-¿Cómo nos liberamos de autoexigencias que no nos pertenecen, que nos han impuesto?

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El imposible trabajo de hacer cumbre y escalar expectativas ajenas.

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¿Y qué pasa cuando se es exigente con uno mismo, y cuando uno tiene patrones de exigencia que le vienen impuestos, y uno no se da cuenta que son externos y los asume como propios? Es decir, más o menos sé qué pasa, pero ¿por qué pasa? Genera una conducta infantil dependiente, si uno siente que no puede cumplir con esa exigencia, se siente un inútil y fracasado, y se queda (in)cómodo en una situación de inmadurez.

Nologo

Si uno es exigente con uno mismo, más de lo que debiera, de modo que en algún punto genera algún tipo de angustia porque no satisface un arquetipo que se ha hecho de sí mismo, entonces ya no está trabajando con la realidad, está trabajando con la imagen de sí, que es un monstruo devorador de energías y de tranquilidad psíquica porque tiene exigencias infinitas.

Sí, se siente inútil y fracasado, incómodo… e ¡inmaduro! Esa imagen no se formó sola, esa imagen que devora y que destroza tiene su origen más temprano en las expectativas paternas, probablemente exageradas, seguramente inadecuadas. Esos padres no supieron captar que a un cierto nivel de cosas las buenas expectativas son más bien negativas que positivas: “Espero que mi hijo No sea una mala persona” , mejor que las expectativas inadecuadas “Espero que mi hijo sea una persona así, asá… con este adornito… con estas cualidades… en fin… como a Mí.. me gustaría”. ¿Cómo debería ser la expectativa adecuada? Ciertamente que no siendo mera proyección narcisista de sí mismo sobre el hijo. ¿Cómo sería una expectativa adecuada que alivia y acaricia el alma? Yo la imagino más o menos así: Quiero que mi hijo no se pierda en la vida, que aproveche al máximo sus posibilidades, ¿cómo? en primer lugar como quiera, según el arcano designio de su propia libertad, en segundo lugar como pueda, apenas somos náufragos flotando en una madera podrida, y desde ese apenas flotar no podemos imponerles a los demás la h. de p. pretensión de que sean trasatlánticos que crucen soberbiamente el mar…

Es lógico que uno se sienta incómodo e inmaduro, es una exigencia que no es nuestra, en su más profundo origen, es de otro, y termina haciéndonos sentir en el mismo lugar donde fue impuesta: la infancia. Esa exigencia, en el fondo, nos hace sentir como los niños que fuimos incapaces de satisfacer las imposibles expectativas de nuestros padres.

¿Por qué nos quedamos cómodo e incómodos en esa situación y no hacemos el esfuerzo de salir? Salir implica un gasto de energía, significa cambiar un caparazón, como la langosta marina que pierde el suyo y tiene que esconderse en una roca para protegerse. Se siente enormemente desprotegida, desnuda, vulnerable, ese caparazón la ha escudado desde siempre, desde que tiene conciencia, y de algún modo la ha protegido, le ha dado calor, la ha hecho sentir alguien, sentirse segura. Pero la langosta espinosa debe despojarse de su caparazón para crecer, en un proceso llamado muda (como una serpiente tiene que cambiar su piel). La langosta rompe su viejo caparazón por la mitad dejándolo atrás en condición tan perfecta que parece un animal vivo. Las langostas espinosas se mudan varias veces al año cuando son jóvenes y luego una vez al año cuando son adultas. Una vez que se mudan, se comen el caparazón viejo.

Así nos sucede, si queremos crecer, hay que romper el caparazón, si no, no hay crecimiento sino infantilismo e inmadurez y la monstruosa deformidad de ya no caber en los esquemas que nos contienen. Las langostas no tienen opción, son obligadas por la naturaleza a abandonar el caparazón y generar uno nuevo. Nosotros, hombres, sin embargo, podemos intentar, por comodidad, la monstruosa metamorfosis de vivir en un espacio que nos afixia…


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