Teoría de la personalidad

CAPÍTULO 11

 

Teoría de la personalidad

 

Elisa y Laura reprobaron su examen semestral de psicología, pero reaccionaron de manera diferente cuando lo supieron. Cuando Elisa vio su calificación, sintió un fuerte dolor en el estómago y apenas si pudo contener el llanto. Faltó a la siguiente clase, se dirigió apresuradamente a casa y se encerró en su cuarto. Luego se acostó, se quedó con la vista fija en el techo sintiéndose terriblemente mal. Laura, por su parte, también faltó a la siguiente clase después de enterar-se que había reprobado el examen, pero se fue rápi­damente a la cafetería y acompañó a sus amigos que estaban comiendo. A lo largo de la comida no dejó de hacer bromas acerca de su profesor de psicología y del examen tan estúpido que había realizado.

¿Por qué estas dos estudiantes actúan de modo tan distinto en situaciones parecidas? En términos generales, en el ser humano hay algo que lo hace pen­sar, sentir y actuar en forma especial. Y «ese algo» es lo que los psicólogos llaman personalidad. Explica tanto las diferencias individuales como las incon­gruencias del comportamiento de cada uno de noso­tros a través del tiempo y en diversas situaciones.

Una teoría de la personalidad es un intento de explicar la naturaleza humana en todas sus comple­jidades y contradicciones. A diferencia de otros psi­cólogos, que limitan sus estudios a problemas más específicos (cómo funciona el ojo o por qué recorda­mos mejor en algunas situaciones que en otras), los

teóricos de la personalidad afrontan el problema más complejo de todos: ¿por qué observamos determina-da conducta?

Los psicólogos y psiquiatras, cuyas ideas vamos a exponer en el presente capítulo, basaron sus teo­rías en tres elementos: lo que aprendieron de su pro­pia vida; lo que aprendieron de los pacientes cuyos problemas emocionales contribuyeron a resolver, y lo que aprendieron de la literatura especializada, de la filosofía, la ciencia y las teorías de otros psicólo­gos. Ya sea directa o indirectamente cambiaron la idea que tenemos de nosotros mismos y de los demás.

LO QUE LOS TEÓRICOS DE LA
PERSONALIDAD TRATAN DE LOGRAR

Podríamos suponer que una teoría de la personali­dad no es más que la filosofía de la vida de un indivi­duo y sus hipótesis en torno a la naturaleza humana. En realidad, las teorías de la personalidad cumplen varias funciones sumamente prácticas.

En primer lugar, ofrecen la manera de organizar muchos hechos concernientes a nuestra personalidad y a los demás. Sabemos que hay personas francas o tímidas, dominantes o dóciles, temperamentales o

 

tranquilas, ingeniosas o torpes, alegres o melancóli­cas, responsables o flojas.

Los adjetivos anteriores designan rasgos de la personalidad, o sea formas genéricas de comportar-se que caracterizan a un individuo. Los teóricos de la personalidad intentan determinar si ciertos rasgos van siempre juntos y por qué, por qué un individuo posee algunos rasgos y no otros y por qué puede mostrar rasgos diferentes en situaciones diversas. Hoy se discute mucho cuáles rasgos son significati­vos y si son estables a través del tiempo o si repre­sentan la respuesta del individuo a circunstancias concretas. No obstante, todos los teóricos comparten una meta común: descubrir patrones en la conducta de la gente.

Un segundo fin de una teoría de la personalidad consiste en explicarlas diferencias entre individuos. Al hacerlo, los teóricos van más allá del comporta-miento superficial. Supongamos que un hombre que tú conoces es modesto hasta una humildad extrema. Cuando la conversación se centra en él, da la impre­sión de sentirse muy incómodo. Le complace mucho más esmerarse por hacer que los demás estén cómo-dos e interesarse por saber de sus vidas que hablar de sí mismo. Y seguramente conocerás a una perso­na que sea el extremo opuesto: nada le agrada tanto como hablar del trabajo que está realizando, de la gen-te que ha conocido, de sus planes para el futuro. Cuando pregunta acerca de la vida de los demás, lo hace por mera cortesía o porque la información le será útil más tarde. Las conductas se explican a partir de los motivos: la meta suprema de la primera persona es agradar a los demás; la segunda persona es ambi­ciosa en extremo. Pero estas explicaciones son poco más que simples descripciones. Ante todo, ¿cómo las dos llegaron a tener diferentes motivos? También en esto los teóricos de la personalidad están en desacuer­do. Uno podría conjeturar que la primera persona tuvo padres que castigaron el comportamiento agre­sivo, mientras que los de la segunda persona alenta­ron esa conducta y el logro. Otro podría buscar causas menos obvias, señalando —por ejemplo— que las raí-ces de las diferencias posiblemente se remonten al control de esfínteres.

Un tercer objetivo de la teoría de la personali­dad es estudiar cómo el hombre conduce su vida. No es un accidente que la mayor parte de los teóri­cos de la personalidad hayan comenzado su carrera como psicoterapeutas, intentando ayudar a los clien­tes a superar sus problemas emocionales. Al traba‑

jar con individuos que sufren un gran dolor psíqui­co y que luchan por superar los problemas de su vida diaria, inevitablemente formularon ideas so bre lo que se necesita para llevar una vida relativa mente feliz y sin problemas. Los teóricos de la personalidad intentan explicar por qué surgerir los problemas y por qué a algunos les resulta más difí­cil manejarlos.

Además, desean determinar cómo podemos me­jorar la vida. Es evidente que muchos están insatisfe­chos consigo mismos, con sus padres, su cónyuge, sus hijos, su vida familiar. A veces nos resignamos a trabajar en empleos poco satisfactorios, y existe el sentimiento generalizado de que algo marcha muy mal en el mundo y la sociedad. Casi todos reconoce­mos la necesidad de crecer y cambiar, tanto en lo in­dividual como en lo colectivo. ¿Cuáles son las metas adecuadas de esos dos procesos? ¿Cómo podemos afrontar los conflictos ineludibles de la existencia humana?

Los psicólogos de la personalidad tratan de con-testar las preguntas anteriores con teorías sistemáti­cas referentes al comportamiento humano. Estas teorías sirven para orientar la investigación, y ésta última prueba las partes de una teoría para verificar su veracidad o falsedad. Así pues, aunque todos te­nemos teorías propias sobre por qué la gente actúa de determinada manera, las teorías formales inten­tan hacer más científicas tales concepciones, al for­mularlas con mayor precisión y someterlas después a pruebas.

La psicología es todavía una ciencia muy joven, y estas pruebas apenas han comenzado. Ahora existen muchas teorías antagónicas de la personalidad, cada una con sus partidarios y opositores. En el presente capítulo, describiremos cuatro grandes escuelas a las que pertenecen los teóricos de la personalidad.

Las teorías psicoanalíticas, creadas por Sigmund Freud y sus seguidores, pone de relieve la importan cia de los motivos ocultos en lo profundo del incons­ciente. B. F. Skinner y los conductistas estudian la forma en que los premios y castigos moldean las ac­ciones del hombre. Los teóricos humanistas, entre ellos Abraham Maslow y Cari Rogers, destacar el potencial humano del crecimiento, la creatividajd y la espontaneidad. Finalmente, los teóricos de los ¿as­gos, entre quienes conviene citar a Gordon Allpott y Raymond Cattell, subrayan la importancia de enten­der las características básicas de la personalidad como la afabilidad y la agresión.

 

Las teorías que examinaremos tienen una imagen distinta de la naturaleza humana. Lo que tienen en común es el interés por entender las diferencias en­tre los individuos.

TEORÍAS PSICOANALÍTICAS

Los errores involuntarios al hablar o al escribir son comunes. Nos reímos de ellos, aun cuando no dejan de ser significativos. Algunas veces hasta resultan perturbadores. Alguna vez todos hemos tenido la tris-te experiencia de hacer un comentario personal que lastimó a a un amigo; después nos hemos pregunta-do: «¿Por qué dije eso? No era mi intención lastimar-lo.» Pero si nos ponemos a pensar un poco, tal vez nos demos cuenta de que estábamos molestos con él y queríamos «desquitarnos».

Sigmund Freud: psicosexualidad y el inconsciente

Sigmund Freud fue el primero en proponer que los pequeños errores que cometemos, las cosas que es­cuchamos mal y los malos entendidos más comunes no son errores en absoluto. Creía que ocultaban algo, a pesar de que sus pacientes afirmaran que habían sido accidentales y los corrigieran rápidamente. De manera parecida, cuando Freud los escuchaba des­cribir sus sueños, pensaban que éstos tenían un sig­nificado, aunque ellos no acertaran a descubrirlo. Freud llamó a estos errores que exponen contenidos inconscientes al igual que al contenido de los sueños, mensajes del inconsciente.

Freud fue un médico que practicó su profesión en Viena a principios de la década de 1900. Como se había especializado en enfermedades nerviosas, mu­chos acudían a él y le contaban su vida privada, sus conflictos, temores y deseos. Por aquella época, la gente creía, y muchos todavía lo creemos, que tene­mos conciencia de todos nuestros motivos y senti­mientos. Pero pensaba que, si las personas dicen y sueñan cosas cuyo significado ignoran, tampoco sa­ben mucho de sí mismos. Tras varios años de estudio llegó a la siguiente conclusión: los factores más po­tentes que influyen en la personalidad humana son cosas de las cuales no tenemos conciencia.

Freud fue el primer psicólogo moderno en afir­mar que la personalidad tiene un importante elemento inconsciente. La vida ofrece experiencias agradables y dolorosas. Para él, las experiencias con-tienen sentimientos y pensamientos, lo mismo que hechos reales. Según Freud, muchas de nuestras ex­periencias, en especial los episodios dolorosos de la niñez, se olvidan o quedan «enterradas» en el incons­ciente; pero aunque no las recordemos consciente-mente, siguen influyendo en nuestra conducta. Por ejemplo, si un niño nunca logró complacer a una madre o padre muy exigente, se sentirá triste casi siempre y dudará de su capacidad para alcanzar el éxito en la vida y ser feliz. Cuando sea adulto, tal vez piense que no vale nada y tenga poca autoestima, a pesar de poseer muy buenas cualidades. Freud esta­ba convencido de que los motivos y sentimientos in-conscientes de la niñez ejercen un impacto enorme en la personalidad y comportamiento del adulto.

El ello (id), el yo (ego) y el superyó (superego)

Freud trató de explicar la personalidad humana di­ciendo que era una especie de sistema de energía, una especie de motor o de dinamo eléctrico. La energía de la personalidad humana proviene de dos clases de impulsos poderosos: los de la vida y los de la muerte; al segundo le llamó tanatos. De acuerdo con Freud, la vida entera se mueve hacia la muerte y el deseo de un callejón sin salida se manifiesta en la personalidad humana en forma de la destructividad y agresividad. Pero los instintos de la vida (el ello) son más impor­tantes en la teoría de Freud, y vio en ellos fundamen­talmente impulsos eróticos o de búsqueda de placer.

En 1923 Freud había ya descrito lo que más tarde llegó a conocerse con el nombre de elementos estruc­turales de la mente: el ello, el yo y el superyó. Aun-que solía referirse a ellos como si realmente formaran parte de la personalidad, los describió y consideró simplemente como un modelo de la manera en que funciona la mente. En otras palabras, el ello, el yo y el superyó no se refieren a partes verdaderas del ce­rebro. Se limitan simplemente a explicar cómo fun­ciona la mente y la manera en que se regulan las energías instintivas.

En la teoría freudiana el ello es el depósito o re­servorio de los impulsos instintivos. Es la parte del inconsciente en que predominan los impulsos. Busca

 

 

Figura 11.1

Interpretación visual de la teoría de la estructura de la personalidad propuesta por Freud. El ego trata de equilibrar los deseos del id contra las exigencias del superego y la realidad del mundo externo. Al hacerlo, algunas veces suprime las tendencias irracionales del id, pero también puede encauzar la energía del id hacia canales aceptables tanto para el superego como para el mundo externo. Estas interacciones y conflictos están representadas por las flechas de la figura.

 

ante todo la satisfacción inmediata de los deseos, sin que le importen las consecuencias.

El proceso más consciente de la personalidad es el yo. Es la parte racional, reflexiva y realista. Por ejemplo, si alguien tiene hambre, lo impulsará a bus­car la satisfacción inmediata soñando en comida o ingiriendo inmediatamente los alimentos disponibles en vez de guardarlos para después. El ego reconoce­rá que el organismo necesita comida real y seguirá necesitándola en el futuro; se servirá de la energía del ello o para conservar parte de la comida disponi­ble y buscar medios de obtener más.

Supongamos que pensabas robarle a alguien la comida deseada. La parte de la personalidad que te lo impedirá recibe el nombre de superego o superyó. Al ello le interesa lo que quiere hacer el sujeto y al ego planear lo que puede hacer; el superego se cen­tra en lo que debería hacer. Es la parte moral de la

personalidad, la fuente de la conciencia y de los gran-des ideales. El superego también puede ocasionar conflictos y problemas; algunas veces es demasiado duro o exigente, una especie de progenitor muy As­tricto. Así pues, el superego es también causa de los sentimientos de culpabilidad que nacen de la tras­gresión grave de lo que se considera «bueno».

El ello y el superego a menudo entran en conflic­to. Como a ninguno de ellos les preocupa la realidad, también entran en conflicto con el mundo externo. Freud vio en el ego la parte de la personalidad encar­gada de resolver esas pugnas. De alguna manera el ego deberá encontrar la manera realista de atender las demandas del ello sin ofender al superego. Si el ello no queda satisfecho, el individuo sentirá una ten­sión intolerable de ira o deseo. Si no se obedece al supergo, se sentirá culpable y tendrá sentimientos cjle inferioridad. Y en caso que se ignore la realidad ex-

 

terna, sufrirá consecuencias negativas como la inani­ción o la antipatía por parte de la gente (Freud, 1943).

Mecanismos de defensa

La función del yo es tan difícil que inconscientemen­te todo mundo recurre a defensas psicológicas. En vez de afrontar una gran frustración, conflicto o sen­timientos de poca autoestima, la gente se engaña a sí misma y se convence de que todo marcha bien. Si no es posible resolver las exigencias del ello y del yo, tal vez haya que deformar la realidad. A estas técnicas Freud les dio el nombre de mecanismos de defensa, porque defienden al ego e impiden que sufra ansie­dad por no haber cumplido su misión. Freud pensa­ba que estos mecanismos provienen principalmente de la parte inconsciente del ego y que el individuo tiene conciencia de ellos sólo en una forma de pisco-terapia denominada psicoanálisis.

En cierto modo, los mecanismos de defensa son imprescindibles para el equilibrio psíquico. Alivian la confusión intolerable, ayudan a sortear las crisis intensas de la existencia y dan a los individuos tiem­po suficiente para que resuelvan problemas que no podrían solucionar si tuvieran que experimentar to­das las presiones de su interior. Pero cuando recu­rren de manera sistemática a estos mecanismos —engañándose continuamente a sí mismos y a los demás respecto a sus verdaderos sentimientos y as­piraciones—, no afrontarán ni resolverán sus proble­mas en una forma realista. A continuación se explican algunos de los mecanismos de defensa descubiertos por Freud.

Desplazamiento. El desplazamiento tiene lugar cuando el objeto de un deseo inconsciente causa an­siedad. Ésta se atenúa si inconscientemente el ego transfiere el deseo a otro objeto. El ello desplaza la energía de un objeto a otro más accesible. Por ejem­plo, si quisieras golpear a tu padre pero tuvieras mie­do hacerlo, tal vez golpearías a tu hermano menor. Tu pobre hermano recibe la agresión, en parte por-que te recuerda a tu padre y en parte porque difícil-mente responderá al ataque.

Represión. Cuando alguien tiene un pensamiento o impulso que le provoca al ego demasiada ansie­dad, posiblemente lo relegue en el inconsciente. A este proceso se le llama represión. El sujeto simple‑

mente «olvida» lo que lo perturba o bien lo saca de la conciencia sin darse cuenta de ello. Por ejemplo, una mujer cuyo padre se entromete en su vida sentirá el impulso de decir: «Te odio, papá», pero sentirá tal miedo y ansiedad ante su impulso, que llegará a creer —sin advertir lo que está haciendo— que lo que siente no es odio. Lo sustituye por la apatía, sentimiento que consiste en no mostrar interés por nada, la mujer dirá entonces: «No te odio. No tengo sentimiento al­guno hacia ti.» Pese a ello, el enojo y la hostilidad permanecen en su inconsciente y posiblemente los manifiesta a través de comentarios hostiles, bromas sarcásticas, equivocaciones al hablar o en sus sueños.

Formación reactiva. Es un mecanismo que consis­te en reemplazar un sentimiento o impulso inacepta­bles por su opuesto. Por ejemplo, a un padre divorciado puede molestarle cuidar a su hijo los fi­nes de semana. Inconscientemente piensa que un buen padre no debería reaccionar así, de manera que le muestra a su hijo mucho cariño, le compra jugue­tes y realiza con él fabulosas excursiones. Si una mujer considera que sus grandes ambiciones son malas, tal vez adopte el papel de una persona débil, desvalida y pasiva que tan sólo desea agradar a los hombres de su vida. Así oculta de modo inconsciente sus verda­deros sentimientos.

Proyección. Otra forma en que el ego evita la an­siedad es creer que los impulsos provenientes de su interior en realidad proceden de otras personas. Por ejemplo, si un joven está muy celoso de su novia pero no quiere admitir que se siente amenazado por su independencia de ella dirá: «No estoy celoso: ella es la que siempre está preguntándome dónde he esta-do, quién era la chica con que hablaba…» Este meca­nismo recibe el nombre de proyección porque los sentimientos internos se dirigen (proyectan) hacia el exterior. Es un mecanismo común, que seguramente has observado en tu personalidad de cuando en cuan-do. Así, muchos piensan que no le agradan a la gen-te, cuando en realidad no se agradan a sí mismos.

Regresión. La regresión significa retornar a un pa­trón conductual anterior y menos maduro. Cuando alguien está bajo presión y las otras defensas no es­tán funcionando adecuadamente, quizá empiece a portarse en formas que le ayudaran en el pasado. Por ejemplo, puede recurrir a los berrinches, a hacer ges­tos, a llorar con mucha fuerza o a comer y dormir

 

mucho como lo hacía de niño. Si alguna vez estuvis­te tentado a sacar la lengua o hacer un mohín de eno­jo en vez de aceptar el hecho de que debes desistir, ya sabes lo que significa una regresión.

La más importante aportación de Freud al cono-cimiento del ser humano es reconocer las fuerzas tan poderosas de la personalidad humana y la dificultad de poder controlarlas y manejarlas. Después de él, fue más fácil comprender por qué la vida humana está llena de conflictos. Se trata, en opinión de Freud, de llegar a una componenda con las normas de la sociedad. El id o ello es la parte salvaje de la perso­nalidad y el superego representa a la sociedad. En individuos sanos el ego, el «yo», es lo bastante fuerte para controlar la lucha (Hall, 1954).

Freud fue además el primer psicólogo en afirmar que la infancia y la niñez son un periodo crítico en el cual se constituye la estructura básica del carácter. Según él, la personalidad estaba bien formada cuan-do el niño entraba en la escuela y el crecimiento pos­terior consistía en perfeccionar esta estructura fundamental.

Evaluación de las aportaciones de Freud

Freud fue el primero en proponer una teoría unitaria para entender y explicar el comportamiento huma­no. Ninguna teoría posterior ha sido más completa ni más compleja. Pero sus ideas fueron muy contro­vertidas al ser propuestas a comienzos del siglo xx y todavía lo son. Algunos psicólogos tratan las obras de Freud como si fueran un texto sagrado: si él lo dijo, debe ser verdad. En el otro extremo, muchos lo acusaron de no ser un científico: propuso una teoría que resulta demasiado compleja para demostrar su veracidad o falsedad ya que no puede ser demostra­da por los pasos científicos y experimentales.

En 1977 Seymour Fisher y Roger Greenberg pu­blicaron un libro (The Scientific Credibility of Freud’s Theories and Therapy), en el cual resumieron más de 50 años dedicados a investigar las ideas freudia­nas. Algunas partes de su teoría resultaron ciertas. Por ejemplo, Freud pensaba que el homosexual ha­bía tenido una relación estrecha e intensa con su madre, mientras que la relación con su padre tendía a caracterizarse por el alejamiento, la frialdad y el conflicto. Para someter a prueba esta idea, un psicó­logo (Ullman, 1960) pidió a grupos de prisioneros he­terosexuales y homosexuales que describieran a sus padres. Descubrió que los homosexuales tendían a

decir que su madre les había dado «demasiado» amor y los padres «muy poco». Muchos otros estudios rela­tivos a homosexuales arrojaron resultados similares.

Otras ideas de Freud no fueron corroboradas por la evidencia. Por ejemplo, el psicoanálisis (forma de terapia propuesta por él, en la cual el cliente pasa años analizando el origen inconsciente de sus pro­blemas) al parecer no es más eficaz que otros méto­dos de la psicoterapia, más simples, baratos y rápidos.

Fisher y Greenberg llegaron a la siguiente conclu­sión: «Cuando realizamos la valoración final de nues­tras investigaciones, comparando los aspectos positivos con los negativos, comprobamos que Freud sale bastante bien librado. Pero como todos los teóri­cos, a la larga dista mucho de ser infalible. Parece haber acertado en muchas cosas, pero también se equivocó en algunas muy importantes» (396).

En el camino trazado por Freud: Jung y Adler

Las ideas revolucionarias de Freud atrajeron a mu­chos seguidores, y algunos de ellos con el tiempo for­mularon teorías muy importantes.

Figura 11.2

Cari G. Jung, uno de los más místicos y metafísicos de los teóricos pioneros, hasta hace poco había tenido mayor aceptación en Europa que en América.

 

Hubo una época en que Cari Jung fue el colabo­rador más fiel de Freud, pero cuando comenzaron a discutir sobre la teoría psicoanalítica, se hicieron ten­sas sus relaciones personales. Finalmente, después de siete años de conocerse, dejaron de hablarse.

Jung discrepaba de Freud en dos puntos funda-mentales. Primero, Jung adoptó una perspectiva más positiva ante la naturaleza humana, pues creía que el hombre trata de desarrollar su potencial y contro­lar sus impulsos instintivos. Segundo, distinguió en­tre el inconsciente personal (semejante a la idea del inconsciente propuesta por Freud) y el inconsciente colectivo, que es una especie de depósito de instin­tos, impulsos y memorias que el género humano ha ido acumulando a través de la historia. Jung arquetipos a estas ideas universales heredadas. Los mismos arquetipos están presentes en todos nosotros; reflejan las experiencias comunes del hombre con su madre, con su padre, con la naturaleza, con la guerra, etcétera.

Jung procedió a identificar los arquetipos estu­diando los sueños y visiones, las pinturas, los poe‑

 

Figura 11.3

Alfred Adler. Sus escritos sobre psicoterapia ofrece una concep­ción más optimista y mayor aplicabilidad que los de Freud o Jung. Su enfoque de la vida humana basado en el sentido común y en la intuición ha influido profundamente en los psicólogos durante todo el siglo XX.

mas, las leyendas, los mitos y las religiones. Descu­brió que los mismos temas —arquetipos— recurren una y otra vez. Por ejemplo, la historia de Juanito y el frijol mágico es esencialmente la misma que la de David y Goliath. En ambas se relata cómo una perso­na pequeña, débil y buena vence a otra más grande, fuerte y mala. De acuerdo con Jung, este tipo de his­torias son comunes y fáciles de entender, porque las situaciones que describen han ocurrido una y otra vez a lo largo de la historia humana y se han guarda-do como arquetipos en el inconsciente de los seres humanos (Jung, 1963).

Como Jung, también Alfred Adler fue discípulo de Freud y abandonó a su maestro en la primera par-te del siglo XX para formular su propia teoría de la personalidad. Adler estaba convencido de que la fuer­za impulsora de la vida humana es el deseo de supe­rar sus sentimientos de inferioridad. Un ejemplo clásico de ello es Demóstenes, quien superó su tarta­mudeo metiéndose piedrecillas en la boca para prac­ticar dicción y se convirtió así en el más grande orador de la Grecia antigua; Napoleón, un hombre de pe­queña estatura conquistó Europa en la década de 1800, y Glen Cunningham, fue un gran corredor olím­pico aunque perdió los dedos de los pies en un in­cendio cuando era niño y tuvo que convencer a los médicos de que no le amputaran las piernas, pues pensaban que nunca volvería a caminar.

Todos luchamos con sentimientos de inferioridad, afirma Adler. Si alguien trata de ocultar y evitar los sentimientos de inadecuación, Adler dirá que esa persona tiene un complejo de inferioridad (expre­sión acuñada por él). Los niños se sienten inferiores porque dependen mucho de los adultos. Poco a poco aprenden a hacer cosas que las personas mayores rea­lizan. La satisfacción que procura el simple hecho de caminar o de aprender a usar la cuchara crea un pa­trón de superación de las insuficiencias, patrón que dura toda la vida. A estos patrones Adler los llama » estilos de vida «.

Según Adler, la forma en que los padres tratan a sus hijos influye profundamente en los estilos de vida que escogerán después. La condescencia excesiva, en la cual los padres tratan de satisfacer todos los capri­chos del niño, tiende a producir un individuo ego-céntrico que tiene poco respeto por la gente y que espera que todo mundo le cumpla sus deseos. Por otra parte, el niño a quien sus padres descuidan se volverá hostil y agresivo para vengarse de sus pa­dres. Esos dos tipos de niño tienden a convertirse en

 

 

orn               ey sobre la ansiedad y                        itilidad básicas

Ideas de Honey sobre la ansiedad y hostilidad básicas

 

El conflicto que suele provocar ansiedad en el niño es el que se da entre la dependencia de los padres… y los impulsos hostiles en contra de ellos. La hostilidad puede nacer en el niño de muchas maneras: por la falta de respeto de los padres hacia él; por exigencias y prohibiciones poco razonables; por la injusticia; por la poca contabilidad; por la supresión de la crítica; por padres dominantes que atribuyen su actitud al amor… Si un

niño, además de ser dependiente de sus padres, se siente intimidado sutil o abiertamente por ellos y, por lo mismo, piensa que cualquier expresión de impulsos hostiles pone en peligro su seguridad, entonces necesariamente la existencia de esos impulsos generará ansiedad… El resultado será lo que Freud llama el complejo de Edipo: una vehemente adhesión a uno de los padres y celos por cualquiera que interfiera en la pretensión de una posesión

exclusiva… Pero la estructura dinámica de estos apegos es enferamenfe diferente de lo que Freud designa como el complejo de Edipo. Son una manifestación temprana de los conflictos neuróticos más que un fenómeno de carácter fundamentalmente sexual.

Según Karen Horney, The Neurotic Personality in Our Time. Nueva York;

Norton, 1939.              •

 

 

 

Figura 11.4

Ideas de Horney sobre la ansiedad y hostilidad básicas.

adultos con poca seguridad en su capacidad para afrontar las exigencias de la vida. En teoría, afirma Adler, el padre debería transmitirle al hijo adquirir confianza en sí mismo y valor; y la madre debería transmitirle la generosidad y un sentimiento altruis­ta (Adler, 1959).

Aunque Jung y Adler fueron tan sólo los prime-ros personajes en romper con Freud; pronto otros si­guieron su ejemplo. La teoría de Erich Fromm se centró en torno a la necesidad de pertenencia y la soledad que causa la libertad. Karen Horney puso de relieve la importancia de la ansiedad básica —la que el niño siente por ser desvalido— y la hostilidad bá­sica, enojo contra los padres que suele acompañar a la ansiedad. También atacó varias ideas fundamen­tales de Freud, entre otras cosas la importancia que le concedía a la envidia del pene en el desarrollo de la mujer. Erik Erikson aceptó la teoría de Freud, pero describió ocho etapas psicosociales por las que pasa­mos todos, desde el nacimiento hasta la senectud. Éstos y otros neofreudianos han contribuido a man­tener viva y a desarrollar la teoría psicoanalítica.

TEORÍAS DEL COMPORTAMIENTO

La psicología estadounidense estuvo dominada lar­go tiempo por el estudio del aprendizaje humano y

animal. En los años 40, los psicólogos de la Universi­dad de Yale, John Dollard y Neal Miller utilizaron la teoría del aprendizaje para analizar las ideas de Freud, pero los conductistas no la aceptaron. El con­ductismo (behaviorismo) sostiene que la psicología estudia el comportamiento objetivamente observable. Desde su punto de vista, los individuos difieren en sus experiencias de aprendizaje, adquieren varios comportamientos y, por lo mismo, personalidades distintas.

B. F. Skinner: conductismo radical

Aunque su conductismo radical no propuso una teo­ría de la personalidad, B. F. Skinner ha ejercido una profunda influencia en la teoría de la personalidad. Skinner no percibió la necesidad de un concepto ge­neral acerca de la estructura de la personalidad. Se centró más bien en descubrir las causas exactas por las cuales el ser humano se comporta de deter­minada manera. Se trata de un enfoque muy prag­mático: no le interesa tanto entender el comporta-miento, sino más bien predecirlo y controlarlo.

Para entender esto pongamos el caso de Alfredo, estudiante de segundo año de universidad, que inti­mamente parece muy deprimido. Freud buscaría las causas de la depresión en los acontecimientos de la infancia de Alfredo. El enfoque de Skinner sería más directo. Primero, rechazaría la designación tan vaga

 

Figura 11.5

B. F. Skinner. La obra revolucionaria de Skinner en la psicología del

comportamiento ha dado origen a varias técnicas terapéuticas de gran eficacia en el tratamiento de algunos problemas.

de «deprimido». Preguntaría, cómo exactamente se comporta Alfredo. La respuesta sería que pasa casi todo el día encerrado en su cuarto, falta a las clases y rara vez sonríe o se ríe.

En seguida, Skinner trataría de entender las con­tingencias del reforzamiento. ¿Qué circunstancias están conservando estos comportamientos? Una hi­pótesis establece que su novia Esther ha reforzado involuntariamente la conducta de Alfredo, al pasar mucho tiempo con él intentando animarlo. Quizá antes de que se deprimiera, ella no le hacía mucho caso. Nótese que el enfoque de Skinner de inmediato propone una hipótesis cuya veracidad o falsedad son demostrables. Si prestarle atención a Alfredo estimula su apatía, entonces si se le ignora disminuirán las probabilidades de esta conducta. Por tanto, Esther podría tratar de ignorarlo durante algunos días. Si Alfredo comienza a salir de su cuarto, ella habrá des-cubierto las contingencias del reforzamiento que ri­gen la conducta de su novio. En caso contrario, sabrá que la hipótesis estaba equivocada y probará otra. Quizás Alfredo esté «pegado» todo el día a la televi­sión de su cuarto. Si se le quita la televisión se sabrá si el aparato es el reforzador.

En un principio, el conductismo radical parece indicar que de alguna manera Alfredo estaba simu­lando su depresión para poder ver su programa fa­vorito de televisión, estar más tiempo al lado de su novia o por cualquier otro motivo. Skinner no hizo tal suposición. Es posible que Alfredo ignore por com­pleto los premios que están moldeando su compor­tamiento. Por lo demás, sus sentimientos no cuentan para nada en este caso. Lo que importa no es lo que sucede en el interior de su mente, sino lo que está haciendo. Lo importante es especificar su conducta y luego averiguar a qué se debe.

El enfoque de Skinner ha recibido una amplia aco­gida entre los psicólogos, en parte por ser tan prag­mático. Está totalmente orientado a la acción, lo cual corresponde a la mentalidad de los estadounidenses: no te preocupes tanto en el porqué algo anda mal; más bien procura poner todo tu empeño en resolver el problema. Es verdad que el conductismo radical a menudo da buenos resultados. Los skinnerianos han aplicado las técnicas a varias clases de conductas, desde enseñar a las palomas a jugar ping pong hasta enseñarles a los retrasados mentales a vestirse sin ayuda y a participar en actividades simples, que an­tes se consideraban fuera de sus posibilidades.

Como bien lo saben los padres de familia, tam­bién podemos modificar el comportamiento de per­sonas normales por medio de premios y castigos. El éxito de los conductistas radicales con ellas ha sido más limitado, en parte porque los reforzadores son complejos en extremo. Por ejemplo, en varios estudios de investigación grupos de delincuentes juveniles han sido asignados a comunidades de re-habilitación donde se les premia (con comida o pri­vilegios especiales) por observar determinada conducta: asistir a clases, limpiar el propio cuarto y otras actividades. En una de estas investigaciones, Buehler, Patterson y Furness (1966) descubrieron que las jóvenes delincuentes se reforzaban mutuamente violando las reglas y replicando insolentemente. En ocasiones, la aprobación de los compañeros puede ser un reforzador más eficaz que cualquier premio ofrecido por un psicólogo.

Albert Bandura: teorías del aprendizaje social

Skinner puso de relieve el condicionamiento operan-te en su descripción y explicación de la personalidad.

 

Pero, en opinión de Albert Bandura y su finado colega Richard Walters (1963), la personalidad no se adquiere sólo por el reforzamiento directo del com­portamiento sino también por el aprendizaje obser­vacional, o imitación. En este tipo de aprendizaje, el sujeto adquiere una nueva conducta al ver las accio­nes de otra persona. Por ejemplo, si queremos ense­ñarle a un niño a batear una pelota de béisbol, podríamos darle un bat y una pelota reforzándolo cada vez que los use correctamente (condicionamien­to operante). Pero probablemente optemos por de-mostrarle la forma correcta de sostener el bat y de pegarle a la pelota, porque de este modo el niño aprenderá el comportamiento más rápidamente. Bandura y Walters creen que en gran parte el com­portamiento y la personalidad del niño se adquieren por contacto con modelos específicos durante la vida diaria.

Bandura descubrió que las consecuencias que le acarrea a un modelo realizar una conducta en parti­cular influyen en el deseo del observador de efectuar-la (aunque no necesariamente de aprenderla). En un estudio (Bandura, 1965), tres grupos de niños vieron a modelos realizar un comportamiento que era pre­miado, castigado o que no producía consecuencia alguna. En una sesión de juego libre celebrada des­pués, los niños imitaron más al modelo premiado, en segundo lugar al menos castigado y en último al que no se le premiaba ni castigaba. Cuando a los mismos niños se les ofreció después un premio por reprodu‑

cir el comportamiento que habían visto en las pelícu­las, los tres grupos imitaron igualmente bien las con­ductas.

Desde el punto de vista de Bandura, el ser huma­no puede dirigir su comportamiento eligiendo deter­minados modelos. En parte, cuando tus padres se oponen a que tengas ciertos amigos, están intentan-do cambiar los modelos que usas. Los modelos más eficaces son aquellos que más se parecen al observa­dor y que más admira. Así, tendemos a aprender nuevos comportamientos de nuestros amigos y de los amigos de nuestros padres.

PSICOLOGÍA HUMANÍSTICA

Podríamos considerar la psicología humanística como una rebelión en contra de la concepción tan negativa y pesimista de la naturaleza humana que dominó la teoría de la personalidad en la primera parte del siglo XX. Como hemos visto, los psicoana­listas pusieron de manifiesto la lucha por controlar los impulsos primitivos e instintivos, por una parte, y las exigencias autoritarias del superego o concien­cia, por la otra. También los conductistas vieron el comportamiento humano bajo una luz mecanicista: las acciones del hombre son moldeadas por premios y castigos. Los psicólogos humanistas rechazan am‑

 

 

 

más SOBRE PSICOLOGÍA

Teorías interpersonales de la personalidad. La mayor parte de las teorías consideran a la persona como un individuo. Pero algunos psicólogos ven en ella una función del entorno social. Uno de los primeros en proponer este nuevo punto de vista fue Harry Stack Sullivan.

Las teorías de Sullivan han sido organizadas en un modelo bidimensional. Una dimensión es el poder,

que abprca desde el dominio en un extremo de la escala hasta la sumisión en el otro. La segunda dimensión es la amistosidad, que abarca desde la afabilidad hasta la hostilidad. La mayor parte de los comportamientos puede describirse como una combinación de estas dos dimensiones. Por ejemplo, la «servicialidad» es una combinación de dominio y amistosidad; la «confianza» es una combinación de sumisión y amistosidad. Los investigadores también observaron que las acciones del individuo tienden a provocar respuestas específicas en otros. Una conducta y su respuesta más probable son complementaras. Por ejemplo, la mayo-ría responderá a una petición de ayuda (confianza), ofreciendo consejo (ayuda) sin importar su «serviciali­dad» como individuos. Por tanto, muchos comportamientos no se deben simplemente a la personalidad, sino también al ambiente social del individuo.

 

bas concepciones, diciendo que degradan al ser hu­mano: Freud, porque concede demasiada importan­cia a lo irracional y a los instintos destructivos; Skinner, porque pone de relieve las causas externas del comportamiento. Por el contrario, los humanis­tas destacan la libertad relativa respecto a presiones instintivas (en comparación con otros animales) y la capacidad de crear y vivir conforme a normas per­sonales.

La psicología humanística se funda en la idea de que todos los hombres luchan por alcanzar la auto­rrealización, es decir, alcanzar el máximo de sus po­tencialidades como seres humanos. La autorrea­lización es una apertura a una amplia gama de expe­riencias: aceptar las responsabilidades de la libertad y el compromiso personal; un deseo de ser cada vez más auténtico o congruente con uno mismo, y la ca­pacidad de crecer. Se requiere coraje, dice Kipling,

«para confiar en uno mismo, cuando todo mundo duda de uno…» Para los humanistas, éste es un ins­tinto básico del hombre y la esencia de la dignidad humana.

Abraham Maslow: crecimiento y autorrealización

Abraham Maslow fue uno de los más importantes impulsores del movimiento humanístico en la psico­logía. Se propuso crear lo que llamó «una tercera fuer­za de la psicología» como alternativa válida ante el psicoanálisis y el conductismo. Trató de basar su teo­ría de la personalidad en estudios de personas sanas, creativas y que se autorrealizan (porque utilizan al máximo sus talentos y potencial) y no en individuos con perturbaciones psíquicas. Criticó a otros psicólo­gos por sus concepciones tan pesimistas y limitadas

 

 

Figura 11.6

Abraham Maslow. Su obra, junto con la de Cari Rogers y otros psicólogos, contribuyó a crear una orientación humanística hacia el estudio del comportamiento,

poniendo de relieve el crecimiento y la realización de las potenciali­dades del individuo.

del ser humano. ¿Dónde está la filosofía, se pregun­ta, que trata de la jovialidad, la alegría desbordante, el amor y el arte expresivo con el mismo interés con que se ocupa de la infelicidad, el conflicto, la vergüen­za, la hostilidad y el hábito?

Cuando Maslow decidió estudiar a los individuos más productivos que pudo encontrar —en los me-dios académicos de la historia, la sociología y de otros círculos profesionales—, estaba abriendo brechas nue­vas. Las teorías de la personalidad que hemos expues‑

to en páginas anteriores fueron elaboradas por psi­coterapeutas tras largos años de trabajar con perso­nas que no podían superar las frustraciones y conflictos diarios. Maslow quería conocer no sólo a ese tipo de personas, sino también a las que habían llevado una vida extraordinaria como Abraham Lin­coln, Albert Einstein y Eleanor Roosevelt.

Maslow descubrió lo siguiente: aunque estas per­sonas algunas veces tuvieron grandes problemas emocionales, se adaptaron a ellos en formas que les permitieron llegar a ser sumamente productivos. Descubrió asimismo que compartían algunos rasgos. Primero, percibían objetivamente la realidad, a dife­rencia de aquellos que, llevados por los prejuicios y la frivolidad, lo percibían de modo muy parcial. Las personas autorrealizadas también se aceptan a sí mismas, a los demás y a sus ambientes más fácil-mente que las personas «comunes». Sin que lo advir­tamos, casi todos proyectamos nuestras esperanzas y temores en el mundo circundante. A menudo nos enfadamos con aquellos cuyas actitudes difieren ra­dicalmente de las nuestras. Dedicamos mucho tiem­po a negar nuestras limitaciones y a tratar de racionalizar o cambiar lo que no nos gusta de nues­tra personalidad. En cambio, los individuos autorrea­lizados se aceptan tal como son.

Seguras de sí mismas, las personas sanas están más orientadas hacia los problemas que hacia sí mis-mas. Pueden centrarse en los trabajos en una forma en que no pueden hacerlo los que se preocupan por conservar y proteger la propia imagen. Suelen tomar las decisiones a partir de principios éticos y no de los

 

Tabla 11.1 Características de las personas que se autorrealizan

 

Están orientadas hacia la realidad.

Se aceptan a sí mismas, a los demás y al mundo sin negar lo que son.

Muestran una gran espontaneidad.

Están orientados a los problemas y no a su propia persona.

Dan la impresión de indiferencia y necesitan la intimidad.

Son autónomos e independientes.

Su aprecio por la gente y las cosas es abierta y no estereotipada.

La mayor parte de ellos ha tenido profundas experiencias de carácter místico o espiritual.

Se identifican con el género humano.

Sus relaciones íntimas con unos cuantos seres queridos tienden a ser profundas y muy emocionales, no superficiales.

Sus valores y actitudes son democráticos.

No confunden los medios con los fines.

Su sentido del humor es agradable y no hostil. Aman entrañablemente la creatividad.

Se resisten al conformismo en lo cultural.

Trascienden el ambiente en vez de adaptarse simplemente a él.

 

cálculos de las consecuencias que pueden tener para ellos. Poseen un profundo sentido de identidad con otros seres humanos, no sólo con los miembros de su familia, su grupo étnico o país, sino con todo el géne­ro humano. Tienen un gran sentido del humor, se ríen con la gente, no de ella.

Maslow observó también que las personas auto­rrealizadas son extraordinariamente espontáneas. No tratan de ser más que auténticas. Y se conocen a sí mismas lo bastante para conservar su integridad ante la oposición, la impopularidad o el rechazo. En una palabra, son autónomas. Aprecian mucho la intimi­dady frecuentemente buscan la soledad. Ello no sig­nifica que sean personas indiferentes ni retraídas, pero en vez de tratar de ser populares, se centran en relaciones profundas y afectuosas con los pocos con quienes se sienten verdaderamente identificados.

Finalmente, los individuos estudiados por Mas­low tenían la poco común capacidad de apreciar aun las cosas más simples. Vivían su vida con un sentido de descubrimiento que les permitía contemplar cada día como algo totalmente nuevo. Rara vez se sentían aburridos o perdían el interés por las cosas. Disfruta­ban al máximo su existencias, gracias a los momen­tos de intensa alegría o satisfacción o a «experiencias supremas». Maslow pensaba que esto es a la vez la causa y el efecto de su creatividad y originalidad (Maslow, 1970).

Según Maslow, para que uno pueda autorreali­zarse debe satisfacer primero sus necesidades prima­rias de alimento, vivienda, seguridad física, amor, pertenencia y autoestima. Por supuesto, en cierto modo la capacidad de atenderlas depende de facto-res que escapan a nuestro control. Con todo, ni la riqueza, ni el talento, ni la belleza o cualquier otra cua­lidad pueden proteger totalmente contra la frustración y el desencanto. Los ricos y los pobres, lo mismo que las personas brillantes y las que no lo son tanto, han de adaptarse para mantener el equilibrio y crecer.

Muchos psicólogos han criticado el trabajo de Maslow. Por ejemplo, su afirmación de que la natu­raleza humana es «buena» se considera una intromi­sión de valores subjetivos en lo que debiera ser una ciencia neutral. También se critica su estudio de las personas autorrealizadas, porque seleccionó la mues­tra a partir de criterios subjetivos. ¿Cómo podemos identificarlas sin conocer antes sus características? Y si de antemano conocemos las características, ¿no es absurdo enumerarlas como si fuesen el resultado de un estudio empírico?

Pese a las críticas anteriores, Maslow ha tenido una gran influencia. Inspiró a muchos investigado-res a poner más atención en las personas sanas y pro­ductivas y ha hecho que muchos líderes de grupos y psicólogos clínicos busquen los medios de promover el crecimiento y la autorrealización de empleados, estudiantes y clientes en la terapia.

Cari Rogers: el organismo y la personalidad

Las personas a quienes Cari Rogers orientaba eran «clientes», no «pacientes». La palabra «paciente» implica enfermedad, etiqueta negativa que Rogers rechazaba. En calidad de terapeuta, le interesaban principalmente los obstáculos y desviaciones del ca-mino de la autorrealización (o «funcionamiento ple­no», como también la llamaba). Estaba convencido de que muchos experimentan un conflicto entre lo que aprecian de su personalidad y lo que los otros piensan de ellos. La génesis de este conflicto la expli­caba en los siguientes términos: hay dos aspectos o partes de la personalidad. Uno es el organismo, que es la totalidad de una persona y que entre otras cosas incluye su cuerpo. De acuerdo con Rogers, el orga­nismo lucha constantemente por alcanzar la perfec­ción y ser más completo. Todo cuanto favorezca este fin es bueno. El organismo realizará todas sus poten­cialidades. Por ejemplo, el niño desea aprender a ca-minar y correr porque su cuerpo está hecho para esas actividades. Queremos gritar, bailar y cantar porque

 

Figura 11.7

Cari Rogers. Sus teorías han tenido un gran impacto en la psicología moderna y en la sociedad en general. Puso de relieve la expe­riencia personal más que los impulsos e instintos.

 

nuestro organismo tiene la capacidad de realizarlos. Los individuos poseen diferentes potencialidades, pero todos quieren cumplirlas, realizarlas sin impor­tar en qué consistan. Carece de valor ser capaz de pin­tar y no hacerlo, y también tener mucha habilidad para las bromas ingeniosas y abstenerse de hacerlas. De-seamos realizar todo aquello que podemos y hacerlo de la mejor manera posible. (Este optimismo sobre la naturaleza humana es la esencia del humanismo.)

Todo individuo posee además lo que Rogers lla­ma el yo. Éste es esencialmente la imagen de lo que somos y apreciamos en nosotros mismos, en los de-más y en la vida en general. El yo es algo que adqui­rimos gradualmente con los años, observando cómo la gente reacciona ante nosotros. Al inicio, la persona más importante de la vida es la madre (o la que sos­tiene al niño en brazos). Queremos su aprobación o estimación positiva. Nos preguntamos: «¿Qué pien­sa de mí?» Si la respuesta es «Me ama, le agrada lo que soy y lo que hago», entonces comenzamos a sen­tir una estimación positiva por nosotros mismos.

No obstante, muchas veces esto no sucede. Es ambivalente la imagen que vemos reflejada en los ojos y acciones de nuestra madre. Aprobará o desaproba­rá nuestro comportamiento según que derramemos o no la comida de bebé o que terminemos a tiempo la tarea escolar. En otras palabras, condiciona su amor: si hacemos lo que quiere, nos amará. Pequeños e im­presionables como somos, aceptamos esos veredic­tos e incorporamos algunas condiciones del valor personal a nuestra personalidad. «Cuando digo ma­las palabras en la mesa, soy un niño malo.» Comen­zamos a considerarnos personas buenas y dignas de aprecio, sólo si observamos ciertas conductas. De nuestros padres y de otras personas que son impor­tantes para nosotros hemos aprendido que no sere­mos amados, a menos que cumplamos ciertas condiciones.

El trabajo de terapeuta convenció a Rogers de que las personas afrontan las condiciones del valor o es­timación personal rechazando o negando partes de su organismo que no encajan dentro de su autocon­cepto. Por ejemplo, si nuestra madre se muestra fría y distante siempre que nos enojamos, aprenderemos a negarnos el derecho de manifestar o, quizá, hasta de sentir ira. El mensaje será: cuando estás enojado «no eres tú». En realidad, estamos eliminando una parte de nuestro organismo o nuestro ser integral; estamos limitándonos a expresar tan sólo una parte de nuestra personalidad.

Cuanto mayor sea la brecha entre el yo y el orga­nismo, más limitado y defensivo se volverá el indivi­duo. En opinión de Rogers, esta situación se remedia mediante un aprecio positivo incondicional. Si las personas importantes en nuestra vida (los padres, los amigos, el compañero o compañera de nuestra vida y, quizá, un terapeuta) comunican que nos aprecian por nosotros mismos, por nuestra personalidad en­tera, poco a poco iremos aprendiendo a apreciarnos de una manera incondicional. Disminuye entonces la necesidad de autolimitarnos. Podremos aceptar nuestro propio organismo y abrirnos a toáoslos sen­timientos, pensamientos, experiencias y, por tanto, también a otros. Esto es lo que Rogers entiende por funcionamiento pleno. El organismo y el yo son una sola cosa; el individuo puede realizar todas sus po­tencialidades. A semejanza de Maslow y otros psicó­logos humanistas, Rogers estaba convencido de que en el ser humano coexisten la autoestima y el aprecio por los demás y que las potencialidades humanas del bien y de la autorrealización superan con mucho las del mal y la desesperación (Rogers, 1951,1961).

TEORÍAS DE RASGOS

Beatriz pasa largas horas platicando a la gente, en las fiestas va de un lado a otro e inicia conversaciones mientras espera en el consultorio del dentista. Car­los, en cambio, pasa más tiempo leyendo libros que con la gente y rara vez asiste a fiestas. Esto podernos expresarlo con palabras del sentido común diciendo que Beatriz es afable, no así Carlos. La afabilidad es un rasgo de la personalidad, y algunos teóricbs sostienen que la mejor manera de resolver el enigma del comportamiento humano consiste en estudiar con mucho detenimiento los rasgos de la persona­lidad.

Un psicólogo definió un rasgo como «cualquier aspecto bastante duradero en que un individuo di­fiere de otro» (Guilford, 1959). Un rasgo es, pues, una predisposición a responder de determinada manera en muchas situaciones diferentes: en el consultorio del dentista, en una fiesta o en el aula. Más que cual-quiera de los teóricos de la personalidad, los que se basan en los rasgos subrayan y procuran explicar la congruencia del comportamiento de un individuo en situaciones diversas.

 

Los teóricos de los rasgos generalmente hacen dos suposiciones básicas respecto a las causas latentes de la congruencia: los rasgos se aplican a todos (por ejem­plo, a cualquier persona puede clasificársele como más o menos dependiente) y estas descripciones son cuantificables (así, podríamos crear una escala don-de la persona muy dependiente obtendría una califi­cación de 1 y la muy independiente una calificación de 10).

Por tanto, cualquier rasgo sirve para clasificar a las personas. La agresividad, por ejemplo, es un con­tinuo: unos cuantos son extremadamente agresivos o extremadamente no agresivos, y la mayor parte de nosotros nos encontramos en un punto intermedio de la escala. Entendemos a la gente especificando sus rasgos y nos servimos de ellos para predecir el com­portamiento futuro. Si fuera a contratar a alguien para vender aspiradoras, seguramente preferiría a Beatriz sobre Carlos. La elección se basaría en dos suposicio­nes: la afabilidad es un rasgo útil para los vendedores y una persona que se muestra afable en el consulto­rio de un dentista y en las fiestas hará lo mismo en otras situaciones; por ejemplo, en la sala de ventas.

Los teóricos de los rasgos van más allá de este simple análisis basado en el sentido común e inten­tan descubrir las causas fundamentales de la con­gruencia del comportamiento humano. ¿Cuál es la forma más adecuada de describir los rasgos comu­nes del comportamiento de Beatriz? ¿Es afable, so­cialmente agresiva, le interesa la gente, tiene seguridad en sí misma o posee alguna otra cualidad? ¿Cuál es el rasgo subyacente que mejor explica su conducta?

La mayor parte de los teóricos de los rasgos pien­san que todos poseemos unos cuantos rasgos bási­cos. Así, el rasgo fundamental de la seguridad en sí mismo puede servir para explicar características más superficiales, como la agresividad social y la depen­dencia. De ser así, ¿significaría esto que un indivi­duo es agresivo porque le falta seguridad en sí mismo? Los psicólogos que aceptan este punto de vista emprenden la búsqueda de los rasgos funda-mentales con pocas suposiciones.

Éste es un punto de partida muy distinto al adop­tado por otros teóricos de la personalidad. Freud, por ejemplo, comenzó con una teoría bien definida de los instintos. Cuando observaba que algunas personas eran tacañas, se proponía explicar esa conducta a partir de su teoría. Los teóricos de los rasgos no co­mienzan tratando de entender la tacañería. Por el

contrario, tratarán de determinar si se trata de un rasgo. Es decir, procuran averiguar si los individuos que eran tacaños en un tipo de situación también lo fueron en otras. Después se preguntarán si la tacañe­ría es un signo de otro rasgo más fundamental como el carácter dominante: ¿el tacaño es también domi­nante en sus relaciones? Así pues, la cuestión princi­pal que se hacen es: ¿qué comportamientos siempre se acompañan?

En vez de teorías que les indique dónde buscar, los teóricos de los rasgos disponen de métodos com­plejos y refinados que les indican cómo buscar. Esos métodos comienzan con la técnica estadística de la correlación: el uso de un conjunto de puntuaciones para predecir otro. Si sé que alguien habla con des-conocidos en la cola del supermercado, ¿puedo pre­decir que probablemente haga lo mismo en un bar para solteros? Tales predicciones nunca son perfec­tas. Tal vez el motivo por el cual Beatriz es tan comu­nicativa en el consultorio sea el terror que siente por los dentistas y parlotear con los desconocidos es la única forma de olvidar la imagen del aterrorizador y ruidoso taladro. Algunas veces, las acciones que pa-recen manifestaciones de un rasgo determinado re­flejan en realidad otra cosa enteramente diferente.

Gordon Allport: identificación de los rasgos

Gordon W. Allport fue uno de los psicólogos que mayor influencia ejerció en su época. Muchas de sus ideas referentes a la pesonalidad se parecen a las de la psicología humanista. Por ejemplo, puso de relie­ve los motivos positivos, racionales y conscientes que nos impulsan a obrar de determinada manera, pero su fama se debe sobre todo a su revolucionario tra­bajo relacionado con los rasgos (Allport, 1961).

Un rasgo, señala Allport, hacer que varias situa­ciones sean «funcionalmente equivalentes»; es decir, permite al sujeto darse cuenta de que situaciones dis­tintas exigen una respuesta similar. Así pues, los ras­gos son la causa de la congruencia relativa que se observa en el comportamiento.

Allport ofrece varios esquemas de clasificación para distinguir los tipos de rasgos. Por ejemplo, que-ría destacar las diferencias entre las dos formas bási­cas de estudiar la personalidad. En el enfoque nomotético, los investigadores estudian grupos nu­merosos de personas en busca de las leyes generales de la personalidad. Este método es muy diferente al

 

enfoque idiográfico, en el cual se estudia detenida-mente a un individuo, poniendo de relieve su singu­laridad. Con base en esta distinción, Allport definió los rasgos comunes como aquellos que se aplican a todos y los individuales como aquellos que se apli­can a una persona en particular.

Un ejemplo de estos últimos se encuentra en el libro de Allport titulado Letters from Jenny (1965), formado por las 172 cartas que una mujer a quien Allport llama Jenny Masterson escribió a una amiga. En estas cartas (que escribió entre los 58 años de edad y los 70), Jenny aparece como una mujer complicada y terriblemente independiente. En el prefacio del li­bro, Allport escribe:

Para mí, el interés principal de las cartas radica en que retan al lector (psicólogo o no psicólogo) a «explicar» la conducta de Jenny, si es que puede. ¿Por qué una mujer tan inteligente persiste en un comportamiento autodestructivo?

El intento de Allport de entender a Jenny Master-son empezó con una búsqueda de los rasgos funda-mentales que expican la congruencia de la conducta de ella.

Raymond B. Cattell: análisis factorial

Los teóricos más recientes se concentran en lo que Allport llamó rasgos comunes, que tratan de cuanti‑

ficar de manera exacta y científica. Su herramienta principal en esta tarea es una técnica matemática de gran complejidad denominada análisis factorial, el cual describe en qué medida se relacionan entre sí las variables de la personalidad.

Raymond B. Cattell utilizó ampliamente el análi­sis factorial para estudiar los rasgos de la personali­dad. Define un rasgo como una tendencia a reaccionar ante situaciones semejantes en una forma más o me-nos estable. Distingue entre dos clases de tendencias: rasgos superficiales y rasgos causales. Los rasgos su­perficiales son grupos de comportamientos que sue­len concurrir. Un ejemplo de ellos es el altruismo, que supone varias conductas afines, como ayudar al ve­cino que tiene un problema o participar en una cam­paña anual de donadores de sangre. He aquí otros ejemplos: integridad, curiosidad, realismo y necedad. Los rasgos causales son la fuente o motivo de estos grupos; por ejemplo, fuerza del yo, dominio y sumi­sión. Cattell piensa que, si se miden ambas catego­rías de rasgos, podremos identificar las características que comparten todos los hombres y las que distin­guen a los individuos.

Cattell (1965) descubrió estos rasgos estudiando grandes grupos de personas mediante tres tipos bá­sicos de datos: registro de vida, cuestionarios y tests objetivos. Los registros de vida incluyen todo, desde descripciones del individuo (recurriendo a personas que lo conocen desde hace mucho tiempo) hasta las calificaciones escolares y los registros de accidentes automovilísticos. Los datos de cuestionarios son las

 

 

 

PSICOLOGÍA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Los cinco factores básicos de la personalidad. A través de los años los teóricos de los rasgos han diseñado algunas técnicas para medir la personalidad. Cada una de ellas contiene varios rasgos o factores. Por ejemplo, el inventario de la personalidad de Eysenck describe la personalidad por medio de tres rasgos: extraversión (sociabilidad, ser comunicativo), neuroticismo (estabilidad emocional) y psicoticismo (capacidad de realizar las funciones de la vida diaria). El inventario de la personalidad de California utiliza más de 400 reactivos para medir 20 factores.

En años recientes, los psicólogos han demostrado que cinco rasgos aparecen una y otra vez en varios estudios de investigación. Se les conoce como los cinco factores básicos; a saber: 1) neuroticismo, 2) extra-versión, 3) apertura (creatividad, originalidad), 4) carácter agradable (ternura) y 5) tenacidad (motivado, dirigido).

¿Describen estos cinco factores todos los aspectos de tu personalidad? De no ser así, ¿qué otros factores la describen?

 

respuestas del sujeto a una serie de preguntas, sean o no verídicas las respuestas. (El hecho de que alguien se subestime o intente crear una impresión muy fa­vorable resulta muy revelador.) Los datos recabados de tests objetivos son las respuestas de una persona a pruebas diseñadas para descubrir o evitar esta clase de «engaño».

Hans Eysenck: dos dimensiones de la personalidad

Usando un análisis factorial de los datos de la perso­nalidad semejante al tipo empleado por Cattell, el psicólogo inglés Han Eysenck (1970) llegó a la con­clusión de que la personalidad tiene dos dimensio‑

nes fundamentales. La primera se refiere al grado en que el ser humano controla sus sentimientos. En el extremo estable del espectro de la personalidad ha­llamos a los que son afables, relajados, bien adapta-dos y de temperamento equilibrado. En el extremo neurótico están los malhumorados, llenos de ansie­dad e inquietos.

La segunda dimensión de Eysenck ya la había descubierto años antes Cari Jung; este último le dio el nombre de extroversión frente a introversión. Los extrovertidos son sociables, comunicativos y diná­micos. Les gustan las fiestas y buscan emociones. En el otro extremo de la dimensión se encuentran los introvertidos, personas que son más reflexivas, re­servadas, pasivas, asociales y tranquilas.

 

RESUMEN

 

 

 

  1. La personalidad es ese «algo» que explica las di ferencias entre los individuos y la congruencia en el comportamiento del individuo a lo largo del tiempo y en situaciones diferentes.
  2. Las teorías de la personalidad permiten organi­zar la información referente a los pensamientos, sentimientos y acciones del ser humano; expli­car las diferencias entre los individuos; analizar las causas del comportamiento, y determinar los métodos con que se mejora la calidad de la vida.
  3. La teoría freudiana se centra en el inconsciente y en la función tan importante que desempeña en la personalidad. La energía proveniente del id —o sea el inconsciente que busca placer— se desvía hacia el ego —la parte racional del yo— y el superego o conciencia moral.
  4. Los mecanismos de defensa son soluciones in-conscientes a las situaciones de conflicto. La tensión y la ansiedad se reducen por negación o distorsión de la realidad. Algunos mecanis­mos comunes de defensa son: desplazamiento, represión, formación reactiva, proyección y re­gresión.
  5. Algunos de los psicoanalistas posteriores propu­sieron cambios a la teoría de Freud. Jung pensa­ba que el inconsciente colectivo es una herencia universal de instintos, impulsos y memorias lla­mados arquetipos. Adler sostuvo que la princi­pal fuerza motivadora en el desarrollo de la

personalidad es el esfuerzo por superar los sen­timientos de inferioridad.

  1. Según Skinner, los psicólogos deberían centrarse en la forma en que los premios y castigos mol­dean el comportamiento. Bandura, otro conduc­tista, afirma que el hombre aprende a través de la observación e imitación de los modelos que escoge.
  2. Las teorías humanísticas de la personalidad po­nen de relieve la dignidad y las potencialidades del hombre. Tras estudiar a personas muy pro­ductivas que realizaban plenamente sus capaci­dades, Abraham Maslow concluyó que las personas autorrealizadas no están exentas de problemas emocionales. Por el contrario, se ajus­ta a sus problemas en formas que les permiten llegar a ser muy productivas.
  3. Rogers sostuvo que no se logra funcionar plena-mente si el individuo no abre su yo para incluir todo el organismo, originando así las condicio­nes de la autoestima.
  4. Los teóricos de los rasgos, entre ellos Allport y Cattell, piensan que con el tiempo podremos explicar y predecir el comportamiento humano basándose en un reducido número de caracterís­ticas de la personalidad como la afabilidad y la agresividad. En opinión de Eysenck, las perso­nalidades abarcan todo el espectro, desde la ex­troversión hasta la introversión.

 

CAPÍTULO 11 / TEORÍA DE LA PERSONALIDAD

PREGUNTAS DE REPASO

 

  1. ¿Qué funciones cumplen las teorías de la perso­nalidad? ¿Puedes mencionar las cuatro grandes escuelas de los teóricos de la personalidad?
  2. Según Freud, ¿cuáles son los dos factores que tie­nen profundo impacto en la personalidad y en el comportamiento de los adultos? ¿Cuáles son las fuentes de energía de la personalidad humana? ¿Cuáles son las tres estructuras de la personali­dad propuestas por Freud? ¿Puedes correlacio­nar las palabras, puedo, quiero y debería con estas estructuras?
  3. ¿Qué técnicas utilizamos para defendernos con tra la ansiedad y distorsionar la realidad? ¿Qué técnicas tenderías a emplear si te enojaras? ¿Qué técnicas usarías si piensas que un profesor está enfadado contigo porque te puso una prueba muy difícil, pero en realidad no lo está?
    1. ¿Quién fue el primer sociólogo eh proponer una teoría unitaria del comportamiento? ¿Quiénes fue ron sus seguidores? ¿En qué se distinguieron de él?
    2. ¿Qué nombre dio Jung a las ideas universales heredadas? ¿Qué término acuñó Adler?
  4. ¿Qué psicólogo tuvo una gran influencia en la teo­ría de la personalidad, sin que realmente propu­siera una teoría? ¿Qué nombre recibe su enfoque? ¿Quería entender el comportamiento?
  5. ¿Qué rama de la psicología nació en reacción a la teoría psicoanalítica y al conductismo? ¿En qué idea se basa esta nueva escuela? ¿Quiénes la ini­ciaron?
  6. De acuerdo con Cari Rogers, todo individuo cons­ta de dos partes. ¿Cuáles son? ¿Qué situación crea una brecha entre ellas? ¿Cuál es la solución de este problema?
  7. ¿Cuáles son las dos suposiciones básicas en que se fundan las teorías de los rasgos? ¿Cuál es el tema central de los teóricos de los rasgos? ¿Cuá­les son las dos formas principales en que Gordon Allport estudia la personalidad? ¿Con qué herra­mienta Raymond Cattell analiza la personalidad? Cattell distinguió dos rasgos de la personalidad, ¿cuáles son?

 

Objetivos: después de estudiar este

capítulo, deberás ser : capaz de:

  • explicar el concepto de cociente intelectual y varías pruebas que

permiten medido….

  • explicar las aplicaciones de los tests de aptitudes los de logro y los de intereses.

• describir varias estrategias para la realización de tests.

• identificar y describir el uso de las pruebas de personalidad y las de situaciones.

 

Características fundamentales de las pruebas

Confiabilidad de las pruebas • Validez de las pruebas • Establecimiento de normas Pruebas de inteligencia

Invención de las pruebas de inteligencia

  • Aplicaciones y significado de las puntuaciones del cociente intelectual
  • La controversia sobre el cociente intelectual • Tamaño de la familia y cociente intelectual

Medición de las habilidades

y de los intereses

Pruebas de aptitudes e intereses • Pruebas de aprovechamiento • Aplicación de la psicología: el test SAT • Pruebas de intereses

Estrategias para la realización de pruebas

Estudio de la prueba • Reducción de la ansiedad causada por la prueba • Cómo prepararse para examen

  • Aplicación de la psicología: sugerencias para la realización de pruebas

Pruebas de la personalidad

Pruebas objetivas de la personalidad

  • Pruebas proyectivas de la personalidad Pruebas situacionales

Problemas éticos de las pruebas

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