PRIMEROS IMPULSOS EPISTEMOFILICOS

PRIMEROS IMPULSOS EPISTEMOFILICOS

Durante los primeros meses de terapia, Piffie demostró que estaba convencido de que yo era un objeto materno que podía ser penetrado y cuyos contenidos podían explorarse y ponerse bajo su dominio.

Las rutinas que desarrolló para entrar en la casa y llegar a mi consultorio esca­leras arriba demostraban la manera muy literal en que él vivenciaba el colocarse dentro de mi cuerpo. Al entrar en la casa hacía una suerte de zambullida en el piso; luego gateaba lenta y penosamente escaleras arriba empujando la cabeza contra cada escalón y diciendo: «Venga y ayúdeme a alejar estos escalones plop plop». Frecuentemente sacaba una varilla de la escalera y golpeaba cada escalón diciendo «Bebé, bebé», o sostenía la varilla delante de su pene y la utiliza-. ba para abrirse camino hacia el cuarto de juego. Antes de entrar, a veces se arrodi­llaba y daba vueltas como si fuera un taladro, diciendo «agujero mamá», y luego hacía girar su mano en redondo diciendo «agujero wee wee».* Una vez superadas las dificultades de llegar al cuarto, a menudo mostraba fantasías de encontrar allí los pechos, penes, heces fecales, orina y bebés que creía formaban los contenidos del cuerpo materno.

Piffie también usaba los muebles para hacer casas cuyos cuartos equivalían a compartimientos dentro del cuerpo materno, yendo a detalles tales como tener «un cuarto para estornudar» y «un cuarto para toser». La cualidad de la comuni­cación en estas dramatizaciones indicaba que, en ese estadio, había sólo un pequeño grado de diferenciación entre la casa como símbolo del cuerpo y el cuerpo mismo. Hacia esta época su habla se desarrolló con rapidez; también comenzaba a dibujar y modelar. Klein (1932) acentúa los lazos entre los impulsos epistemofílicos y los empeños por parte del bebé para conseguir a la madre en la etapa del sadismo máximo. «Parece ser que su primer objeto es el interior del cuerpo materno, que el niño considera al principio como un objeto de gratifica­ción oral y luego como el sitio donde tiene lugar el coito de los padres y donde están situados el pene paterno y los otros bebés. Al mismo tiempo que quiere

* Nuevamente, voz onomatopéyica del lenguaje infantil equivalente a la palabra pis en caste­llano. [N. del 5.]

 

forzar su camino dentro del cuerpo de la madre para tomar posesión de sus conte­nidos y. destruirlos, quiere saber qué sucede allí y cómo son las cosas que hay adentro» (pág. 241).

Los estímulos externos, que se viven como invasiones abrumadoras, pueden excluirse mediante los procesos autistas. Posiblemente para Piffie disminuyó la necesidad de emplear estos métodos por la constancia y las condiciones de aparta­miento provistas por la propia situación analítica, y por encontrar un objeto más capaz de contener las proyecciones de sus ansiedades. Sin embargo, la menor perturbación de la situación analítica causaba grandes trastornos. Uno de estos incidentes ocurrió cuando vio a un hombre limpiando vidrios en el pasillo de mi casa, durante el octavo mes de terapia. A continuación pasó muchas semanas haciendo dibujos de un hombre en una escalera, primero en las paredes y luego en el papel. Comenzó a contar los peldaños, «un escalón, dos escalones», luego una mescolanza de números, que mejoró con el pasaje del tiempo. Día tras día se ocupó de pegar esta acumulación de dibujos en las paredes, subiendo escaleras de muebles para alcanzar los lugares altos. En las primeras etapas se interrumpía de cuando en cuando, corría hacia la ventana y la golpeaba con fuerza mientras gritaba: » ¡Váyase hombre papá!». Más tarde, llamó a sus dibujos sus bebés y los pegó en las paredes.

El hecho de haber visto al limpiador de vidrios significó para él que su mamá-casa había sido efectivamente invadida por el pene. Este estado de cosas no podía tolerarse, aunque sí dominarse mediante mucha aplicación por el desarrollo casi precoz de sus medios de control. Se podría decir que dominó al invasor y se apropió de sus habilidades, incluyendo sus capacidades reparatorias y creativas. Piffie resistía, sin embargo, los intentos de ayudarlo a enfrentar estas ansiedades. Su método era reducir la ansiedad a pequeñas porciones y hacerla desaparecer, en lugar de encararla con sentimiento y elaborarla. Su progreso consistía en mejorar sus medios de control; y mediante la identificación con su rival alcanzaba la re­paración maníaca. La experiencia de rivalidad y celos quedó desprovista de signifi­cado; y los dibujos, que rápidamente lograron un nivel muy alto para su edad, a veces se limitaban a indicaciones estilizadas de peldaños de escaleras y aperturas de ventana; instrumentos paternos de intrusión y aperturas maternas, tal como Piffie las organizaba.

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