REFLEXIONES ACERCA DE LA NATURALEZA DE LA RELACION DE JOHN: OCUPACION Y PRE-OCUPACION

REFLEXIONES ACERCA DE LA NATURALEZA DE LA RELACION
DE JOHN: OCUPACION Y PRE-OCUPACION

Reflexionando acerca de la experiencia de este primer mes del análisis de John se me ocurrieron varias ideas. Siempre tuve la fuerte impresión de que tomar posesión total de la analista-mamá, y de todo lo que equivaliera a ella, era para él cuestión de vida o muerte. Esto en realidad se aplicaba a la totalidad de lo que caía bajo la vista y el oído, es decir, no sólo mi cuerpo sino también el jardín, el ciew, el cuarto, el aeroplano, los muebles, los contenidos de mi

 

cuerpo. Me impresionó el hecho de que no sólo me perdiera cuando yo estaba ausente, sino que también me experimentaba como perdida con gran facilidad a pesar de mi presencia física. Los rivales, ya fueran aviones, pájaros o plantas, eran manifiestamente capaces de tomar posesión de mí tan pronto como apare­cían. En un momento mis contenidos eran todos de él y en el siguiente todos de ellos. Como un territorio continuamente disputado por ejércitos enemigos, la ocupación por parte de uno de ellos parecía implicar de manera automática el desalojo del otro. Aunque los enemigos de John creaban barricadas tan duras como el vidrio o el hueso de mi frente, era posible espiarlos, cavar agujeros, for­zar la propia entrada. Más aún: esta «mamá» parecía ser muy pasiva, no ofrecer resistencia alguna a la invasión de su territorio ni a que fuera saqueado por ésta o aquella fuerza; era una madre que no se oponía a la violación de sus fronteras, de modo que se podía practicar en ella un agujero como en la funda del almoha­dón y extraer parte del relleno o arrancarle toda la piel como si fuera la pulpa de las plantas, dejando sólo un esqueleto o una ruina para que los niños pudieran entrar o salir. Los montantes que atravesaban los espacios vacíos de su armazón estructural eran elásticos, como la banda de goma cuando se quitaban los lápices. El objeto podía ser forzado a adoptar cualquier forma que se deseara, pero a un precio terrible, pues esta madre amorfa que no se protegía de la invasión no era capaz tampoco de contener ni proteger a su bebé. Ella carecía de un espacio interno definido por límites firmes y, en consecuencia, no podía ofrecer un escondite para evadir a los rivales; no tenía una membrana con la que sujetar y envolver con seguridad, ni podía asir y contener los fragmentos de la experiencia mental de John. No proveía el lecho de roca (bedrock) para echar los cimientos de una estructura de la memoria o de una continuidad de la experiencia con que forjar conexiones, para que la fantasía creciera y se desarrollara.

¿Qué tipo de experiencia podía haber dado lugar a este concepto de madre? Cuando recuerdo la primera sesión de John, su violenta subida a mi falda, me veo preguntándome si este niño no experimentó a su madre como literalmente preo­cupada. Los padres de John le tenían devoción y le dedicaban gran atención y cuidado. Pero, ¿podía una madre enferma, una madre deprimida, preocupada por sus propios pensamientos y problemas, transmitir a su bebé la impresión de cálida solicitud? Una madre así no puede ofrecer mucha vivacidad en sus res­puestas, ni mucha resistencia a ser invadida. ¿Es posible que su inaccesibilidad estimulara a un bebé muy sensual y cariñoso como John a desgarrarla para al­canzar sus contenidos retenidos, mientras que su fragilidad lo moviera a preser­varla de sus violentos ataques? Y, cuando sus padres realmente lo dejaron, ¿se sintió expulsado de un modo total, olvidado, caído fuera de la mente de ellos? Yo sentía que su juego con la plastilina, su retracción y extravío eran tal vez repeticionds de la experiencia de la habitación oscura en la que se recluía con frecuencia tras el regreso de sus padres de las vacaciones. Estas son sólo preguntas y conjeturas. Todo lo que puedo decir con una convicción basada en la experien­cia es que John era en extremo sensible a mis estados de ánimo, que reaccionaba a cualquier falla de mi atención, a cualquier enfermedad, malestar físico o silen­cio como si yo lo hubiera rechazado. Entonces se retraía o bien aumentaba su hiperactividad y se lanzaba contra los objetos. Aprendí por experiencia que no

 

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debía dejarlo escapar de mi pensamiento ni por un instante y que necesitaba mantenerme alerta para rescatarlo de sus caídas en la desmentalización. En esos momentos era vital continuar hablando, aun cuando sólo se tratara de un co­mentario corriente de sus acciones, pues mi vivo interés y mi respuesta parecían ser el equivalente psíquico de sostenerlo y mi voz el resorte que lo mantenía integrado.

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