Lo que le falta a la carta del profesor uruguayo

Me movió mucho la carta de un profesor uruguayo que se volvió viral:

http://www.infobae.com/sociedad/2016/09/13/la-carta-del-profesor-uruguayo-que-conmueve-al-mundo-de-la-educacion/

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Esa carta me inspiró las siguientes reflexiones:

 

 

No quiero ser presuntuoso, la carta del profesor uruguayo pintando su debacle espiritual frente a los alumnos es una obra de arte. Tiene el mismo fulgor trágico del tenebrismo de Caravaggio, el dramatismo emocional de Shakespeare y la desesperación impotente de la Fedra de Eurípides, que después de suicidarse termina condenando a aquél mismo que había sido el objeto de su seducción, en este caso, el del profesor, casi diría que con justicia.

No quiero ser presuntuoso, la carta del profesor es poesía de emoción desgarrada, que según Castellani es la mejor poesía, esa poesía o prosa (ya no importa), que te atropella rasgándote el alma hasta el punto que la estética formal se vuelve absolutamente irrelevante.

Agradezco infinitamente ese grito desolado, agradezco más todavía que muchos lo hayan escuchado, tal vez porque me paso gritando lo mismo y sólo puedo ver hombros que se encojen de hombros y continúan sus marchas recitando el prostituyente “primum vivere deinde philosophare”…

Primum vivere, primum vivere, primum vivere…. ¿Hasta cuando la inmediatez nos va a robar al hombre esencial y a lo esencial del hombre?¿Hasta cuando va a venir primero el plato de lentejas que la primogenitura?¿Hasta cuando vamos a vender lo mejor de nosotros mismos, que es lo mejor también de esos imberbes bajo nuestra curatela, por cuarenta monedas?¿Qué otro límite vamos a negociar por la necesidad?

Yo renuncié a dar clases, a todas mis horas para no sentir la frustración de doblarme frente a esos ojos sin luz que eran un misil al alma de mi identidad plantando en la médula de mi ser la exigencia de: – Vamos profe… no le ponga tanta pila… únase a la hipocresía… nosotros hacemos como que aprendemos… usted hace como que da clases. No se haga mala sangre. No vale la pena.

La peleé hasta el final, pero no pude. Ellos no me torcieron el brazo. Fue todo lo demás. Inútil enunciar todas las instancias de complicidades que hacen que la educación esté como esté, ¿para qué hacerlo?, muchos dejaría de leer estas líneas ofendidos sin plantearse jamás el fondo de la cuestión.

Por eso sin más protocolos plañideros vamos a la cuestión.

¿Qué le falta a la carta del profesor?

No le falta nada, es perfecta, como es perfecta la imagen de San Pedro penitente de José de Ribera y todo su amargo dolor por haber traicionado a quien sostenía la definición de sí mismo.

¿Qué le falta entonces a la carta del profesor?

Nada, es perfecta, es un grito desesperado, es la acabada pintura de su debacle interior.

Última oportunidad: ¿Qué le falta?

Es fenomenología, es relato fenomenológico, no quiere ni le importa ensayar causas ni principios, es perfecta en sí.

En realidad a nosotros nos queda la sensación de que está faltando algo. Algo que ilumine. Algo que nos dé coordenadas existenciales como profesores. Algo en donde hacer pié y poder decir ‘por esto están así las cosas’.

Eso es lo que quiero completar, sin ser presuntuoso, si no es que es una pura necesidad mía.

1- Primero falta diagnóstico, no al profesor, a toda la educación en sí le falta saber por qué estamos como estamos. Imaginen cualquier profesión. Cualquiera. Médico, ingeniero, contador etc. sin diagnóstico. O lo que es peor con diagnóstico errado. Con los médicos ya se sabe, en esos casos muere gente. Con los ingenieros también muere gente. Y hasta con los contadores muere gente sin diagnóstico adecuado, al menos de hambre.

2 -¿Por qué falta diagnóstico?

Perdonen el improperio, pero tanto pelotudear con la deconstrucción, a la Foucault, Derrida, Vattimo, o al estilo de cualquier pirotécnico que se cree inteligente porque encuentra una falla en un discurso, se nos ha embotado el sentido común. Lo políticamente correcto es el progresismo estúpido. Y es tan fácil deconstruir, tan vomitivamente fácil ser un loco, un hereje (si quiere leer esta parte con más elegancia estética que mi chapucería sangrante lea el monumental Ortodoxia de Chésterton), es fácil ser modernista, es fácil cortar la rama que nos sostiene.

Eso hace el deconstructor desarma rompiendo todo, inclusive la sacrosanta y modesta verdad que sostiene su hálito mientras destruye, no le importa si le espera el más abominable infierno, no le importa si ejecuta la más sórdida de las aporías entre el ejercicio del acto y lo que explícitamente está diciendo. No le importa… Nada le importa sino su ego de deconstrucción enloquecida.

3- Estando así las cosas se hace un dios de una noción categorial en educación: la bendita ‘inclusión’.

Hay que leer Aristóteles al menos, hay que leer un pedacito de la Metafísica, para saber que la inclusión es algo ‘categorial’ es un pedacito de la realidad, no toda la realidad, no es un trascendental, no se convierte con la bondad, con el ser, ni con la verdad. Por tanto siempre va junta de su contrapar dialéctico la ‘exclusión’.

No, pero insiste el deconstructor enloquecido: inclusión, inclusión, inclusión, hasta que el sentido común sangra por los oídos. Si todo es inclusión terminamos repitiendo la tontería de Sileoni: ‘tenemos que contener a los chicos que antes estaban en el bar en la escuela’ (sic). Si esa es la prioridad absoluta entonces la inclusión es a costa de la educación.

Todo bien en la vida categorial de lo concreto, del día a día, de este individuo que le hace un bien a este otro individuo, pasa por el ejercicio de un rol, de una coordenada de identidad en la que estamos puestos por razones determinadas para influir sobre los demás. Solamente desde el rol adecuado se hace el bien. Un padre que quiere ser buenísimo y deja de ser padre y comienza a ser amigo, por un supuesto bien, lleva a cabo en su hijo el más aberrante de los males, no le brinda la resistencia del límite que tiene que ejercer como padre para que el hijo entrene su identidad haciendo fuerza contra la ley. Termina criando una babosa, no un hombre.

Lo mismo sucede con la escuela, cuando pierde la especificidad de su rol, no hace bien hace mal. Esa es la paradoja de la inclusión estúpida, tanto se quiere incluir que se lo hace perdiendo la especificidad del rol y se lo termina excluyendo de la sociedad porque en realidad no se le da nada de nada al incluido, solamente unas niñeras que lo cuidan un rato, eso es lo que llamamos en su mayor parte ‘escuela secundaria’, y en menor grado la ‘escuela primaria’, y últimamente, al modo de inercia avasallante, el que creó vientos termina recogiendo tempestades universitarias de estupidez posmoderna.

Los excluidos son más excluidos todavía con la progresista ‘inclusión’, porque los incluyen de prepo corriendo todo límite de lo que constituye a la escuela como tal. De modo tal que al final no se les dio nada verdaderamente útil, ni siquiera constructivo de la persona. El alumno termina despreciando al profesor, lo mismo que el hijo desprecia al padre que se hace el amigote. Y no se termina alcanzando ni siquiera el bien de la persona que se había priorizado, porque, insisto, todo bien se hace desde la especificidad de un rol, si el rol se prostituye, no se hace más bien, se hace mal.

4 – Seguimos repitiendo consignas estúpidas del progresismo estúpido. No tiene sentido enumerarlas todas, tomemos la más trillada: ‘las instituciones formatean al alumno’. El famoso argumento Pink Floyd: ‘another brick in the wall’. El alumno como un engranaje de una institución perversa que le ‘dicta’ qué pensar.

No podemos inventar individualmente todo de cero. La cultura es ese depósito de conocimientos que nos permite hacer economía de esfuerzos, la economía de no inventar la rueda a cada generación que hace posible ir más allá de la prehistoria. Ahora bien, la transmisión de la cultura se hace siempre a partir de un otro, con ‘SU’ forma de pensar, ‘SU’ cosmovisión, ‘SU’ lectura de la realidad etc. Si pretendemos originalidad absoluta en la asimilación de la cultura termina no quedando nada. Se termina cortando la rama en la que se está apoyado. Entonces vendrá el deconstructor enloquecido y verá violencia en todo acto de un alguien enseñando el depósito de la cultura a un otro. ¿Entonces hay que enseñar acríticamente? Sí y no. No, porque debe enseñarse con un nivel de juicio crítico adecuado para el estadio evolutivo en el que está el que aprende. Sí, porque el inicio del aprendizaje siempre es ingenuo, nunca es crítico, de la duda nada sale, siempre comenzamos a partir de una interpretación ingenua de la realidad. Sí, también, porque el nivel de juicio crítico de ciertas etapas evolutivas se parece a más a una creencia (iba a poner fe, pero no quiero hacer aquí un montón de distinciones impertinentes) que a un verdadero análisis crítico.

De otro modo se tiene una pedagogía adultomorfa que pretende una libertad crítica a una edad que no se está preparado para tal tarea, destruyendo a edad temprana los pilares de la confianza en la realidad.

Como este argumento estúpido del ‘another brick in the wall’ simplemente cito otros, líbrenme del infausto trabajo de explicarles por qué:

  • Tenemos estudiantes del siglo XXI, con profesores del siglo XX en edificios del siglo XIX
  • Todo el problema está en la falta de formación de los profesores (chivos expiatorios de las fallas del sistema, por supuesto que necesitan formación, pero ni de cerca este es el problema emergente)
  • Se está usando una pedagogía sin actualizar (como si la calidad de la pedagogía dependiera de la última moda estúpida que anda dando vueltas, o como si la pedagogía, en tanto que técnica -no en tanto que cosmovisión de acercamiento al otro- fuese el problema emergente de la educación).
  • Tenemos una escuela que viene de las prioridades comerciales de los grupos de poder para dar una educación que satisfaga las necesidades económicas de dichos grupos de poder.
  • Tenemos distintas inteligencias y ninguna debe ser ponderada por encima de otra.
  • Lo más importante es hacer gustar la materia, la motivación.
  • La pedagogía es el emergente.
  • El problema principal es la falta de profesionalización del docente.
  • Las grandes corporaciones han tomado el mando de una “reforma” educativa, que acompañan con campañas de desprestigio de los docentes.
  • Evaluar ahora resulta un negocio redondo: inscripto en el discurso pedagógico neoliberal, el término se torna medir para tasar, poner precio a cada trozo del proceso educativo.
  • La evaluación de la “calidad educativa” es discriminatoria.
  • ¿Quién y con qué objetivos define la “calidad” de la educación?
  • La escuela de los 80 y para atrás era autoritaria, la de ahora es ‘inclusiva’

 

5 – Sin diagnóstico toda ulterior acción en educación será inútil. Estamos entontecidos de consignas progresistas, ni el sentido común nos funciona, no pienso dar aquí mi diagnóstico. Simplemente denuncio diagnósticos falaces o medias verdades en las cuales se pone el acento erróneamente y terminan constituyendo un error inconducente a cualquier tipo de solución.

Además de la falta de diagnóstico hay 7 u 8 puntos más de otras carencias que son condición necesaria y suficiente para que haya una educación de mala calidad. No me explayo porque excede al tamaño de un post, si es que alguien llegó leyendo hasta aquí.

Termino con usando las palabras de Esteban Bulrich, que en esto tiene razón, en relación a nuestros jóvenes ‘estamos cometiendo un fraude’.

La educación en Argentina es un fraude.

Yo no quiero ser cómplice.

 

 

5 comentarios sobre “Lo que le falta a la carta del profesor uruguayo

  1. Llegué al final del post, con ganas de seguir leyendo. La educación, en los términos que nos rodean, es un bodrio. No educa! Así, tantas veces detesto ir a clase porque no aporta nada… Ni intelectual ni nada. En mi caso, universidades para niños

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