Identidad y Terapia.

II

Actualmente pensamos que el sentimiento de identidad es la resultante de un proceso de interacción continua de tres vínculos de integración que denominamos espacial, temporal y grupal, y que desarrollaremos a lo largo de este libro.

Hemos podido estudiar estos vínculos en nuestro campo espe­cífico de trabajo: la experiencia de la relación paciente-analista en el tratamiento psicoanalítico. Por lo tanto presentaremos una sín­tesis de las complejas vicisitudes que subyacen a la adquisición del sentimiento de identidad en el proceso analítico. De ahí se podrán extraer inferencias acerca de cómo se configura la identidad, y también de cómo se producen sus perturbaciones, en el desarrollo del individuo y en su relación con la sociedad.

Partimos del supuesto de que los pacientes que llegan el aná­lisis tienen su identidad afectada, en mayor o menor grado, por los conflictos que los aquejan. Precisamente, creemos que uno de los motivos conscientes o inconscientes por el que acuden al análisis es la necesidad de consolidar su sentimiento de identidad.*

Los cuadros obsesivos y los esquizoides marcarían los extremos de una gama de trastornos de la identidad, configurando la identi­dad rígida y poco plástica por un lado, opuesta a la excesivamente débil y fragmentaria, por el otro.

La puesta en marcha del proceso que conduce a la adquisición o maduración del sentimiento de identidad coincide con el comienzo

mismo del proceso analítico, pues el mismo encuadre analítico provee de un «continente» que sirve de contención y límite para las proyecciones que vehiculizan «pedazos de identidad». Al mismo tiempo, ese continente será el crisol donde tendrán lugar las com­plejas operaciones que sufrirán esos «pedazos» hasta poder ser integrados.

Al hablar de «pedazos de identidad» usamos una metáfora que creemos que describe las fantasías inconscientes de ciertos pacientes, subyacentes a la falta de relación entre distintos niveles de regre­sión yoica, partes disociadas de su yo, determinados roles o bien identificaciones con distintos objetos que funcionan independiente­mente unos de otros, como «islotes», hasta cierto punto desvincu­lados entre sí.

Si bien es cierto que con la imagen que acabamos de describir nos referimos más bien a las características de la identidad dispersa, propias de la esquizoidía, creemos que la noción de continente es igualmente válida para los otros tipos de perturbación de la iden­tidad, que afectan a las otras formas clínicas de neurosis y psicosis.

Quisiéramos aportar otra imagen plástica que nos parece ilus­trativa para la comprensión del significado de la situación analítica y de su encuadre, como límite y continente: es la que representa al analista como brazos y, más regresivamente, como una piel que contiene todas las partes del bebé-paciente (1).

Estamos de acuerdo con M. Mahler (14) cuando señala la im­portancia de la experiencia del contacto corporal placentero con la madre en que se libidiniza la superficie del cuerpo, percibiéndose esta superficie como límite entre el yo y el mundo. Agrega que la madre debe servir de buffer frente a los estímulos internos y exter­nos difíciles de tolerar, corno condición para el establecimiento del sentimiento de identidad.

Este concepto se acerca al de la capacidad de réverie (2) o ensoñación de la madre, que puede hacerse cargo de la intensa an­gustia de muerte del niño. Podríamos decir que la madre-analista contiene, se hace depositaria, del germen de la identidad rudimen­taria del paciente, su memoria, su función sintética: el analista contiene el germen y la argamasa de la identidad del paciente.

Creemos que con la garantía del continente-piel-análisis el ana­lizado puede aceptar más fácilmente la regresión que, en estas con­diciones, implica menos riesgos.

La regresión es otro de los factores esenciales dentro del pro­ceso de adquisición de identidad en el análisis, ya que lleva al pa­ciente a revivir distintos momentos dé su evolución, que determina­ron la patología de su identidad.

Tenemos en cuenta los conceptos de ‘Winnicott (17), Kris (12) y Erikson (4) acerca de la regresión que permite la actividad crea­tiva, como aplicables también al problema que estamos estudiando. Sobre todo Winnicott es quien ha acentuado la regresión como un

fenómeno que forma parte de la curación, ya que permite volver atrás para deshacer el «falso self» y reinstalar, en cambio, el self auténtico.

En ciertos casos se producen regresiones extremas en las que los pacientes buscan «tocar fondo», como respondiendo a la fanta­sía inconsciente de un nacer de nuevo, con otra identidad.

 

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