El espejo y la Identidad. Wallon, Lacan.

Un aspecto esencial en el desarrollo de la integración corporal de la identidad lo constituyen las reacciones del niño frente al espejo. Wallon (19) señaló que el niño llega a reconocer la imagen especular de los otros mucho antes que la suya propia. Para él, el reconocimiento de la propia imagen implica haber podido integrar cabalmente el espacio óptico, los datos provistos por la imagen con los ofrecidos por su propia presencia corporal.

Por su parte, Lacan (10) postuló la importancia de lo que denominó la «fase del espejo» en torno del problema de la identi­dad. En esa experiencia que, según Lacan, conserva todo su sentido hasta los diez y ocho meses de edad, el niño conquista fundamental­mente una determinada imagen: la de su propio cuerpo, y es la que estructura al yo antes de que el sujeto se comprometa en la dialéctica de la identificación con el prójimo por la mediación del lenguaje. También Lacan sostiene que el niño tiene al principio una fantasía de su cuerpo fragmentado, con dispersión de sus miem­bros. La unidad del cuerpo es el resultado de una conquista. La función del espejo consistirá en poner fin a la dispersión angus­tiante al integrar al niño dentro de una dialéctica que lo constituirá como sujeto. La fase del espejo se puede descomponer en tres etapas. En primer término, el niño percibe su reflejo en el espejo corno si fuera un ser real al que intenta captar. Posteriormente, el niño se dará cuenta de que la imagen del espejo no es un ser real y ya no trata de aprehenderla. Finalmente, reconoce que la imagen del espejo es su propia imagen. A través de esta dialéctica del ser y la apariencia, se obtendría la conquista de la identidad del sujeto, por la imagen total anticipante de la unidad del cuerpo. La iden­tificación primitiva de la fase del espejo sería la raíz de todas las posteriores identificaciones del sujeto.

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