CARACTERISTAS ESTRUCTURALES

CARACTERISTAS ESTRUCTURALES

Como ya hemos indicado, adoptamos el punto de vista de que el estado autis­ta propiamente dicho puede ser separado de los estados mentales que existen en el mismo niño fuera del autismo. Posteriormente describiremos las formas en que uno influye sobre el otro. En este punto debemos encarar la difícil tarea de tratar de definir la estructura del autismo propiamente dicho, que es una estructura men­tal y a la vez, sin embargo, un estado esencialmente desmentalizado. Como ya he-.: mos dicho, la clave de la situación parece estar en la suspensión temporaria del re-, conocimiento del pasaje del tiempo; pero que es algo muy distinto de las diversas formas de renegación (denial) del tiempo, del concepto circular, del concepto oscilante, o del tiempo en alguna forma fragmentado. Queremos visualizar una estructura, la del yo-ello-superyó-ideal desmantelada en una forma que posea las siguientes cualidades: que sea llevada a cabo en un momento, que sea reversible casi sin esfuerzo, como si fuera nuevamente reunida gracias a la inercia de resortes mentales; sus transacciones deben ser de una cualidad tal que las inhabilite para unirse con otros eventos mentales. Para expresar esta última cualidad, querenlos hacer la distinción entre «evento» (o «hecho») y «experiencia», suponiendo que los «eventos» son discontinuos, no aptos para ligarse, y en consecuencia funda­mentalmente inaptos para el recuerdo.

Los eventos, pues, que se representan en las formas del comportamiento ya descritas por nosotros como la fenomenología del estado autista propiamente dicho, no se prestan a ser captados por el niño como experiencias, con su carac­terística estructura de un presente como punto infinitesimal comprimido entre el recuerdo y la anticipación. ¿Cómo es que esto tiene lugar? Hemos empleado ante­riormente el término desmantelamiento (dismantling), al cual debemos ahora dar una significación precisa a fin de diferenciarlo de los procesos disociativos.

Los procesos disociativos emplean impulsos destructivos para realizar ataques al vínculo. Estos ataques son en su mayor parte dirigidos primariamente contra los objetos, y sólo tienen como consecuencia secundaria la división del yo, o más co­rrectamente del self. Esta disociación secundaria parece ser una consecuencia de la división del objeto, a la manera en que la partición en el territorio de una región disputada entre dos naciones en pleito es capaz de producir una polarización de la población correspondiente: al ser confrontado por una división del objeto, leal­tades incompatibles llevan al self a dividirse de la misma manera (en el sentido geométrico). Es por esta razón que el proceso primordial de disociación e ideali­zación (splitting-and-idealization) del objeto es el requisito de la división entre partes buenas y malas del self y sus impulsos.

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Consideramos el «desmantelamiento» como un proceso diferente y con implicaciones muy distintas. En primer lugar, nos parece que sucede más en una forma pasiva que activa, de manera semejante a dejar que una pared de ladrillos caiga en pedazos por la acción de tiempo, musgo, hongos e insectos, por no haber­la reforzado con cemento. El desmantelamiento ocurre mediante el recurso pa­sivo de permitir que los diversos sentidos, específicos y generales, internos y ex­ternos, se adscriban al objeto más estimulante del momento. Sería mera coinciden­cia si las sensaciones más altamente coloreadas fueran a la vez las de forma más arrobadora, las más olorosas, sonoras y sabrosas, al par que las más suaves y cáli­das del momento, todas emanando simultáneamente del mismo objeto externo real. Salvo para el bebé al pecho, tales sensaciones procederán de una variedad de objetos en un momento dado, y con la excepción de las grandes obras de arte o las cualidades personales más carismáticas, a la mayoría de los objetos se les «presta» atención. Tendemos a experimentar este despliegue dentro de nosotros como un proceso activo. Es dudoso que el hombre occidental en general haya retenido la capacidad de suspender la atención como afirma el gurú yogui que puede hacerlo a través de una extrema concentración en la nada. Lo que llama­mos generalmente «desatención» es por lo común un extravío de la atención, ya sea en el sentido de un enfoque disminuido o de volverse hacia adentro en rumia­ción o ensueño diurno.

Estamos entonces sugiriendo la existencia de cierta capacidad para suspender la atención, cuyos mecanismos investigaremos más adelante, que permite a los sentidos vagar, cada uno dirigido al objeto más atractivo del momento. Este es­parcirse de los sentidos parece producir el desmantelamiento del self, como aparato mental, pero a la manera pasiva de caer en pedazos. Hay unos juguetes que representan perros, por ejemplo, hechos de cuentas de madera unidas por unos hilos que pasan por orificios en una tabla y se atan a un aro. Un niño soste­niendo el aro en tensión hace que el perro se pare, y relajando la tensión hace que se desplome y recueste en la madera. Del mismo modo, podemos nosotros concebir la atención como los hilos que mantienen los sentidos unidos en con-sensualidad. Este «sentido común», como irónicamente lo llama Bion, aprehende los objetos en la forma multifacética que es esencial a los actos mentales, en opo­sición a los eventos neurofisiológicos. Eltamos empleando un concepto estructu­ral de la atención similar al usado por Freud al considerar la conciencia como un «órgano» mental.

Si al decir que mediante la suspensión de la atención el niño permite que su organización mental caiga pasivamente en pedazos, estamos haciendo una razona­ble aproximación al proceso que conduce al estado autista, parecería muy cierto que de esta forma de retirada del mundo no pueden resultar ni la ansiedad perse­cutoria ni la desesperación, ya que no se ejerce violencia ni contra el self ni contra el objeto. Esto implica que el restablecimiento de la organización preexistente no va a suponer ningún grado de sufrimiento mental (Ps D de Bion) que superar. Un equivalente social de esto sería, por ejemplo, la famosa historia contada por Carl Sandburg acerca del «Capitán» Abraham Lincoln, cuando joven, durante la «Black Hawk War» en 1832: «Mientras su capitán penetraba con dos pelotones

que avanzaban hacia una tranquera, no pudo pensar qué orden debía darles para que pasaran de a dos. Y entonces ordenó: ‘Esta compañía está de franco por dos minutos, luego de lo cual se formará nuevamente del otro lado de la tranquera’.»

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