (Bray y Berger, 1993). No parece haber ninguna relación entre la frecuencia de los contactos con los pa­dres que no tienen la custodia y el nivel de adaptación de

 

los adolescentes (Amato y Keith, 1991). Lo que importa es la calidad del contacto. En condiciones de escaso con­flicto, el hecho de que los padres que no tienen la custo­dia participen en distintas actividades con sus hijos y uti­licen un estilo educativo democrático resulta beneficioso para los hijos, especialmente para los de sexo masculino (Lindner-Gunnoe, 1993). Sabemos menos sobre las ma­dres que no tienen la custodia de sus hijos que sobre los padres que carecen de ella, pero estas madres son menos proclives a controlar y evaluar el comportamiento de sus hijos que las que tienen la custodia (Furstenberg y Nord, 1987). El afecto, el apoyo y el control de las madres que no tienen la custodia puede mejorar el nivel de adaptación de los hijos (Lindner-Gunnoe, 1993).

¿Qué factores hacen que aumente el riesgo

y la vulnerabilidad de un adolescente procedente de una familia divorciada?

Entre los factores a considerar se incluyen el nivel de adaptación previo al divorcio, la personalidad y tempera-mento, el estatus evolutivo, el género y el tipo de custo­dia. Los niños y adolescentes cuyos padres demoran la decisión de divorciarse muestran una peor adaptación an­tes que después de la ruptura (Amato y Booth, 1996). Cuando se controlan los niveles alcanzados por las con­ductas problemáticas previas al divorcio, las diferencias entre la familias divorciadas y no divorciadas se reducen (Cherlin ef a/., 1991).

La personalidad y el temperamento también desem­peñan un papel importante en el nivel de adaptación de los adolescentes en las familias divorciadas. Los adoles­centes que son responsables y socialmente maduros, pre­sentan pocos comportamientos problemáticos, y los que tienen un temperamento fácil saben afrontar mejor el di­vorcio de sus padres. Con frecuencia los niños y adoles­centes de temperamento difícil tienen problemas para afrontar el divorcio de sus padres (Hetherington, 1995).

Analizar el papel que desempeña el estatus evolutivo del niño o adolescente implica tener en cuenta la edad en que se produjo el divorcio y el momento en que se eva­lúa el nivel de adaptación del adolescente. En la mayoría de los estudios, estos factores se confunden con el tiem­po transcurrido desde el divorcio.

Algunos investigadores han constatado que los prees­colares cuyos padres se divorcian son más proclives a te­ner problemas a largo plazo que los niños mayores (Zill, Morrison y Coiro, 1993). Las explicaciones de este re­sultado barajan factores como la incapacidad de los niños pequeños de percibir de forma realista las causas y con-secuencias del divorcio de sus padres, su temor a ser abandonados, su tendencia a culpabilizarse del divorcio y su incapacidad para buscar ayuda fuera de la familia. De todos modos, durante la adolescencia pueden surgir o in­tensificarse los problemas de adaptación, incluso aunque haya transcurrido mucho tiempo desde el momento en que se produjo el divorcio.

Comunicarse sobre el divorcio

Si los padres deciden solicitar el divorcio, ¿cómo deberí­an informar a sus hijos adolescentes sobre esta decisión? Para empezar, deberían explicar la separación en cuanto las actividades diarias en el hogar familiar indiquen cla­ramente que uno de los miembros de la pareja se va a ir de casa. A ser posible, ambos padres deberían estar pre­sentes al informar a los hijos sobre la separación. A los adolescentes también se lesdebería transmitir el mensaje de que sus padres siempre estarán a su disposición cuan-do quieran o necesiten hablar sobre la separación. Es sa­ludable que los adolescentes den rienda suelta a sus emo­ciones, hablen abiertamente con sus padres y sepan que éstos están deseando escuchar sus sentimientos y temores. ¿Se le ocurren otras estrategias que podrían utilizar los pa­dres para comunicarse eficazmente con sus hijos adoles­centes sobre su divorcio?

Los primeros estudios que se realizaron sobre el tema permitieron identificar diferencias de género en la reac­ción ante el divorcio, siendo esta experiencia más negati­va para los chicos que para las chicas en las familias don-de obtenía la custodia la madre. Sin embargo, estudios más recientes indican que las diferencias de género son menos pronunciadas y menos consistentes de lo que an­tes se creía. Algunas de las inconsistencias pueden deber-se al incremento de los casos de custodia paterna o cus­todia compartida y a la mayor implicación del progenitor que no tiene la custodia, sobre todo si éstos son de sexo masculino. Las adolescentes hijas de matrimonios divor­ciados son más proclives a dejar la enseñanza secundaria o la universidad que sus homólogos de sexo masculino. Los adolescentes de ambos sexos cuyos padres se han di­vorciado tienen las mismas probabilidades de convertirse en padres adolescentes, pero el hecho de haber crecido en una familia monoparental repercute más negativamente sobre las chicas (McLanahan y Sandefur, 1994).

En las últimas décadas, una cantidad creciente de ni­ños y adolescentes han vivido en familias divorciadas de custodia paterna y compartida. ¿Cuál es su nivel de adap­tación en comparación con los hijos de padres divorcia-dos cuya custodia la tiene la madre? Aunque todavía se han hecho pocos estudios al respecto, la custodia com­partida parece tener pocas ventajas en comparación con la custodia exclusiva paterna o materna (Hetherington, Bridges e Insabella, 1998). Algunos estudios han permi­tido constatar que los chicos tienen mejor nivel de adap­tación en las familias donde es el padre quien tiene la cus­todia, mientras que las chicas lo hacen en las familias donde es la madre quien tiene la custodia, pero otros es­tudios no han validado este hallazgo. En un estudio se

 

concluyó que los adolescentes que vivían en régimen de custodia paterna tenían tasas de delincuencia más eleva-das, lo que se interpretó como consecuencia de una falta de control eficaz llevada a cabo por los padres (Maccoby y Mnookin, 1992).

¿Qué papel desempeña el nivel socioeconómico en la vida de los adolescentes cuyos padres

se han divorciado?

Como promedio, las madres que obtienen la custodia de sus hijos después del divorcio pierden entre el 25 y el 50 de su poder adquisitivo, en comparación con el 10 por 100 que pierden los padres que se encuentran en la mis­ma situación (Emery, 1999). La disminución de los re-cursos económicos de las madres divorciadas suele ir acompañada de un incremento del volumen de trabajo, una mayor inestabilidad laboral y la necesidad de mu­darse a barrios de menor estatus y trasladar a sus hijos a centros de enseñanza de peor calidad (Carlson y McLa­nahan, 2002).

Las familias reconstituidas

Los padres actuales se divorcian más que en ningún otro momento de la historia, pero muchos de ellos vuelven a formar una familia (Dunn et ai, 2001; White y Gilbreth, 2001). Casarse, tener hijos, separarse y volverse a casar lleva tiempo. Consecuentemente, en las familias recons­tituidas hay más niños o adolescentes de primaria o se­cundaria que bebés o niños pequeños.

La cantidad de bodas de personas que ya tienen hijos ha ido creciendo progresivamente durante los últimos años, conforme han ido aumentado las tasas de divorcio. Asimismo, la tasa de divorcio es un 10 por 100 superior en los segundos matrimonios que en los primeros (Cher­lin y Furstenberg, 1994). Debido a los sucesivos matri­monios de los padres, aproximadamente la mitad de los hijos de padres divorciados viven con un padrastro o ma­drastra en algún momento durante los cuatro años inme­diatamente posteriores al divorcio de sus padres.

Los tipos de familias reconstituidas

Hay distintos tipos de familias reconstituidas. Algunos es­tán basados en la estructura familiar, otros en el estable-cimiento de determinado tipo de relaciones.

Tipos de estructuras familiares. Algunas familias re-constituidas se forman a raíz de la muerte de uno de los progenitores. De todos modos, la gran mayoría de estas familias van precedidas de un divorcio más que de un fa­llecimiento.

Los tres tipos de estructuras familiares más comunes son: (1) familias con padrastro; (2) familias con madras­tra; y (3) familias combinadas o complejas. En las fami‑

lias con padrastro, la madre obtuvo la custodia de los hi­jos y se volvió a casar, introduciendo a su nueva pareja —el padrastro— en la vida de sus hijos. En las familias con madrastra, generalmente el padre obtuvo la custodia de los hijos y se volvió a casar, introduciendo a su nueva pareja —la madrastra— en la vida de sus hijos. Y en las familias combinadas o complejas, ambos padres aportan los hijos de matrimonios previos a la nueva familia.

Los investigadores han constatado que las relaciones de los hijos con el progenitor que tiene la custodia (sea la madre o el padre) suelen ser mejores que las que mantie­nen con el padrastro o la madrastra (Santrock, Warshakj y Sitterle, 1998). Por otra parte, el hecho de que un ado­lescente tenga una relación positiva con su padrastro o madrastra se asocia a menos problemas (White y Gil­breth, 2001). Asimismo, los hijos que viven en familias reconstituidas simples (con padrastro o con madrastra) suelen presentar un nivel de adaptación superior que los que viven en familias complejas o combinadas (Anderson etai, 1999)

Tipos de relaciones. Aparte de su estructura (con pa­drastro, con madrastra o combinadas), las familias recons­tituidas también desarrollan ciertas pautas relaciónales. En un estudio realizado con 200 familias reconstituidas, Ja-mes Bray y sus colaboradores (Bray y Berger, 1993; Bray, Breger y Boethel, 1999; Bray y Kelly, 1998) constataron que con el paso del tiempo las familias reconstituidas ge­neralmente se pueden clasificar en tres tipos distintos, en función de sus pautas de relación: neotradicionales, ma­triarcales y románticas.

  • Neotradicional: los dos adultos desean formar una familia y son capaces de afrontar eficazmente los desafíos asociados a la nueva situación. Al cabo de 3 o 5 años, estas familias suelen parecer familias in­tactas, como si los padres nunca se hubieran divor­ciado, y sus miembros suelen mantener relaciones positivas.
  • Matriarcales: en este tipo de familia reconstituida, la madre tiene la custodia de los hijos y está acos­tumbrada a hacerse cargo de la familia ella sola. El padrastro se casó con ella no porque tuviera el de-seo de ser padre. La madre es la que lleva el peso de la familia mientras el padre se limita a estar ahí, a menudo ignorando a los niños o participando oca­sionalmente en actividades divertidas con ellos. Este tipo de familias reconstituidas puede funcionar bien exceptuando cuando la madre necesita ayuda y el padre no está dispuesto a dársela. Estas fami­lias también pueden tener problemas cuando el pa­dre decide implicarse más en la vida familiar (lo que suele ocurrir cuando la nueva pareja tiene un bebé) y la madre siente que su marido está inva­diendo su terreno.
  • Romántica: ambos miembros de la pareja se casan con unas expectativas muy elevadas y poco realis-

 

tas. Intentan crear inmediatamente una familia fe­liz y no pueden entender por qué no lo consiguen. Este tipo de familias reconstituidas es el que tiene más probabilidades de acabar en divorcio.

La adaptación. Como ocurre con las familias divorcia-das, los hijos de las familias reconstituidas tienen más problemas de adaptación que los hijos de familias no di­vorciadas (Hetherington, Bridges e Insabella, 1998; Het­herington y Kelly, 2002). El tipo de problemas que pre­sentan estos niños y adolescentes se parece bastante a los de los hijos de padres divorciados —problemas académi­cos, problemas psicológicos y de conducta, baja autoesti­ma, precocidad sexual, delincuencia y otros (Anderson et al., 1999)—. Un aspecto de las familias reconstituidas que dificulta la adaptación de los hijos es la ambigüedad de límites, la incertidumbre existente en las familias recons­tituidas sobre quién está dentro y fuera de la familia y quién realiza o es responsable de ciertas tareas en el sis-tema familiar.

Los problemas de adaptación de los hijos pertene­cientes a familias reconstituidas recién formadas van en aumento (Hetherington y Clingempeel, 1992). Esto se puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo por Bray y sus colaboradores (Bray y Berger, 1993; Bray y Kelly, 1998). En este estudio, se comprobó que la formación de una nueva familia suele implicar que los hijos tengan que cambiar de residencia, lo que significa cambiar de centro de enseñanza y de amigos.

Que el padrastro o la madrastra se familiarice con sus hijastros requiere un tiempo. El matrimonio recién for­mado tiene que aprender a afrontar los desafíos que plan­tean conjuntamente su relación y su labor como padres. Según Bray, la formación de una familia reconstituida se parece mucho a la fusión de dos culturas.

Bray y sus colaboradores también comprobaron que no era raro que algunos de los siguientes problemas sur­gieran al cabo de poco tiempo de crearse una familia de este tipo. Cuando el padrastro o la madrastra intentaba impartir disciplina a sus hijastros, las cosas solían ir mal. La mayoría de los expertos,recomiendan que al principio el padre biológico sea quien imparta disciplina a los ni­ños o adolescentes. La relación entre el padrastro o la ma­drastra y un hijastro va mejor cuando ambos pasan tiem­po realizando actividades que son del agrado del hijastro.

A veces las familias reconstituidas recién formadas tienen dificultades para afrontar cambios que ellos no pueden controlar. Por ejemplo, supongamos que el ma­trimonio ha hecho planes para salir fuera sin los hijos el próximo fin de semana. Pero, en el último momento, el padre biológico llama y dice que no puede llevarse a los niños. El padrastro o la madrastra se puede enfadar y la­mentablemente es posible que los dos esposos proyecten sus frustraciones hacia los niños. Las familias reconsti­tuidas que funcionan de forma eficaz saben adaptarse a este tipo de circunstancias inesperadas e improvisar nue­vos planes.

Por lo que respecta a la edad de los hijos, los investi­gadores han comprobado que la adolescencia temprana es un momento especialmente difícil para formar una fami­lia reconstituida (Bray y Kelly, 1998; Hetherington et al., 1999). Es posible que esto obedezca a que las circuns­tancias asociadas a la formación de una nueva familia au­mentan todavía más las preocupaciones normales propias de la adolescencia sobre la identidad, la sexualidad y la autonomía.

Después de considerar los cambios sociales a los que han de enfrentarse los adolescentes cuando sus padres se divorcian y se vuelven a casar, ahora nos vamos a centrar en otro aspecto importante del mundo de los adolescen­tes —aquellas situaciones en las que ambos progenitores tienen un trabajo remunerado.

El trabajo y la educación de los hijos

El interés por los efectos del trabajo de los padres sobre el desarrollo de los niños y adolescentes ha crecido en los últimos años (Gootfried, Gottfried y Bathurst, 2002; Hoffman, 2000). Nuestro análisis de este tema se centrará en las siguientes cuestiones: el papel que desempeñan las madres que tienen un trabajo remunerado en el desa­rrollo de los adolescentes, el nivel de adaptación de los adolescentes que tienen que pasar mucho tiempo a solas debido al trabajo de sus padres, los efectos de la movili­dad laboral sobre el desarrollo adolescente, y la repercu­sión del paro sobre la vida de los adolescentes.

Madres con trabajo remunerado

La mayoría de las investigaciones sobre el trabajo de los padres se han centrado en los niños pequeños. Se ha pres­tado poca atención a la adolescencia temprana, a pesar de que es durante este período cuando muchas madres vuel­ven a trabajar a tiempo completo, en parte debido a la su-puesta independencia de sus hijos. En un estudio, se pi­dió a niños de entre 10 y 13 años que llevaran un busca electrónico durante una semana y que rellenaran un cues­tionario tipo autoinforme cuando oyeran la señal acústica que habia sido programada aleatoriamente (Richard y Ducket, 1994). El aspecto más llamativo de los resulta-dos obtenidos fue la ausencia de diferencias significati­vas asociadas al empleo materno. Se detectaron pocas di­ferencias en la cantidad y calidad del tiempo asociado al empleo materno. Otros investigadores han llegado a con­clusiones similares (Lerner, Jacobson y del Gaudio, 1992). Una de las principales autoridades en el tema de la investigación sobre los efectos del trabajo materno, Lois Hoffman (1999) afirmó que el hecho de que las ma­dres tengan un trabajo remunerado es a cuestión normal en la vida moderna. No se trata de un aspecto aberrante, sino de una respuesta a determinados cambios sociales que satisfacen unas necesidades que no estaban permiti­das con el modelo de familia anterior, según el cual la

 

madre se dedicaba a tiempo completo a las tareas do­mésticas. Este nuevo modelo de familia no sólo satisface las necesidades de los padres, sino que en muchos senti­dos permite socializar mejor a los niños preparándolos para los roles que desempeñarán cuando sean adultos. Esto es especialmente cierto para las hijas, pero también lo es para los hijos. La amplia gama de emociones y ha­bilidades que presentan ambos progenitores es más con­sistente con esos roles. Si el padre comparte con la ma­dre el rol de traer el pan a casa y de cuidar de los hijos, el hijo será más proclive a compartir esos roles. El este­reotipo tradicional de los roles de género perpetuado por la división del trabajo propia de la familia tradicional no es adecuado para satisfacer las demandas que tendrán que afrontar los niños y adolescentes de ambos sexos cuando sean adultos.

Un niño en proceso de crecimiento necesita que su madre vaya flexibilizando los controles que ejerce sobre él, y esta tarea puede resultar más fácil para una madre trabajadora, cuyo trabajo es una fuente adicional de iden­tidad y autoestima.

A veces se han encontrado diferencias de género en las repercusiones de las pautas de trabajo de ambos pa­dres. Algunos estudios no han detectado ninguna dife­rencia entre géneros, pero otros han concluido que el tra­bajo materno remunerado beneficia más a las hijas adolescentes que a los hijos (Law, 1992). Asimismo, ha habido otros estudios que han concluido que los adoles­centes de sexo masculino se benefician académica y emo­cionalmente cuando se identifican con las pautas labora-les de sus padres que cuando lo hacen con las de sus madres (Orthner, Giddings y Quinn, 1987).

Nancy Galambos y sus colaboradores (1995) estudia-ron los efectos de la sobrecarga laboral de los padres so­bre las relaciones con sus hijos adolescentes y sobre el desarrollo de estos últimos. Detectaron algunos indicios del impacto de la sobrecarga laboral, pero los efectos di­fieren entre madres y padres. La calidez y la aceptación que mostraron las madres para con sus hijos ayudaron a reducir el impacto negativo de la sobrecarga laboral so­bre el desarrollo adolescente. El factor clave en el caso de los padres fue el conflicto con sus hijos —cuando era bajo, el impacto negativo de la sobrecarga laboral sobre el desarrollo adolescente se redujo—. Asimismo, cuando ambos progenitores estaban estresados, el conflicto entre padres y adolescentes era mayor.

Adolescentes que tienen que pasar mucho tiempo a solas debido al trabajo de sus padres

Aunque el hecho de que la madre tenga un trabajo remu­nerado no se asocia necesariamente a efectos negativos sobre sus hijos adolescentes, hay un subgrupo de adoles­centes hijos de madres trabajadoras que merece mayor atención. Nos referimos a esos adolescentes que no ven a sus padres desde que salen por la mañana para ir al ins­tituto hasta las 18.00 o las 19.00 horas. Se llevan al cole‑

gio la llave de casa y llegan al hogar paterno antes que nadie, pues sus padres todavía están en el trabajo. Mu­chos de estos adolescentes no reciben ningún tipo de su­pervisión durante horas entre semana, o durante todo el día cinco días a la semana cuando están de vacaciones.

Thomas y Lynette Long (1983) entrevistaron a más de 1.500 adolescentes que estaban dentro de este perfil. Con­cluyeron que algunos de estos niños tenían experiencias negativas asociadas al hecho de pasar mucho tiempo a so-las en casa. Algunos crecen muy deprisa, presionados por la responsabilidad depositada sobre sus hombros. ¿Cómo afrontan estos niños y adolescentes la ausencia de límites y de estructura durante las horas que pasan solos? Sin lí­mites, ni supervisión parental, resulta más fácil que estos chicos se metan en problemas —tal vez maltratando a un hermano, robando o cometiendo actos de vandalismo—. Thomas y Lynette Long constataron que el 90 por 100 de los delincuentes juveniles juzgados en el condado de Montgomey (Maryland) encajaban en este perfil. En otra investigación realizada con más de 4.900 estudiantes de entre 13 y 14 años de Los Angeles y San Diego, se com­probó que aquellos que tenían que cuidar de sí mismos 11 o más horas a la semana tenían el doble de probabili­dades de haber abusado del alcohol y de otras drogas que sus homólogos que estaban bajo la supervisen de algún adulto al volver del colegio (Richardson et ai, 1989). La experta en adolescencia Joan Lpisitz (1983), cuando tes­tificó ante el Select Committee on Children, Youth and Fa­milies, consideró la falta de supervisen de los niños y ado­lescentes durante las horas siguientes a la salida del colegio como uno de los principales problemas naciona­les. Lipsitz lo denominó el «problema de las 15:00 a las 18:00» porque durante este intervalo de tiempo el Center for Early Adolescence de Carolina del Norte, del que era directora, experimentaba un acentuado incremento de de­rivaciones de adolescentes solicitando ayuda clínica.

Aunque los adolescentes que pasan varias horas al día solos porque sus padres trabajan fuera de casa pueden ser más vulnerables a los problemas, debemos tener presen­te que las experiencias de los adolescentes que encajan en este perfil varían enormemente, como ocurre con las ex­periencias de los niños cuyas madres tiene un trabajo re­munerado. Los padres deben prestar una atención espe­cial a las formas de controlar la vida de sus hijos adolescentes. Las variaciones existentes entre las expe­riencias de los adolescentes que encajan en el perfil men­cionado sugieren que el control paterno y el estilo demo­crático ayudan a los adolescentes a superar de manera eficaz el tiempo que tienen que pasar sin la supervisión de un adulto, sobre todo en lo que se refiere a la capaci­dad de resistirse a la presión del grupo (Galambos y Maggs, 1991; Steinberg, 1986). La medida en que estos adolescentes están en situación de riesgo evolutivo toda-vía no se ha establecido.

Un signo positivo es que los investigadores están em­pezando a llevar a cabo análisis más precisos de las ex­periencias de estos adolescentes en un intento de deter-

 

minar qué aspectos de las circunstancias que viven estos adolescentes son los más perjudiciales y cuáles de ellos favorecen la adaptación. En un estudio reciente centrado en las horas que siguen a la salida del colegio, el contacto no supervisado con otros chicos, la falta de seguridad en el vecindario y la falta de control paterno se asoció a problemas de conducta (como la delincuencia y los actos impulsivos) en los adolescentes más jóvenes (Pettir et al., 1999).

Los cambios de residencia

Los cambios de residencia son un hecho en la vida de muchas familias norteamericanas. Cada año, aproxima­damente el 17 por 100 de la población norteamericana cambia de residencia. Esta cifra no incluye los cambios múltiples de residencia dentro del mismo año, por lo que es posible que se subestime la movilidad de la población estadounidense. La mayoría de estos cambios de resi­dencia se realizan por motivos laborales. Cambiar de re­sidencia puede ser especialmente estresante para los ni­ños y adolescentes, que se ven obligados a romper sus lazos de amistad e interrumpir sus actividades. Las redes de apoyo a las que suelen acudir los adolescentes y sus padres cuando tienen problemas, como los amigos y la fa­milia extensa, no suelen estar disponibles para las fami­lias que han cambiado de residencia.

Aunque un cambio de residencia suele ser un aconte­cimiento estresante para todos los miembros de la fami­lia, puede ser especialmente estresante para los adoles­centes debido a su sentido de la identidad en proceso de desarrollo y a la importancia que tienen en su vida las re­laciones con otros chicos de su edad. En un estudio se concluyó que el cambio de residencia era perjudicial para el bienestar de los adolescentes de 12 a 14 años pero no para sus homólogos de sexo masculino (Brown y Orth­ner, 1990). El grado de satisfacción vital de las chicas co­rrelacionaba negativamente tanto con el hecho de haber cambiado de residencia recientemente, como con el de te­ner una historia de repetidos cambios de residencia, y la historia de cambios de residencia recientes también se asoció a la depresión en las chicas. De todos modos, los efectos inmediatos del cambio de residencia sobre las chi­cas desaparecieron con el tiempo. Los investigadores concluyeron que posiblemente las adolescentes necesitan más tiempo para adaptarse a los cambios de residencia. Es posible que los adolescentes de sexo masculino utili­cen el deporte u otras actividades para atenuar los efec­tos del cambio de residencia.

Los efectos del desempleo

¿Qué efectos tiene el desmpleo de los padres sobre las fa­milias y sobre el desarrollo de los adolescentes? Durante la depresión del 29, el paro incrementó considerable-mente el estrés de los padres y repercutió negativamente sobre el rendimiento académico y la salud de los niños y

adolescentes (Eider, 2000). En una investigación se ana­lizaron los efectos de los cambios en el estatus laboral de los padres sobre el nivel de adaptación al centro de ense­ñanza de los adolescentes jóvenes (Flanagan y Eccles, 1993). Se compararon cuatro grupos. Las familias en des-ventaja informaron sobre un despido o una degradación laboral en el momento 1 sin ninguna recuperación al cabo de dos años. Las familias en decadencia experimentaron un despido o una degradación laboral entre los momen­tos 1 y 2. Las familias recuperadas informaron de pérdi­das similares en el momento 1 pero una recuperación del empleo al cabo de dos años. Las familias estables infor­maron de que no habían experimentado ningún despido ni ninguna degradación laboral entre los momentos 1 y 2. Los adolescentes pertenecientes a familias en desventaja y en decadencia interactuaban de forma menos eficaz con sus compañeros, y los adolescentes de las familias en des-ventaja eran los que provocaban más conflictos en la es-cuela. La transición a la adolescencia resultaba especial-mente difícil para aquellos chicos cuyos padres habían experimentado un descenso en su estatus laboral. Otros investigadores han comprobado que el desempleo y la pérdida de poder adquisitivo en la familia pueden tener efectos negativos sobre el desarrollo adolescente (Gomel, Tinsley y Clark, 1995; Lord, 1995).

Los efectos de la cultura y la etnia

Las culturas varían en diversas cuestiones relacionadas con la familia, como cuál es el rol que debe desempeñar el padre, la medida en que las familias disponen de siste­mas de apoyo y cómo se debe controlar la conducta de los hijos (Harkness y Super, 1995, 2002). Aunque exis­ten diferencias transculturales en la forma de criar y edu­car a los hijos (Whiting y Edwards, 1988), en un estudio sobre la educación de los hijos en 186 culturas de todo el mundo, el patrón que más predominó fue un estilo afec­tuoso y controlador, ni permisivo ni restrictivo (Rohner y Rohner, 1981). Los investigadores comentaron que la ma­yoría de las culturas habían descubierto a lo largo de los siglos, una «verdad» que en el mundo occidental no emergió hasta hace bastante poco —básicamente, que el desarrollo social saludable de los niños y adolescentes se potencia mediante el amor y, por lo menos, un control pa­rental moderado.

Las familias pertenecientes a minorías étnicas que vi-ven en Estados Unidos difieren de las familias norteame­ricanas de raza blanca en tamaño, estructura, composi­ción, redes de apoyo familiar, nivel adquisitivo y nivel educativo (Chen y Yu, 1997; Coll y Pachter, 2002; Hug­hes, 1997). Las familias amplias y extensas abundan más en las minorías étnicas que entre los norteamericanos de raza blanca. Por ejemplo, más del 30 por 100 de las fa­milias norteamericanas de origen latino constan de cinco o más miembros. Los niños latinos y afroamericanos in­teractúan más con sus abuelos, tíos, primos y parientes

 

más lejanos que los niños norteamericanos de raza blan­ca (Lyndecker et al., 20002; McAdoo. 2002).

Como hemos visto anteriormente al hablar sobre el divorcio, las familias monoparentales abundan más entre los afroamericanos y los latinos que entre los norteame­ricanos de raza blanca. En comparación con los hogares donde viven ambos progenitores, los hogares monopa­rentales suelen disponer de menos recursos, no sólo en lo que se refiere a la economía, sino también al tiempo y a la energía. Esta escasez de recursos puede favorecer la au­tonomía precoz entre los hijos adolescentes. Además, los padres pertenecientes a minorías étnicas tienen un nivel educativo más bajo y toman menos decisiones conjunta-mente que los padres norteamericanos de raza blanca. Y los adolescentes pertenecientes a minorías étnicas tienen más probabilidades de proceder de familias de escasos re-cursos económicos que los adolescentes norteamericanos de raza blanca (Magnuson y Duncan, 2002; McLoyd, 2000). Aunque las familias pobres suelen criar a jóvenes competentes, los padres con escaso poder adquisitivo tie­nen una capacidad mermada para educar a sus hijos con plena implicación y apoyo (McLoyd, 1990).

Algunos aspectos de la vida familiar pueden ayudar a proteger a los jóvenes pertenecientes a minorías étnicas de los patrones de injusticia social. La comunidad y la fa­milia pueden filtrar los mensajes racistas destructivos, y los padres pueden proporcionar marcos de referencia al­ternativos a los presentados por la mayoría, así como apo‑

yo y modelos de rol competentes. En muchas minorías ét­nicas el sistema de apoyo de la familia extensa actúa como un importante amortiguador contra el estrés.

Género y educación de los hijos

¿Cuál es el rol de la madre en la familia? ¿Y el del pa­dre? ¿Cómo pueden ambos padres convertirse en educa-dores cooperativos y eficaces?

El rol de la madre

¿En qué piensa cuando oye la palabra maternidad! Si us­ted es como la mayoría de la gente, asociará la materni­dad a un conjunto de cualidades positivas, tales como la calidez, el afecto, la generosidad, la entrega y la toleran­cia (Maltin, 1993). Y, a pesar de que la mayoría de las ma­dres esperan que la maternidad sea un acontecimiento fe­liz que les llenará de satisfacción, lo cierto es que en nuestra sociedad la maternidad goza de un prestigio rela­tivamente bajo. Cuando se compara con el dinero, el po­der y el éxito, la maternidad lamentablemente no queda demasiado bien situada y las madres raramente reciben el reconocimiento que merecen. Cuando a los niños o ado­lescentes no les va bien en los estudios o tienen otro tipo de problemas, nuestra sociedad ha tendido a atribuir to­dos esos problemas a una sola fuente —las madres—.

 

Una de las lecciones de psicología más importantes es que el comportamiento tiene múltiples determinantes. Lo mismo ocurre con el desarrollo adolescente —cuando las cosas no van bien, las madres no son la única causa de los problemas a pesar de que nuestra sociedad tienda a considerarlas de ese modo.

Actualmente, la realidad de la maternidad es que, a pe­sar de que los padres han asumido más responsabilidades en el cuidado y la educación de los hijos, la principal res­ponsabilidad de los hijos y adolescentes sigue recayendo sobre las madres (Barnard y Solchany, 2002; Brooks y Bronstein, 1996). En un estudio realizado recientemente, los estudiantes de 14-15 años y de 17-18 años afirmaron que sus madres se implicaban más que sus padres en su cuidado y educación (Sputa y Paulson, 1995). Las madres realizan más tareas domésticas que los padres —de dos a tres veces más (Thompson y Walker, 1989)—. Unos po­cos padres «excepcionales» realizan tantas tareas domés­ticas como sus esposas. En otro estudio se comprobó que los hombres asumían solamente un 10 por 100 de este tipo de tareas (Berk, 1985). Las mujeres no sólo asumen más tareas domésticas que los hombres, sino que además las tareas que realizan las mujeres suelen ser menos gra­tificantes, más repetitivas y más rutinarias, implicando a menudo limpiar, cocinar, cuidar a los hijos, comprar, la­var la ropa y ordenar la casa. Las tareas domésticas que llevan a cabo la mayoría de los hombres son infrecuentes, irregulares y no rutinarias; suelen implicar reparaciones domésticas, sacar la basura y arreglar el jardín. Las mu­jeres informan de que, a menudo, tienen que llevar a cabo más de una tarea al mismo tiempo, lo que explica por qué encuentran el trabajo doméstico menos relajante y más estresante que los hombres.

Debido a que las tareas domésticas están entrelazadas con el amor y las relaciones familiares, tienen significa-dos complejos y contradictorios. La mayoría de las mu­jeres considera que las tareas domésticas son fútiles pero esenciales. Suelen disfrutar atendiendo las necesidades de sus seres queridos y sacando adelante a su familia, a pe­sar de que no encuentren divertidas ni gratificantes las ac­tividades en sí mismas. Las tareas domésticas son tanto positivas como negativas para las mujeres. No están so-metidas a ningún tipo de supervisión ni suelen ser objeto de críticas; las mujeres planifican y controlan su propio trabajo y sólo tienen que satisfacer los estándares que se autoimponen ellas mismas. De todas formas, las tareas domésticas suelen ser cansadas, esclavas, repetitivas, fa­vorecedoras del aislamiento, interminables, ineludibles, y a menudo escasamente valoradas. No es de sorprender que los hombres afirmen estar más satisfechos de sus ma­trimonios que las mujeres.

Resumiendo, el rol de madre tiene sus beneficios y sus limitaciones. Aunque la maternidad no basta para llenar completamente la vida de la mayoría de la muje­res, para muchas de ellas se trata de una de las expe­riencias más significativas de toda su vida (Hoffnung, 1984).

El rol del padre

El rol del padre ha experimentado cambios importantes (Lamb, 1997; Parke, 1995, 2001, 2002; Parke et al., 2002). Antiguamente, los padres eran los principales respon­sables de la educación moral. Los padres proporciona­ban una guía y valores, especialmente a través de la re­ligión. Con la llegada de la revolución industrial, el rol del padre cambió considerablemente; el padre asumió la responsabilidad de ganarse el pan, un rol que continuó durante la depresión del 29. Entorno al final de la se­gunda guerra mundial, surgió un nuevo rol de padre, el de ser un modelo de rol sexual. Aunque el hecho de ga­narse el pan y de ser el guardián de la moral siguió sien-do importante, la atención se centró en el hecho de apor­tar un modelo de referencia masculino, especialmente para los hijos de este sexo. Más tarde, en los años seten­ta, emergió el interés que prevalece en la actualidad por un padre como cuidador y educador activo, afectuoso y protector. En lugar de valorar al padre sólo por su res­ponsabilidad en la disciplina y el control de los hijos ma­yores y por aportar ingresos a la familia, actualmente se le valora también por su implicación activa y afectuo­sa en la vida de los hijos (Perry-Jenkins, Payne y Hebd­ricks, 1999).

¿En qué medida se implican activamente los padres en la vida de sus hijos adolescentes? En un estudio lon­gitudinal llevado a cabo con adolescentes de quinto cur­so de primaria (10-11 años) a último curso de bachille­rato (17-18 años) se comprobó que los padres pasan una porción muy reducida de su tiempo con su hijos (Larson et al., 1996). Los estudios indican que desde la primera infancia a la adolescencia los padres pasan con sus hijos un tercio o las tres cuartas partes del tiempo que pasan con ellos las madres (Biller, 1993; Pleck, 1997; Yeung et al., 1999). En un estudio realizado recientemente se com­probó que los padres actuales, de más de 1.700 niños, de hasta 12 años de edad, pasaban con sus hijos una canti­dad de tiempo cada vez mayor, en comparación con sus homólogos de principios de los años noventa, aunque esta cantidad seguía siendo menor que la que pasaban las madres (Yeung et al, 1999). Aunque algunos padres, excepcionalmente, se implican mucho en la vida de sus hijos, otros son casi extraños para sus hijos adoles­centes, a pesar de vivir bajo el mismo techo (Burton y Synder, 1997).

El desarrollo social de los adolescentes se puede be­neficiar significativamente de la interacción con un padre protector, afectuoso, accesible y que transmita una sen­sación de confianza y seguridad (Carlson y McLanahan, 2002; Parke, 2002; Way, 1997). En una investigación, Frank Furstenberg y Kanthleem Harris (1992) documen­taron cómo un padre implicado y afectuoso puede ayudar a superar las circunstancias vitales difíciles de los hijos. En las familias afroamericanas de escasos recursos eco­nómicos, los hijos que informaron de que se sentían muy apegados a sus padres y se identificaban con ellos tenían

 

el doble de posibilidades de haber encontrado un trabajo estable o de haber ingresado en la universidad cuando se convirtieron en adultos jóvenes. Ademas tenían el 75 por 100 menos de probabilidades de haberse convertido en padres o madre solteros, el 80 por 100 menos de haber es­tado en la cárcel, y el 50 por 100 menos de haberse de­primido. Pero, lamentablemente, sólo el 10 por 100 de las personas pertenecientes a familias con escasos recursos económicos que participaron en el estudio afirmó haber mantenido una relación cercana y estable con su padre durante la infancia y la adolescencia. En otros dos estu­dios, universitarios de ambos sexos informaron de tener un mejor ajuste personal y social cuando habían crecido en un hogar con un padre implicado y afectuoso que cuando lo habían hecho con un padre negligente (Fish y Biller, 1973; Reuter y Biller, 1973). Por último, en otro estudio se comprobó que los hijos adolescentes cuyos pa­dres se caracterizaban por tener un estado de ánimo po­sitivo tenían menos probabilidades de estar deprimidos (Duckett y Richard, 1996).

Parejas y educación de los hijos

La cooperación en el seno de la pareja, el respeto mu­tuo, la comunicación armónica y la capacidad de sintoni­zar con las necesidades del otro ayudan a los adolescen­tes a desarrollar una actitud positiva tanto hacia los hombres como hacia las mujeres (Biller, 1993; Parke, 2002; Tamis-LeMonda y Cabrera, 2002). Es mucho más fácil para una pareja en la que ambos tienen un trabajo remunerado afrontar las circunstancias familiares cam­biantes cuando el padre y la madre comparten equitativa-mente la responsabilidad de educar a los hijos. Las ma­dres se estresan menos y tienen una actitud más positiva hacia sus maridos cuando éstos las apoyan y ambos asu­men conjuntamente la responsabilidad de educar a los hi­jos. Los investigadores han comprobado que las relacio­nes de pareja igualitarias tienen efectos positivos sobre el desarrollo adolescente, potenciando la confianza y favo­reciendo la comunicación (Yang et al., 1996).

POLÍTICA SOCIAL Y FAMILIAS

En este capítulo hemos visto que los padres desempeñan un papel muy importante en el desarrollo adolescente. A pesar de que los adolescentes están avanzando hacia la in-dependencia, siguen estando vinculados a sus familias, las cuales son mucho más importantes para ellos de lo que se suele creer. Sabemos que un adolescente tiene más probabilidades de desarrollarse eficazmente cuando sus padres (Small, 1990):

  • Son afectuosos y respetuosos con él.
    • Manifiestan un gran interés por las cosas que le pre ocupan.

Reconocen y aceptan su desarrollo cognitivo y so­cioemocional.

  • Le transmiten unas expectativas y una motivación de logro elevadas.
  • Afrontan los conflictos de una forma democrática y constructiva.

De todos modos, en comparación con las familias con hijos pequeños, las familias de los adolescentes se han te-nido muy poco en cuenta en los programas comunitarios y la política social. El Carnegie Council on Adolescent Development (1995) identificó algunas oportunidades fundamentales para mejorar la política social en lo que se refiere a las familias de los adolescentes. He aquí algunas de sus recomendaciones:

  • Las organizaciones educativas, culturales, religio­sas y juveniles y las instituciones sanitarias deberí­an estudiar la manera de implicar a los padres en actividades con sus hijos adolescentes. Así como desarrollar formas de incentivar la participación conjunta de padres y adolescentes en actividades que sean del agrado de ambos.
  • Los profesionales que tienen contacto con los ado­lescentes, como los profesores, los psicólogos, los enfermeros, los médicos, los especialistas en temas de juventud y otros, necesitan trabajar no sólo con los adolescentes, sino que deberían dedicar más tiempo a interactuar con sus familias.
  • Los empresarios deberían ampliar a los padres de adolescentes jóvenes las políticas laborales reser­vadas exclusivamente para los padres que tienen hijos pequeños. Estas políticas incluyen horarios de trabajo flexibles, trabajo compartido, teletraba­jo y trabajo a tiempo parcial. Estos cambios en la política laboral/familiar permitirían a los padres disponer de más tiempo libre para estar con sus hi jos adolescentes.
  • Las instituciones comunitarias, como las organiza ciones educativas, juveniles y empresariales, de berían implicarse más en el desarrollo de progra­mas extrae scolares. Los programas de actividades diseñados para ocupar las horas inmediatamente posteriores a la salida del colegio han aumentado para los estudiantes de primaria, pero no ocurre lo mismo con los de los adolescentes. Se necesitan programas comunitarios de actividades extraesco­lares de mayor calidad para los adolescentes, tanto para las horas posteriores a la salida del instituto como para los fines de semana y el período de va caciones.

Desde el último repaso, hemos estudiado diferentes aspectos de la familia en un mundo social cambiante y de las políticas sociales relacionadas con las familias. El si­guiente repaso le ayudará a alcanzar los objetivos de aprendizaje relacionados con estos temas.

 

PARA TU REVISIÓN

Objetivo de aprendizaje 4         Describir los efectos del divorcio, las familias reconstituidas y el trabajo de los padres sobre el desarrollo adolescente.

  • Los adolescentes cuyos padres se han divorciado tienen más problemas de adapta­ción que aquellos cuyos padres no se han divorciado, pero la intensidad de este efec­to, es objeto de debate l.«i pregunta de si los pariros deberían o no seguir juntos por el bien de los hijos es di fíe il de responder, aunque es indudable que los conflictos de pareja tienen efectos negativos sobre sus hijos adolescentes. Los adolescentes cu­yos padres se han divorciado están mejor adaptados cuando sus padres mantienen una relación armónica y utilizan un estilo educativo democrático. Entre otros factores a tener en cuenta en lo que al nivel de adaptación de los adolescentes se refiere, se incluyen el nivel de adaptación previo al divorcio, la personalidad y el temperamen­to, el nivel evolutivo, el género, y el tipo de custodia. La pérdida de poder adquisi­tivo que experimentan muchas madres después de divorciarse se asocia a un cierto nivel de estrés que puede repercutir negativamente sobre la adaptación de sus hijos adolescentes.
  • Cada vez hay más niños que crecen en familias reconstituidas. Estas familias re-constituidas pueden tener diferentes estructuras (con padrastro, con madrastra y com­binadas) y relaciones (neotradicionales, matriarcales y románticas). Los niños y ado­lescentes que viven en familias reconstituidas tienen más problemas de adaptación que aquellos cuyos padres no se han divorciado. La adaptación es especialmente di­fícil durante los primeros años que siguen a la formación de la nueva familia, sobre todo para los adolescentes más jóvenes.
  • Considerado de forma global, el hecho de que la madre tenga un trabajo remunera-do no repercute negativamente sobre sus hijos adolescentes. El hecho de que un ado­lescente tenga que pasar varias horas sólo después de salir del colegio porque sus padres trabajan fuera de casa no se asocia a experiencias uniformemente negativas. El control paterno y las actividades estructuradas durante las horas que siguen a la salida del colegio benefician a los adolescentes que encajan en este perfil. Es posi­ble que los cambios de residencia tengan efectos más negativos sobre los adoles­centes que sobre los niños, aunque las investigaciones sobre este tema son escasas. El hecho de que alguno de los progenitores esté en paro tiene efectos perjudiciales sobre los adolescentes.
Objetivo de aprendizaje 5

Objetivo de apredizaje 6

Entender las relaciones entre cultura, etnia, género y la educación de los hijos.

  • El estilo democrático es la forma más extendida de educar a los hijos en todo el mundo.
  • Las familias norteamericanas pertenecientes a minoría étnicas difieren de las fami‑

lias norteamericanas de raza blanca en tamaño, estructura y composición, apoyo de

las redes familiares, nivel económico y nivel educativo.

  • La mayoría de la gente asocia la maternidad a cualidades positivas, pero la realidad es que la maternidad posee un estatus relativamente bajo en la sociedad norteame­ricana. A lo largo del tiempo, el rol que desempeña el padre en el desarrollo de los hijos ha ¡do cambiando. Los padres se implican menos que las madres en el cuida-do de los hijos, si bien es cierto que cada vez pasan más tiempo con ellos. La coo­peración entre ambos progenitores y el respeto mutuo ayuda a los adolescentes a de sarrollar actitudes positivas hacia ambos sexos.

 

Evaluar las políticas sociales relacionadas con las familias.

  • En las políticas sociales, las familias de los adolescentes se han descuidado bastan-te. Se han hecho algunas recomendaciones para mejorar la política social relacio­nada con las familias de los adolescentes.

 

En este capítulo hemos analizado muchos aspectos           la idea apuntada previamente en este capítulo de que el

del rol que desempeñan las familias. En el Capítulo 6, nos           mundo de los padres y el de los iguales están conectados,

centraremos en las relaciones entre iguales. Revisaremos           en vez de aislados.

 

ALCANZAR LOS OBJETIVOS DE APRENDIZAJE

Al principio de este capítulo formulamos seis objetivos de aprendizaje e instamos al lector a ir repasando el material relacionado con estos objetivos en tres puntos del capítu­lo. Éste es un buen momento para retomar esos repasos y utilizarlos como guía de estudio para alcanzar los objeti­vos de aprendizaje.

Objetivo de aprendizaje 1 Explicar la naturaleza de los procesos familiares.

Objetivo de aprendizaje 2 Comentar las relacio­nes entre padres e hijos adolescentes.

Objetivo de aprendizaje 3 Saber algo más sobre las relaciones entre hermanos.

Objetivo de aprendizaje 4 Describir los efectos del divorcio, las familias reconstituidas y el trabajo de los padres sobre el desarrollo adolescente.

Objetivo de aprendizaje 5 Entender las relaciones entre cultura, etnia, género y la educación de los hijos.

Objetivo de aprendizaje 6 Evaluar las políticas sociales relacionadas con las familias.

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