El Maniático

por G.K. Chesterton
Todo el que haya tenido la desgracia de  hablar con gente que se hallara en el corazón o al borde del desequilibrio mental, sabe que su característica más siniestra, es una horrible lucidez para captar el detalle; una facilidad de conectar entre sí dos cosas perdidas en su mapa confuso como un laberinto. Si ustedes discuten con un loco, es muy probable que lleven la peor parte en la discusión; porque en muchas formas, la mente del loco es más ágil y rápida, al no hallarse trabada por todas las cosas que lleva aparejadas el buen discernimiento. No lo detiene el sentido del humor o de la caridad o las ya enmudecidas certezas de la experiencia, El loco es más lógico, por carecer de ciertas afecciones de la cordura. La frase común que se aplica a la insania, desde este punto de vista es errónea. El loco no es el hombre que ha perdido la razón. Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón.
Escribió para nosotros?
Las explicaciones que un loco da sobre algo son completas y con frecuencia, en un sentido estrictamente racional, hasta son satisfactorias.
O para hablar con más precisión, la explicación del insano si bien no es concluyente, es por lo menos irrefutable; y esto puede observarse en los dos o tres casos más comunes de locura.
Si un hombre dice (por ejemplo) que los hombres conspiran contra él, no se le puede discutir más que diciendo que todos los hombres niegan ser conspiradores; que es exactamente lo que harían los conspiradores. Su exposición concuerda con los hechos tanto como la de ustedes. O si un hombre dice que es el legítimo Rey de Inglaterra, no es una respuesta adecuada decirle que las autoridades lo catalogan loco; porque si realmente fuera Rey legítimo de Inglaterra, eso posiblemente sería lo más sabio que atinaran a hacer las autoridades existentes. O si un hombre dice que es Jesucristo, no es una respuesta decirle que el mundo ‘ niega su divinidad; porque el mundo niega también la divinidad de Cristo.
Sin embargo, ese hombre está equivocado. Pero si intentamos exponer su error en términos exactos, veremos que no es tan fácil como pudimos suponerle. Tal vez lo más aproximado que podríamos hacer, es decir esto: que su mente actúa en un círculo perfecto pero estrecho. Un círculo pequeño es tan infinito como uno grande; pero a pesar de ser tan infinito, no es tan amplio. Del mismo modo, la explicación del insano es tan completa como la del sano, pero no tan vasta. Una bala es redonda como el mundo, pero no es el mundo.
Hay algo así como una amplia universalidad; y algo así como una estrecha y restringida eternidad. Lo podemos ver en muchas religiones modernas.
Ahora, hablando externa y empíricamente, podemos decir que la más consistente e inconfundible seña de locura, es esta combinación entre la integridad lógica y la contracción espiritual. La teoría del lunático, explica un vasto número de cosas, pero no explica esas cosas en forma vasta. Quiero decir que si ustedes, o yo lidiáramos con una mente que se vuelve mórbida, lo indicado sería, no tanto ofrecerle argumentos como darle aire, para convencerla de que existe algo más limpio y fresco, fuera de la sofocación de un único argumento. Supongamos que fuera, por ejemplo, el primer caso típico que mencioné: el caso de un hombre que acusara a todo el mundo de conspirar contra él. Si pudiéramos expresar nuestros profundos sentimientos de protesta, apelando contra tal obsesión, supongo que le diríamos algo así: «Oh; admito que usted tiene su caso y que lo siente de corazón, y que muchas cosas son como usted dice. Admito que su explicación explica muchas cosas, pero ¡cuántas cosas no explica! ¿No hay en el mundo más historia que la suya; y todos los hombres se ocupan de usted? Suponga que demos por sabido los detalles; tal vez cuando aquel hombre en la calle se hizo el que no lo veía, fue por astucia; tal vez si el agente le preguntó su nombre, lo hizo porque ya lo sabía. Pero ¡cuánto más contento estaría si le constara que esa gente no se ocupa en absoluto de usted! ¡Cuánto más grande sería su vida si usted se empequeñeciera en ella! ¡Si pudiera mirar a los otros hombres con curiosidad y gusto comunes, si pudiera verlos paseando como pasean su radiante egoísmo y su varonil indiferencia! Comenzarían a interesarlo porque vería que no se interesan en usted. Se evadiría de ese teatro vistoso y mezquino en el que siempre se representa su dramita personal, y se encontraría bajo un cielo más despejado, en una calle llena de espléndidos desconocidos.»
O supongamos que fuera el segundo caso de locura, el del hombre que reclama la corona; el impulso de ustedes, sería contestarle: «Está bien; tal vez usted sepa que es el Rey de Inglaterra pero, ¿por qué se preocupa? Haga un esfuerzo magnífico, sea un ser humano y mire de arriba a todos los reyes de la tierra.»
O podría ser el tercer caso, del loco que se cree Cristo. Si dijéramos lo que sentimos, diríamos: «¡Así que usted es el Creador y el Redentor del mundo! ¡Pero qué mundo pequeño debe ser! Qué cielo más pequeño debe habitar con ángeles no tan grandes como mariposas. ¡Qué aburrido ser Dios! ¡Y un Dios inadecuado!

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