La crisis sacrificial 61

rior, sobre los «otros», los «hombres diferentes». (Los kaingang recurren a un mismo e idéntico término para designar: a) las diferencias de todo tipo; b) los hombres de los grupos rivales, que siempre son parientes pró­ximos; c) los brasileños, igualmente enemigos; d) los muertos y todos los seres míticos, demoníacos o divinos, designados genéricamente bajo la expresión de «cosas diferentes», different things.)

Los asesinatos en cadena acaban, pues, por penetrar en el seno del grupo elemental. Una vez aquí, se ve comprometido el principio mismo de toda existencia social. En el caso de los kaingang, sin embargo, la intervención de los factores exteriores, y, en primer lugar, claro está, la influencia brasileña, interfiere en el proceso, asegurando, según parece, la supervivencia física de los últimos kaingang a la vez que la extinción total de su cultura.

Es posible verificar la existencia del proceso interno de autodestrucción sin ignorar o sin minimizar el papel del universo blanco en esta tragedia. El problema de la responsabilidad brasileña no quedaría suprimido aun­que los inmigrantes se hubieran abstenido de contratar asesinos a sueldo para acabar con los indios en el caso de que no se destruyeran con sufi­ciente rapidez entre sí. Cabe preguntarse, en efecto, si, en el origen de la alteración de la cultura kaingang, y en el carácter especialmente irreducti­ble del mecanismo fatal, la presión de la cultura extranjera no desempeña un papel decisivo. Aunque fuera así, sin embargo, en el caso que nos ocupa la violencia en cadena constituye claramente, para toda la sociedad, una amenaza cuyo principio no va unido en absoluto a la presión de una cultura dominante o a cualquier otra forma de presión exterior. Este prin­cipio es interno.

Esta es la conclusión de Jules Henry delante del terrible espectácu­lo que ofrecen los kaingang. Habla a su respecto de «suicidio social». Cabe admitir que la posibilidad de dicho suicidio siempre está presente. Hay que suponer que, en el transcurso de la historia, numerosas comuni­dades han sucumbido a su propia violencia, y a nada más, desapareciendo sin dejar la menor huella. Aunque se formulen determinadas reservas res­pecto al ejemplo preciso que nos propone, las conclusiones del etnólogo deben aplicarse a numerosos grupos humanos de los que no podemos saber nada:

«Este grupo al que sus cualidades físicas y psicológicas hacían perfectamente capaz de triunfar sobre los rigores del medio natural era, sin embargo, incapaz de resistir a las fuerzas internas que dislocaban su cultura y, al no disponer de ningún procedimiento regular para dominar estas fuerzas, cometía un auténtico suicidio social.» (pág. 7).

El temor a ser matado si antes no se mata uno a sí mismo, la ten‑

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